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Una noche de enredos y desenfreno

Anya no pudo soportar más la escena frente a ella, salió corriendo ante la risa burlona de Katya.

—Eres una m*****a zorra, como te has atrevido a entrar aquí y besarme, después de lo que me hiciste te desprecio Katya.

—Ja, ja, ja, mi amor, no recuerdas cómo hace tiempo me pedías que gimiera tu nombre.

Alexei no pudo soportar más la risa cínica de Katya, se puso una bata de baño y salió de ahí rápidamente.

Alcanzó a Anya en el pasillo, sujetándola del brazo con firmeza para evitar que llegara donde los demás y se desatara un escándalo.

—Espera Anya, tenemos que hablar. Lo que viste no es lo que parece —su voz era urgente, casi suplicante.

Anya soltó una risa amarga, se detuvo y se le quedó viendo fijamente.

—En realidad no me importa, Alexei. Allá tú si quieres caer en las garras de una arpía como Katya —Anya se estaba esforzando por no estallar, por no demostrarle que le importaba, aunque sentía un dolor profundo dentro de su pecho.

Alexei parpadeó, desconcertado ante su reacción, había esperado lágrimas, gritos, incluso una bofetada. Pero esta fría indiferencia lo desarmó por completo, ¿Acaso no le importaba?

—Anya, por favor escúchame —rogó— Katya entró al baño mientras me duchaba. Me tomó por sorpresa, me besó justo cuando tú entrabas. Iba a rechazarla...

—Ahórrate las explicaciones —lo cortó Anya— Te dije que no me importa. Haz lo que quieras con tu vida, con mi prima, o con cualquier otra. Yo ya estoy harta de tus juegos.

Se dio la vuelta para marcharse, pero Alexei la detuvo, girándola para enfrentarlo —¡Anya, tienes que creerme! Tu prima está loca, es capaz de cualquier cosa para separarnos.

Una sombra de duda cruzó el rostro de Anya. Conocía de sobra la maldad de Katya, pero Alexei no era un hombre confiable, y ella lo sabía.

Justo en ese momento, Katya pasó frente a ellos con una sonrisa triunfal, regodeándose en el caos que había provocado, aún atando la cintilla de la bata.

—Pero mira nada más, si son los tortolitos —canturreó con malicia— ¿Ya le contaste a tu esposito que hasta hace unas semanas le jurabas amor eterno a Misha? ¿O que tú ibas a casarte con otra hasta que el abuelo te obligó a elegir a Anya? ¿Le has contado quién era esa persona?

—¡Lárgate, Katya! —estalló Alexei— Esto no es asunto tuyo.

—Como quieras, primito. Los dejo para que sigan con su.... reconciliación —guiñó un ojo con picardía antes de alejarse, dejando un rastro de veneno a su paso.

Anya apretó los puños, temblando de rabia y humillación. Así que Alexei había tenido otra mujer antes de casarse con ella... No debería sorprenderle, pero dolía. Dolía saber que nunca había sido su primera opción.

Se tragó el nudo en su garganta y se alejó de él, dispuesta a refugiarse en la compañía de sus padres. Pero al llegar al salón, se encontró con Misha, quien la interceptó con ojos suplicantes.

—Anya, por favor, necesito que me escuches. No amo a Katya, nunca podría amar a nadie más que a ti, si pides el divorcio, juro que…

La pobre chica no lo podía creer, ¡Es qué acaso faltaba más por sucederle esa noche?

—¡No! —Anya alzó una mano, callándolo en seco— No te atrevas a terminar esa frase, lo nuestro se acabó, Misha, no hay vuelta atrás. Acéptalo y déjame en paz.

Trató de esquivarlo, pero Misha la atrapó entre sus brazos y estampó sus labios contra los suyos en un beso desesperado, robándole el aliento.

Por un instante, Anya se paralizó, pero entonces, la realidad la golpeó y trató de empujarlo con todas sus fuerzas, pero él la sujetó aún más fuerte.

—Anya, mi amor, no me trates de esta manera, tú eres mía, me perteneces.

Haciendo un gran esfuerzo logró liberarse, Misha era un cínico, un descarado, un cobarde.

Se dio la vuelta, dispuesta a huir de allí, solo para toparse de frente con Alexei, que observaba la escena con una expresión asesina.

Una sonrisa cínica curvó sus labios —Vaya, vaya, pero qué tenemos aquí. ¿Así que no soy el único infiel en este matrimonio? Qué decepción, Anya. Y yo que pensé que eras una santa...

El sarcasmo en su voz fue como una bofetada. Anya contuvo las lágrimas a duras penas, negándose a derrumbarse frente a él. No le daría esa satisfacción.

—Piensa lo que quieras, Alexei. Ya no me importa lo que crea un ser tan despreciable como tú.

Y con esas palabras, se alejó con la poca dignidad que le quedaba, dejando atrás a un Alexei que bullía de celos y furia.

Más tarde, durante la cena, el abuelo de Anya hizo un anuncio que cayó como un balde de agua fría sobre la pareja.

—Mis queridos niños, sé que todos tienen ocupaciones esperándolos en la ciudad. Pero este fin de semana ha sido tan especial que me gustaría pedirles que se queden unos días más, ¿Qué dicen? Denle ese gusto a este viejo sentimental...

Todos intercambiaron miradas, renuentes pero incapaces de negarse.

Solo Alexei, fiel a su rebeldía, se atrevió a protestar —Lo siento abuelo, pero con la fusión reciente, Anya y yo tenemos mucho trabajo pendiente en la oficina. No creo que sea prudente...

—Tonterías —intervino Vladimir—. Para eso tienes un equipo competente. Ellos pueden encargarse unos días más, como lo han hecho hasta ahora. ¿No es así, Anya?

Anya, atrapada entre la súplica en los ojos de su abuelo y la mirada desafiante de Alexei, solo atinó a asentir, derrotada.

Alexei rechinó los dientes, pero acabó cediendo también —Está bien. Nos quedaremos... si a mi esposa le parece bien.

El sarcasmo en la última frase no pasó desapercibido para nadie. Pero Anya fingió no notarlo, ofreciendo una sonrisa tensa.

—Por supuesto, nada me haría más feliz que complacer a nuestros abuelos.

El resto de la velada transcurrió con una falsa normalidad, con Alexei y Anya fingiendo ser la pareja perfecta. Pero cuando se retiraron a su habitación, la tensión estalló como una bomba.

—Eres una hipócrita —siseó Alexei, acorralandola contra la pared— Dándotelas de digna cuando hace unas horas te besuqueabas con tu ex, son tal para cual, ¿no?

—¡Fue él quien me besó! —se defendió Anya, temblando de rabia — Yo no...

—¿Y esperas que te crea? Después de ver cómo lo mirabas, cómo te derretías en sus brazos...

—¡Yo no me derretí! ¡Lo empujé, ¿Qué más quieres que haga?

—¡Que me demuestres que eres mía! —rugió Alexei, sus ojos se oscurecieron de manera primitiva y peligrosa— Que eres mi esposa, m*****a sea, mía y de nadie más.

Y con eso, se apoderó de su boca en un beso voraz, castigador, un beso nacido de los celos, la rabia y una pasión tan intensa que rayaba en la locura.

Anya jadeó contra sus labios, su cuerpo reaccionó con una necesidad que la avergonzaba, lo odiaba, odiaba lo que le hacía, cómo la hacía sentir... y aun así, no podía evitar responder a su asalto con igual fiereza.

Porque en el fondo, muy en el fondo, sabía que Alexei tenía razón, era suya, en cuerpo y alma, aunque su mente y su orgullo se rebelaran contra esa verdad.

Alexei la alzó en sus brazos, sin dejar de devorar su boca, y la llevó hasta la cama. Le arrancó el vestido con salvaje impaciencia, deleitándose en la visión de su cuerpo desnudo y tembloroso.

—Mía —gruñó, paseando sus manos por cada curva, cada valle, marcándola el fuego de sus labios— dilo, Anya. Di que eres mía.

—Soy... soy tuya —susurró ella, perdida en un torbellino de sensaciones— Siempre tuya...

Alexei soltó un rugido triunfal y se hundió en ella de una sola embestida, reclamándola como suya una vez más. Anya gritó ante la intrusión, el dolor y placer se mezclaron hasta que no pudo distinguir uno del otro.

Se movieron juntos en una danza frenética, casi violenta, como si quisieran castigarse mutuamente por los errores del pasado. Como si el placer fuera su penitencia y su redención.

Alcanzaron el clímax entre gritos y sollozos, sus cuerpos aún unidos mientras se estremecían en el dulce azote de la liberación. Después, exhaustos, se dejaron caer sobre las sábanas revueltas, sus respiraciones eran agitadas y sus piel estaba cubierta de sudor.

Alexei atrajo a Anya hacia su pecho, estrechándola posesivamente. Ella no protestó, se sentía demasiado agotada para luchar.

—Esto no cambia nada —murmuró Anya contra su piel— Aún te odio.

—Lo sé —respondió él, con un dejo de tristeza— Pero no tanto como me odio a mí mismo.

Y así, acurrucados, se rindieron al sueño. En un breve respiro antes de enfrentar el infierno que les esperaba.

Porque en el fondo, ambos sabían que esta tregua no duraría. Que el fuego que ardía entre ellos, por más intenso que fuera, no bastaba para sanar las heridas del pasado.

Y que al final, solo uno de los dos saldría victorioso de esta guerra.

Si es que alguno sobrevivía para contarlo.

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