Eric estaciona su auto a la entrada de la casa de su padre, golpetea el volante con los dedos soltando un suspiro sombrío. Ha pasado mucho tiempo desde que vio a Samuel por última vez, no se puede decir que sean hermanos muy unidos, de hecho cuanto más distancia los separa mejor se llevan. Siempre ha sido así, desde niños, en la casa siempre se oían sus peleas por cualquier cosa. El simple hecho de que uno hubiese mirado al otro de mala manera era suficiente para desencadenar una lucha en la que sus padres debían intervenir rápidamente, a decir verdad no es capaz de explicar esa relación tan poco amena entre ellos, no hay un motivo concreto que justifique la poca amenidad que sienten el uno por el otro, simplemente ese… rechazo está ahí.Siente el impulso de volver a encender el vehículo y volver a su departamento a seguir dándole vueltas a su caso, pero no quiere decepcionar a su padre, él más más nadie ha dedicado su vida para criarlos y darles una buena vida. Le debe a ese hombre
—¿Y qué tal estuvo la dichosa cena? —pregunta Lorenzo sonriendo con una taza de café entre las manos.—Tan mal como todas las anteriores, mi padre ya debería resignarse a que algo vaya a ser diferente —responde Eric hojeando los papeles que cubren por completo el escritorio de su despacho.—El pobre no debe perder la esperanza de que sus hijos dejen de llevarse como si fueran enemigos, aunque debe ser realmente irritante tener como hermano a un sabelotodo que se cree la reencarnación de Freud —confiesa Lorenzo logrando que su amigo sonría levemente.—Quiero creer que Samuel tiene buenas intenciones, pero no es una tarea fácil darle la razón. Soy capaz de lidiar con mi vida sin que él tenga que decirme cómo debo comportarme, el problema de los psicólogos es que creen que saben como todo a su alrededor debe funcionar, soberbios y testarudos —afirma el Detective apretando los labios con disgusto.—En todo caso, creo que deberían hacer un esfuerzo por el pobre Rafael, ese hombre es un
—“Irá ascendiendo hasta llegar a la cabeza misma de esta nación” —lee Eric por enésima vez caminando de un lado a otro de la cocina. Se detiene apoyando los brazos sobre la mesa para releer la carta y pasar la mirada a la libreta en la que ha hecho garabatos de todo posible indicio que pueda obtener de ese escrito. Aunque hasta el momento solo puede deducir lo que ya sabe, está lidiando con una persona que ha sido defraudada por el sistema, y por ende ha decidido tomar la justicia en sus propias manos. Una persona inteligente, por cierto, lo suficientemente meticulosa y organizada como para no dejar ni un solo rastro de su presencia, alguien sin mucho para perder al tomar la decisión de arriesgarse a tomar las vidas de la gente poderosa. —¿Por qué aquí y por qué ahora? —se pregunta el Detective relamiéndose los labios, tomando el bolígrafo anota en su libreta “Fallos judiciales". Ese parece ser un buen inicio para buscar, algo que marcó profundamente al asesino, que lo decepcionó,
Eric toma un sorbo de su taza de café hojeando el periódico, incluso hasta con una sonrisa en los labios. Hace tiempo que no se levantaba de buen humor, tanto tiempo que hasta había olvidado lo que se sentía, nunca se hubiese imaginado que Sofía fuera tan maravillosa. Aunque ese grato momento de paz y tranquilidad se ve interrumpido por su celular que comienza a sonar mostrando el nombre de Lorenzo en la pantalla.—Quisiera empezar preguntando cómo te fue anoche, galán. Pero el maldito volvió a hacer de las suyas —anuncia el policía sin mucho entusiasmo en la voz.—¿Tan rápido? ¿Quién fue esta vez? —pregunta Eric tirando el periódico en la mesa con desagrado.—El comisario Santiago Vivas de la Comisaría primera, no puedes hacerte una idea de cómo lo ha dejado —anuncia Lorenzo con pesar sabiendo el impacto de la noticia.—¡¿Qué?! ¿Un comisario? ¡Este tipo está loco! —exclama el Detective sorprendido de que el asesino se haya atrevido a ir tan lejos.—Parece que hablaba en serio en
—¡Te voy a dar la paliza que tus padres deberían haberte dado de niño! —grita Víctor sentado en el pecho del Tirano dándole bofetadas en el rostro, resistiéndose a usar los puños porque no tiene interés en desfigurarlo, aunque piensa que más de una persona opinaría que se lo merecería.—¡Sáquenme a este viejo loco de encima! —grita el Tirano intentando sacudirse debajo del peso de Víctor, lo cual es tan inútil como intentar que no se le sacudan todas las ideas en la cabeza ante cada bofetada propinadas por esas manos que parecen de Gorila.—¡Ya suéltalo maldito viejo! —grita uno de los seguidores del Tirano rodeando con sus brazos a Víctor intentando levantarlo, con el rostro rojo por el esfuerzo que no da resultado busca con la mirada a sus compañeros que se unen a él tirando del anciano.—¡No tienen respeto por un hombre mayor! —reclama una mujer tomando una silla que pertenecía a un pupitre y comenzando a golpear la espalda de uno de los seguidores del Tirano, el hombre suelta
Una fina llovizna comienza a mojar la destruida ciudad de Olavarría, el cielo grisáceo parece ser la combinación perfecta para el panorama deprimente y carente de actividad humana a la que ha sido reducida esta metrópolis. Las gotas de agua se abren camino a través de todas las superficies que hallan, incluyendo la pila de escombros que ha formado una especie de madriguera en la que Víctor ha encontrado refugio de los invasores que por segunda vez estuvieron a punto de asesinarlo. Pequeñas gotas de lluvia comienzan a caer sobre el rostro cubierto de tierra del joven sumido en un profundo sueño que con un gemido de molestia se queja girando el cuerpo con pereza. Una cuarta gota de agua logra que el escritor abra los ojos lentamente, al verse rodeado de oscuridad se sobresalta levantando la cabeza por impulso , un adolorido quejido escapa de su garganta al golpearse con un pedazo de concreto del techo de su improvisado refugio.—¿Pero qué demonios? —susurra tratando de recordar en dón
—Yo soy el rey de este lugar —susurra el Tirano, habiendo recibido un apoyo tan directo por parte de los invasores, ya ni siquiera necesitará mantener su falsa imagen de piedad, finalmente puede mostrarse tal cual es, incluso delante de los que depositaban su fe en él, sacará a luz la parte que solo el escritor se atrevía a exponer. Con una gran sonrisa se sienta en su sillón saboreando la amplia libertad para ordenar y exigir, para tomar lo que quiera sin que nadie lo pueda detener, sin que haya una voz que se atreva a protestar.—Alberto, consígueme algo bueno para festejar esta victoria —pide el Tirano guiñándole un ojo a uno de sus colaboradores. Extasiado por su poder y control disfruta con gusto de su recuperada posición de líder del grupo, aunque sabe que ninguna de estas cosas será capaz de frenar la paranoia y la locura que han comenzado a tomar su mente. Por más que lo intente no será capaz de quitarse de la mente al escritor, a ese escritorcillo que es el único responsabl
—Pastor, tiene que comer algo —aconseja Bernardo pasándole un frasco de conservas.Han pasado dos horas desde el derrumbe que bloqueó la puerta, ya no hay posibilidad de volver a salir al exterior. Lo cual produce un gran alivio en Bernardo, su corazón no tan joven va a agradecerle la falta de conmociones, pero no puede decir lo mismo del Pastor que se ha mantenido en un silencio sepulcral. —¿Cómo puedo sentarme a comer cuando allí afuera hay gente que ni siquiera tiene unas migajas que llevarse a la boca? —responde el Pastor sentado en el piso con la mirada fija en la puerta, simplemente siente que debe permanecer allí, aun a pesar que su corazón decepcionado sigue lamentando haber perdido a ese muchacho.—No tiene caso seguir dándole vueltas a lo que sucedió, no hay forma de que movamos esos escombros desde aquí dentro. Nadie entrará y sin duda ninguno de nosotros podrá volver a salir —dice Bernardo sonando algo duro para su gusto, pero intentando ser realista.—¿Por qué nos ha