Se gira hacia mí en su asiento y sonríe de una forma diabólica como solo él puede.
Ay no… ¡No, no, no! Me niego a creer que me encuentro frente a él. Esto debe tratarse de una confusión.
Sus ojos avellana parecen brillar. Ese cabello rubio y ahora más corto lo hace ver demasiado atractivo. Había olvidado cuán precioso siempre ha sido.
Se acerca a mí, enfundado en un costoso traje entero y extremadamente perfecto, parece haber sido diseñado solo para él.
—¡Esto lo van a saber todos! ¡Sigo siendo tu esposa y vas a hacerme pasar vergüenzas aquí! Te odio, te odio... —jadeo demasiado airada, hablo entre dientes.
¿Le ha cambiado el nombre a la constructora? Con razón no me di cuenta de esto. Empuño las manos y muerdo mi labio inferior con fuerza, para no gritar. Me echo hacia atrás y acabo chocando con la puerta, pero regreso la vista hacia él, desviando ahora la cabeza hacia un lado cuando sus ojos parecen atravesar por entero los míos. Siento sus fríos dedos tomar mi barbilla y dirigir mi rostro hacia el suyo. Respiro con dificultad y ahora miro sus ojos brillar con un ímpetu que jamás había visto en él. Me tiene acorralada, presiona su firme cuerpo contra el mío robándome el aliento y dificultándome la respiración.
¿Qué es lo que quiere de mí?, ¿no le bastó con todos los años que me robó?
—Oh, nena, y espero que me odies aún más…
¡Está loco si piensa que voy a dejarme doblegar por él!
—Eres un caprichoso que siempre obtiene lo que quiere, pero conmigo, Derek, te jodiste.
Le enseño el dedo medio y lo restriego en su incrédulo rostro. Él sonríe levemente, se acomoda el rubio cabello y humedece sus carnosos labios.
¿Por qué me tiene que seguir afectando su presencia?
—Voy a tenerte de nuevo. —Acaricia mis labios y se da media vuelta, dejando ver su ancha espalda.
Ahora hiperventilo notoriamente enojada. Me río con sorna, captando su total atención.
—¡Pero si nunca me tuviste! Por favor… Estuvimos viviendo juntos durante cinco años y lo único que hicimos fue tener peleas y… —Elevo las manos y suspiro cabreada.
—¿Y…? —Rodea su escritorio y acaricia la pulida madera con su dedo índice, viéndome fijamente a los ojos.
Desvío la mirada, hastiada de sus extrañas provocaciones. Hace meses que no me tocaba y ni un beso nos dábamos tan siquiera. Siempre con su fría actitud. Por más que este hombre me ponga tan caliente como una estufa, no podía rebajarme y mendigar atención.
—Esto apesta. Me largo.
Acomodo mi cartera sobre el hombro y doy media vuelta, dejando a la vista mi apretado trasero. Porque esta falda es una talla menos, pero me encanta la condenada.
—No tan rápido, señorita Moore. —Se aclara la garganta y escucho sus pasos acercarse.
—¿Y ahora qué? —digo una palabrota por lo bajo y me giro hacia él.
Observo sus dos iris avellanas casi brillar al escrutar mi rostro con tal interés.
—No me gusta cuando hablas así. —Niega y suspira.
Me cruzo de brazos.
—Yo hablo como se me antoja la jodida gana, Derek Lindemann. Además, ya no vivo contigo, ya no tengo que agradarte ni tampoco amoldarme a ti. —Me rasco una ceja—. ¿Qué quieres? Y aparte de todo, hiciste como si fueras otra persona y te cambiaste el apellido a Schütz, el de tu madre. Qué deshonesto eres… —murmuro.
Pongo los ojos en blanco y desvío la mirada. Cuento los segundos para salir de aquí.
—No puedes irte a ningún sitio, eres mi nueva asistente, ¿se te olvida?
Ahora lo encaro de frente.
—Pues renuncio, señor. —Le respondo con un tono de voz sarcástico.
Sonríe ampliamente.
—Las letras pequeñas, señorita Moore, letras pequeñas… —Toma una hoja de su escritorio y me la tiende.
Frunzo el ceño debido a su actitud y leo lo que dice. Es el contrato que firmé hace unos momentos atrás. Mi vista busca rápidamente las letras pequeñas y de inmediato encuentro la montaña de problemas más grande de mi último año. No, no, de toda mi vida.
—¡¿Por qué me hiciste esto?! —Rompo la hoja en pedazos y se los arrojo a la cara—. ¿Acaso no puedes dejarme en paz? Me fui de tu lado para que ambos descansemos y nuestra hija no vea más nuestras peleas, pero sigues empeñado en joderme la vida. ¿De dónde voy a sacar cincuenta mil euros? ¡Eres perverso!
Las lágrimas resbalan por mis mejillas. A veces me odio por ser así, por acabar llorando cuando no debo hacerlo.
—No te preocupes, tengo el documento original guardado. Ya que no tienes cómo pagar, pues hay una solución para que no tengamos problemas legales por incumplimiento. —Tira de la tela de mi camisa y de nuevo me mira intensamente.
—¿Cuál es? —Desvío la mirada, debido a lo cerca que está de mi rostro.
—Trabajemos juntos, solo será durante seis meses, luego podrás irte y no sabrás nada más de mí. Te pagaré un buen sueldo, si eso es lo que también te preocupa. —Acaricia mi mejilla con delicadeza, por inercia cierro los ojos.
Necesitaba tanto de su toque, sin embargo, ya es muy tarde.
—¿Qué sentido tiene esto? Es que eres ilógico, Derek. ¿Estás haciendo esto por lástima? Ya no quiero nada de ti, quiero ser autosuficiente económicamente. No voy a morir de hambre, no sigas tratando de controlarme de manera indirecta. —Niego y me aparto de él.
—Vaya, vaya… Ahora deseas ser autosuficiente, tal parece que ha servido el bloqueo de las tarjetas. Pero, ¿entonces eso quiere decir que vas a pagar los cincuenta mil? Muy bien… —Se encoge de hombros y camina hasta su escritorio.
—Espera, espera. ¡Espera! —Me siento frente a él para atraer su atención—. Está bien, trabajaré para ti.
Suspira y eleva una ceja.
—Empiezas hoy. —Se agacha y abre uno de los cajones—. Necesito todo esto organizado como es debido. Ah, y también añade los datos de todos los clientes a un documento de Excel. Hazlo rápido, te quedan dos horas…
Mi mente se queda en blanco al ver un montón de carpetas reposar sobre el escritorio, invitándome a mi nuevo suplicio. Las tomo de mala gana y voy hacia un costado de la oficina, allí hay un pequeño cubículo. Las dejo a un lado y me siento para encender el computador y comenzar con esta estupidez. Menos mal que no alcanzo a verle el rostro a Derek, sino me sentiría mucho peor con esos dos ojos clavados en mí.
Abro un nuevo documento y empiezo a teclear todos los datos rápidamente, anhelando salir de aquí dentro de dos horas.
«Esta me las pagarás, Derek…», murmuro entre dientes.
Al final, en una hora y media he terminado de hacer todo. Así que tomo mi bolso y camino hacia la salida. Un carraspeo me eriza la piel, odio ese sonido.
—¿Ya has terminado? ¿A dónde vas?
Bendita sea la virgen.
—Te recuerdo que también soy pianista, mis dedos son rápidos… Y además, ya terminé mi trabajo, eso significa que puedo irme. Nos vemos mañana, jefecito. —Me encojo de hombros y salgo de ahí sin esperar una respuesta o tan solo verlo.
Camino por el pasillo y levanto la cabeza, sonrío, le muestro al mundo que estoy bien cuando por dentro me siento terrible, porque es una humillación lo que Derek me ha hecho. Luego de haber sido su mujer por cinco años, ahora seré su asistente por obligación. Tendré que soportar las burlas de sus empleados y que me traten como a una igual, sabiendo que sigo siendo la esposa del jefe.
Al finalizar la jornada tomo un taxi que me lleva a casa de Derek. Necesito ver a mi niña, ya que hoy no pude ir a buscarla después de sus clases en la primaria. Cuando he llegado, Vilma, la ama de llaves, me abre la puerta. Esa mujer y yo nunca nos hemos llevado bien.
—¡Mi amor! Me agacho y recibo a mi pequeña entre mis brazos.
—¡Mami! —Salta una y otra vez. Es una niña bastante hiperactiva.
La tomo de la mano y vamos hacia su habitación.
—¿Ya cenaste? ¿Hiciste las tareas? —Me siento junto a ella en su cama.
Niega.
—¿Y papá? —Toma su mochila y cuadernos.
Desvío la mirada, recordando el numerito de esta tarde.
—Está en el trabajo, sabes que trabaja hasta muy tarde para darnos lo mejor. —Acaricio su cabello y ella asiente—. Anda, vamos a hacer las tareas, luego te acompaño a cenar y si quieres vamos al parque más tarde…
Cuando por fin acabo de ayudar a Jessica a cenar —porque a veces se niega a comer las verduras—, voy hacia la cocina para fregar los platos.
—¿No cenaste? —Derek irrumpe en la tranquilidad de mis pensamientos. No lo miro, solo continúo lavando y secando la vajilla—. ¿No vas a responder? —Insiste.
Lo ignoro y acomodo los platos, para después salir de la cocina y tomar mi cartera, la cual reposa sobre la mesa.
—Nos vemos mañana, mi vida. Recuerda que irás a clase de ballet después de la escuela. Vendré por ti. —Le doy un beso en la frente a mi niña.
—Hasta mañana, mamá. —Deposita un beso en mi mejilla antes de salir corriendo detrás de Rodolfo, su gatito.
Aquello me arranca una sonrisa. Cómo amo a esta pequeña traviesa. Sin embargo, atisbo de nuevo la silueta de aquel hombre frente a mí, la cual ignoro por completo. Antes de salir me retiene del brazo.
—¿Y ahora qué? —Jadeo frustrada.
—Mañana a las ocho en la oficina…
Me suelta y se va rápidamente, dejándome ahora mucho más molesta. Tiempo después llego a casa, mis amigas ni siquiera han llegado. No me imagino lo que dirán cuando se enteren que ahora soy la nueva asistente de mi ex. El pitido del despertador me hace dar un respingo sobre la cama. Lo apago con movimientos casi frenéticos y me acurruco contra las sábanas de nuevo, pero de repente me despierto abruptamente, ya que alguien ha golpeado mis pies. —Ahí vas de nuevo… —murmura. Clarissa ha osado golpearme de nuevo. —¡Clarissa! —Me quejo. —Son las siete y media de la mañana, ¿no que habías encontrado un empleo? Mis ojos ter
Mi pecho sube y baja en señal de desesperación, los ojos me arden. Siento que las lágrimas afloran de repente, y de manera intempestiva. —¡Eres detestable! —grito entre dientes y lanzo mi cartera sobre el escritorio mientras empuño las manos, muy molesta por sus palabras cargadas de rencor. De inmediato se acerca a mí, ya vestido y prolijamente peinado; todo lo contrario a mí, que tengo la camisa entreabierta y el cabello alborotado. Su actitud es muy intimidante, se nota que está cabreado. —Cuando te dije que te amaba era real, porque comencé a amarte con todas tus virtudes y locuras, con toda tus niñerías. Pero, por lo que veo tú no sabes lo que ese sentimiento significa. ¿Y sabes por qué? Porque eres una mujer rebelde, orgullosa, egoísta… —Sus ojos ahora han comenzado a tornarse algo irritados.
Mi corazón late deprisa al escuchar aquello, porque quizá tengamos alguna oportunidad. Así que camino hacia él y tomo su rostro entre mis manos, para acercarlo a mí. Rozo sus cálidos labios contra los míos, después los atrapo en un dulce beso muy delicado, cargado de todo mi arrepentimiento y mi anhelo por él. Siento mis lágrimas caer una tras otra sobre mis mejillas, es el beso más tierno que le he dado. ¿Por qué esta vez no me toca? ¿Por qué sigue ahí como una estatua helada? Se separa de mí, acabando con todo mi orgullo, arrasando por completo con mi seguridad. —No, Ava… Esto ya no puede ser, lo único que conseguimos es lastimarnos. —Niega y se aleja, dándome la espalda. —Pero… ¿Y entonces? —Me sorbo la nariz, porque mi voz ha sonado terriblemente destrozada
Creo que me he lastimado el pie. Ambos me observan y ni siquiera se molestan en ayudarme, y para variar la mujer se burla disimuladamente. De repente, siento dos brazos cargarme como si fuera una bebé. Mi corazón late deprisa debido a la vergüenza y la sorpresa del momento. Por inercia me sostengo de su hombro y de inmediato mi rostro se mueve hacia el suyo, quedando demasiado cerca. Espabilo en reiteradas ocasiones mientras observo aterrada sus ojos de un profundo color ámbar y mirada firme. Me fijo en que es un hombre de cabello un poco claro, labios llamativos, nariz perfecta. Sus rasgos son parecidos a los de un actor famoso, pero en una hermosa versión morena. —Sé más cuidadosa, Dara. No puedes dejar esa maleta en la mitad… Discúlpame, es algo peculiar mi hermanita. —De nuevo me mira y me siento nerviosa. Suspiro agitada y voy a casa, ya no tengo más nada que hacer aquí. Al llegar me encuentro sola, puesto que mis amigas no llegan sino hasta pasadas las seis. Tomo mi cuaderno y me pongo a estudiar mis clases del curso de contabilidad, tengo clases dos veces por semana y tan solo me quedan cinco más para terminar. En el conservatorio también me quedan pocas clases para por fin llegar a exámenes finales y obtener la licenciatura como profesora de danza contemporánea y ballet. Mi sueño está a punto de cumplirse, debo esperar un poco más. Me cambio la ropa y tomo un baño, para después preparar la cena y dejarla en el horno. Solo tomé un pedazo del delicioso omelet de verduras con huevo, como ya me voy a clases no es bueno que tenga el estómago pesado. Tomo mi bolso y salgo, eCAPÍTULO 7
Resoplo agotada entre sus brazos. —Déjame ya… —Me agito con fuerza, pero él se niega a soltarme. —Ya deja de moverte. —Niega y me recuesta sobre el asiento del auto. Pongo los ojos en blanco y maldigo por quinta vez a Dara Scott. —Te llevaré a la clínica para que te curen, así que mejor guarda silencio. —Su voz grave y autoritaria me hace reír en vez de producir algún temor. —Puedo ir yo sola y no mantener silencio. Nunca me ha gustado tener la boca cerrada. Mejor ve y calma a tu gatita. —Me cruzo de brazos, riendo de nuevo con sorna. Sí así araña, ya me imagino cómo tendrá la espalda este idiota. Derek resopla molesto.
Creo que las copas de aguardiente y las piñas, se me están subiendo a la cabeza. Camino tambaleándome hacia un sofá esquinero, cerca de la pista de baile. Me recuesto allí y de inmediato tengo a dos hombres a mi lado. Se acercan juguetonamente a mi cuello y comienzan a besarme la piel con parsimonia. Me río, puesto que eso me produce cosquillas y en un momento dado, placer. De pronto abro los ojos y encuentro la mirada de Derek clavada en mí. Observa a los hombres de una forma amenazante, por lo que ambos me sonríen antes de marcharse. Lo miro molesta. ¿Ahora también se encarga de quitarme la diversión? Me levanto e intento pasar por su lado con éxito, pero me empuja de nuevo sobre el mueble. —¡Carajo Derek! —grito cuando lo te
Año 1997 Londres - Inglaterra —¡Qué hermoso te queda el vestido! ¡Serás la Sor más angelical de la iglesia! —Mi madre celebra junto a Dorotea, nuestra nana. Pongo los ojos en blanco y desvío la mirada, muy molesta por el horrible traje de monja que Dorotea ha hecho para mí. ¡Me queda horrible! Parezco más un fantasma que una hermanita santificada. —¡Al diablo con eso de ser monja! Envuelvo el ancho vestido entre mis manos y salgo corriendo hacia la primera planta, me encierro en el baño con seguro. —¡Santo Jesucristo y la virgen María! ¡Ven aquí muchachita insolente, vas a tener que lavarte esa boca con agua bendita! —Mi madre grita a lo lejos. Bendi