Epílogo

Un viento cortante revolvió mi cabello y chocaba incansable contra el grueso chaquetón de mi uniforme. Eché hacia arriba el pliegue del cuello y enterré la barbilla, en un intento por resguardarme del frío. Hacía el mismo tiempo horrible que el día en el que habíamos abandonado nuestra ciudad natal; ahora que volvíamos, el mismo clima pre-invernal nos acompañaba, casi como si nada hubiese cambiado.

La realidad, en cambio, era otra muy diferente.

Me incliné sobre el caballo y rebusqué a tientas en la alforja. Disimuladamente saqué la botella de aguardiente que había robado de uno de nuestros superiores y eché un trago largo, esperando que calmase el frío. Mi garganta ardió con una sensación a la que aún no estaba del todo acostumbrado y que no podía considerar exactamente como placentera. Pero el líquido cumplió con su cometido.

Volví la vista atrás, hacia el pequeño convoy que me seguía de cerca y decidí acelerar el paso. Me había ofrecido como voluntario par

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