Chris. —¡Señor Chris! ¿No ha sabido nada de Lilia? —Samira estaba esperando en la entrada cuando llegamos. Ya tenía puesto su traje de sirvienta y sus ojos hinchados indicaban que no dejó de llorar. Parecía una madre preocupada por su hija, y eso que la mayor era Lilia. Deus sobó su cabeza al pasar por su lado. —Tranquila, vamos a rescatar a Lilia sin fallas —le dijo, sonriente—. ¿Crees que puedas esperar? —No te arriesgues tanto... Deus —Hundió las cejas. Yo me quedé extrañado porque no entendía qué había pasado entre ellos dos. Negué con la cabeza. Mi prioridad era otra y no andarme metiendo en la vida amorosa de los demás. —Estaré bien, y retomaremos lo que dejamos —Le guiñó el ojo.—Mueve el culo, Deus. Seguí con mi camino hacia la sala de reuniones y él iba detrás de mí. —Eres un aguafiestas. —No tendré ni una pizca de emoción al saber que mi prometida está en peligro y puede morir —mascullé, con obviedad—. Ya habrá momento para que me cuentes lo que sucede entre ustede
Lilia. Estaba respirando con dificultad, mis muñecas seguro enrojecidas por las cuerdas que me mantenían atada a la silla. La habitación estaba en penumbra, y el silencio se quebraba con el sonido de mi respiración. No tenía mucho tiempo antes de que alguien viniera a comprobar mi estado. Agarré valor y comencé a moverme como pude estando sentada en la silla. Me incliné hacia delante para que mis pies tocaran el suelo y poder caminar por mi cuenta. Mi objetivo era la barra de metal. Al llegar, me puse de espaldas para que la punta rota de esa barra sirviera de cuchillo. Después de unos minutos que parecieron eternos, sentí cómo las cuerdas cedían ligeramente a medida que movía mis manos de arriba a abajo. Con un último esfuerzo, logré liberarme y me llené de alivio.—Oh... —solté. Sobé mis muñecas, estaban rojas y me dolían por lo apretadas que estaban las cuerdas. Devolví la silla a su lugar, necesitaba que fuera la distracción para cuando llegara el hombre. Inhalé hondo, iba a
Chris. Me comuniqué con Ezequiel para que enviara a alguien que se llevara a Deus o no sobreviviría. —C-Chris… —balbuceó, sin mucha fuerza. Sus ojos estaban vacíos, sin ese brillo que solía tener en su mirada. Quería llorar porque si lo perdía, me culparía durante toda la vida. —Shh, no hables. —S-si llego a m-morir… Quiero que me entierres al lado de papá —Alzó su mano como pudo para buscar la mía. —¡Cállate! No digas tonterías. No vas a morir —dije, entre dientes. Rio con dificultad. —Te amo, Chris… Aunque no nos una la sangre, para mí eres un verdadero hermano —Una lágrima recorrió su mejilla—. No quiero irme. Apreté los labios y desvié la mirada. No quería verlo así, necesitaba a Deus… Perderlo me dejaría destrozado. Él era la única familia que me quedaba, y ya estaba harto de perderlos a todos. ¿Por qué? ¿Por qué a mí? —¡Aquí estoy! —Apareció Peter, uno de los soldados de Ezequiel. El hombre estaba agitado y cargó a Deus en sus hombros. Yo lo ayudé para mantener la te
Lilia. Bajé las escaleras a toda velocidad y terminé resbalando con un charco de sangre que había cerca de la entrada.¿Qué carajos? Me levanté, por suerte, solo me manché las piernas y la parte baja de mi vestido. Yo estaba descalza porque mis tacones se rompieron. El arma se me había caído e hizo ruido, pero la tomé al ver que no había alertado a nadie. Supuse que de verdad durmieron a la mayoría. ¿Qué era lo que planeaban? Escuché la voz de Viktor mencionando a Chris y de inmediato corrí en esa dirección. Pasé por una puerta abierta y me quedé tiesa al ver que ese hombre le estaba apuntando a mi amado en la cabeza. Mi respiración se ahogó. Alcé el mentón y mis dos brazos, tratando de permanecer firme a la hora de disparar. Si esperaba un segundo más, lo perdería para siempre. Calmé mi pecho, que subía y bajaba con descontrol e inhalé hondo. Justo cuando vi que Viktor posó su dedo en el gatillo, apunté bien como me enseñó Deus, imaginé que su cabeza era la de un muñeco de car
Chris. El viento golpeaba mi cabello con fuerza, el reloj casi marcaba las nueve de la noche, hora en que el temporizador de los C4 llegaría a cero. Estaba afuera de la furgoneta, ya que necesitaba comprobar con mis propios ojos que la mansión Rosset dejara de existir. Metí una mano en mi bolsillo y visualicé la estructura a lo lejos. La explosión sucedió en varias áreas, formando una gran nube de colores naranjas y negro por encima. El sonido no llegó hasta nosotros al instante, sino después. El aire chocó contra mi cara y tuve que cerrar los ojos por la fuerza, al abrirlos, la mansión se había hecho pedazos y solo quedaba la gran nube de humo gris adornando gran parte del cielo. —Misión cumplida —comentó Lilia, llegando a mi lado—. ¿Cómo te sientes? —Excitado. Me golpeó el hombro y la miré de reojo con una sonrisa burlona. —Eres un vulgar, Chris. —Sabes que solo me comporto así contigo —La jalé del brazo para atraerla a mi cuerpo—. ¿Te gustaría disfrutar de un romántico bes
Lilia. —Samira no ha venido por aquí, ¿verdad? —cuestionó Chris, entrando en mi habitación. —Desde que Deus despertó, se la pasa cuidándolo con la excusa de que tiene que limpiar su habitación —respondí, cerrando el libro que estaba leyendo. —Mmh, no voy a interponerme en su camino —resopló, sacando una caja de su bolsillo, envuelta en papel de regalo. No podía ser un anillo porque era demasiado grande. Fruncí el ceño y me levanté para sentarme en la orilla de la cama, la curiosidad me ganaba. —¿Y eso? —¿No te dije lo que te daría? —Alzó una ceja, divertido. —No lo recuerdo. —Ábrelo —Llegó a mí y me dio la caja. La tomé, revisando cada extremo. Me preguntaba qué podía ser, ¿él me iba a regalar algo? Cada día mi mente estaba mejor después de obligarme a olvidar el día de la fiesta por todo lo que sucedió con Viktor. Solía tener pesadillas que revivían esa escena. Por suerte, el psicólogo de los Benett me estaba ayudando a sobrellevarlo. Era un señor mayor y bastante experimen
Lilia. —¡Oh! No sabe cuánto lo siento por no haberla visitado estos días —Samira casi se arrodilló. Tuve que detenerla. —Mujer, no tienes que pedir perdón —refuté, colocando una mano en su hombro—. Sé que has estado visitando a Deus con frecuencia. Justo voy para allá, ¿por qué no me acompañas? —¿E-estás segura? —Bajó la mirada, con tristeza. —Vamos —Tomé su mano para que me siguiera. No había visitado mucho a Deus, quería ver cómo se encontraba, ya que Chris era el que me decía su estado. Y según, estaba mejor. Llegamos a su habitación y toqué la puerta, mi querido novio fue el que abrió y se sorprendió al vernos. —¿Lilia? —inquirió. —Hola, guapo. Lo hice a un lado y entré. La cama de Deus estaba en el centro de la habitación, él reposaba sobre ella con una sábana que lo cubría hasta el pecho. Sonrió al verme. —Hasta que te dignas en venir, cuñis —bromeó—. Después de todo lo que hice por ti. Estuvo difícil enseñarte a manejar un armaNegó con la cabeza. La saliva pasó po
Ethan. —El camión de mudanzas debe de estar cerca, ¿no están emocionados? —habló mi madre, con una amplia sonrisa. Saqué las maletas del auto y Liz me ayudó con lo que podía. Nos habíamos mudado unos días antes de la boda porque mis padres lo vieron necesario. Era mejor empezar a convivir juntos para luego no arrepentirnos. —Mamá, gracias por todo. Debes de estar cansada —dije, apretando los labios. —Oh, no —Sacudió sus manos—. Los acompañaré adentro. Necesito ver qué es lo que han comprado. —Aprecio su compañía e interés, señora Ximena. Opté por esta casa ya que la consideré adecuada para nuestro bebé —Liz sobó su vientre, todavía no se le notaba la panza—. Hay una habitación para niños que ya está amueblada. —Toda la casa en general está amueblada, ¿no? —cuestionó mamá, revisando su cartera. —Excepto la sala, solo tiene un mueble —respondí, acercándome a la entrada. —Ten, hijo —dijo, tenía una paca de billetes en su mano—. Es de parte de tu padre. Hay un problema con las c