—¡Por Azriel! —exclamó el chico al que acababa de derribar, mientras su voz se elevaba hasta no ser más que un desagradable chillido que me perforó los tímpanos. Su cabello, negro como las plumas de un cuervo, se le pegaba a la frente empapada en sudor, y el cuerpo, apresado bajo el peso del mío, le temblaba como una hoja atrapada en medio de una ventisca—. Vale, está bien chaval, cálmate. No voy a hacerte daño. —Aseguró en un intento por calmar más sus nervios que los míos.
Necesité de dos respiraciones profundas para convencerme de no arrearle un puñetazo en toda la cara. Si había algo que no iba a consentir, ni siquiera cuando había perdido todo lo demás, era que me tratasen como a un niño indefenso.
—Por supuesto que no vas a hacerme daño. Soy yo el que tiene un puñal sobre tu yugular —le recordé con frialdad, y diciéndome a mí mismo que por muy aliviado que estuviese de que no fuese un Oscuro, no por eso debía fiarme más de él.
Tragó saliva fuertemente,
Me desperté ahogando un bostezo, mientras la oscuridad se arremolinaba frente a mí. Esperé encontrarme a Noah de nuevo, demasiado asustadizo para ir solo a hacer sus necesidades, pero no tardé más que un instante en darme cuenta de que algo andaba terriblemente mal. Los sonoros ronquidos de Seth, que antes habían inundado el granero haciéndome casi imposible conciliar el sueño, fueron sustituidos por una tensa calma. Ni siquiera se escuchaban los grillos en el exterior, y parecía como si todo el mundo hubiese decidido contener la respiración al mismo tiempo. Aún medio dormido, capté un único ruido, que identifiqué como el sonido de alguien sorbiéndose la nariz y que consiguió hacerme espabilar del todo, confundido. Sentí algo frío rozarme el cuello; al enfocar mi vista, descubrí un brillo en medio de la oscuridad que me puso el vello de punta. Ojos completamente negros me observaban desde arriba, mientras algo, que más tarde identifiqué como una garra, me pre
Aún estaba oscuro mientras Ronan dirigía el carro en silencio, aunque pronto empezarían a salir los primeros rayos de sol. Lo sabía por su viejo reloj de bolsillo, que contra todo pronóstico había sobrevivido junto con él a los últimos días y que hacía tictac en uno de los pliegues de su desgastada chaqueta. Era lo único que el borracho de su padre había conservado de su difunta madre y por algún motivo siempre lo relajaba escuchar el incesante sonido. Algunas veces, lo sentía más real que el propio latido de su corazón. En las escasas ocasiones en las que no lo había llevado encima en el pasado, se había sentido como si le faltase un pedacito. Miró hacia atrás y observó la enorme columna de humo que ascendía hacia el cielo haciendo una mueca de disgusto. Aquella noche habían llamado demasiado la atención y eso no le gustaba en lo más mínimo. Si querían salir con vida, debían ser mucho más cuidadosos y pensar con antelación. Hacer planes, en otras palabras, ceñirse a
El viento sopló fuertemente, arrastrando con él las hojas del suelo y haciendo que cayesen las pocas que aún se aferraban a las ramas de los árboles. Aidan batallaba para quitarse su mojada camisa temblando de los pies a la cabeza, mientras Seth le tendía una seca que había sacado de una de las bolsas que reposaban sobre el carro. La provisiones que había conseguido reunir Yoel antes de la huida de Luarte habían diezmado considerablemente. No era de extrañar teniendo en cuenta que éramos un grupo de siete y que dos de nosotros comían como si no lo hubiesen hecho en años, pero por lo menos teníamos ropa de repuesto, aunque a mí me quedase bastante grande toda. —Ya no debe quedar mucho para llegar a la puerta —comentó Ronan, peinándose el flequillo hacia atrás con una mano, solo para que le volviese a caer desordenadamente sobre la frente. Según mis cálculos, estaba en lo cierto, pues no tardaríamos más de un día, puede que medio en alcanzarla. Era evidente que
Una sensación de angustia constante se había asentado en el estómago de Thomas y no parecía que fuese a desaparecer. Pero lo peor de todo es que se sentía atrapado en sus propias emociones, nunca había sido muy bueno manejándolas. No se le daba bien expresarse con palabras, por eso desde muy pequeño había recurrido a la pintura. Cuando pintaba, podía plasmar todo lo que sentía. Ver sus emociones sobre un lienzo le aportaba calma, pues era capaz de verlas desde otra perspectiva. Sus abuelos le habían prohibido hacerlo, por razones en las que no le gustaba pensar, razones que pretendía no entender y, durante un tiempo se había mantenido alejado de todo ello. Aun así no había podido evitar volver a tomar un pincel. Estaba mal, él lo sabía, y no le gustaba desobedecer a sus abuelos, pero ese tipo de cosas Azriel las perdonaba, sobre todo cuando lo necesitaba casi tanto como el aire que respiraba. Cómo deseaba tener a mano sus pinturas en aquel momento y darle rienda suel
La confianza en uno mismo puede ser crucial a la hora de desenvolverse exitosamente en una determinada situación. Hay veces en las que un ligero empujoncito, ya sea de tu subconsciente o de alguien más, puede ser la clave entre el éxito y el fracaso. El ser consciente de tu propio valor y ser capaz de exprimirlo al máximo, te resolverá un gran porcentaje de tus problemas. No obstante, por más que la gente se empeñe en asegurar lo contrario por el bien de su salud mental, hay situaciones que ni la más segura de las personas será capaz de superar sin más. Hay cosas que simplemente escapan a nuestro alcance y, debo admitir, que durante nuestro viaje, más de una vez me dejé arrastrar por esa sensación de derrotismo, de destino fatídico, creyendo que no había nada más por hacer, que no dependía de mí lo que estuviese a punto de pasar. El día que llegamos por fin al límite de las murallas, cuando vislumbramos la gran entrada, o salida en nuestro caso, fue uno de esos momen
—Es imposible que podamos luchar contra todos ellos sin palmarla —admitió Yoel con indiferencia. La luna se reflejaba en su oscuro cabello, creando destellos plateados. Sus ojos observaban el escenario con expresión cauta. Ronan y yo lo habíamos acompañado hasta la colina frente a la muralla para que viese con sus propios ojos a lo que nos enfrentábamos. Una parte de mí había esperado que al llegar allí se le ocurriese alguna idea brillante, algo que pudiésemos utilizar para salir de aquella con vida, o que con su habitual seguridad y confianza en sí mismo dijese algo como: "Esto no es nada, puedo cargármelos a todos con los ojos cerrados". Pero evidentemente no podía. Yoel no era invencible, por mucho que le gustase aparentar lo contrario. —Me lo imaginaba —suspiró Ronan decepcionado. También parecía haber esperado algo más de él. Después de todo lo habíamos sobrestimado—. Pues si no podemos luchar contra todos ellos, ni tampoco ir por otro lugar, vamos a te
Seth temblaba de los pies a la cabeza, aunque no tenía ni idea de si se debía al frío o al miedo. Bueno, en realidad sí que lo sabía, pero no pensaba admitirlo, ni siquiera a él mismo. No podía parar quieto, pero Ronan ya le había echado más de una mirada preocupada, por lo que había optado por morderse el labio y tratar de mantener la calma. Por Azriel, ese chico sí que andaba siempre preocupado, y mira que él no era mucho mejor. Incluso tenía la sensación de que se le estaba empezando a caer el pelo y una vez había prometido que si eso pasaba se cortaría la cabeza directamente. Antes muerto que calvo. No es que tuviese nada en contra de los calvos, pero su padre había sido de pelo pobre y la forma de su cabeza se podía contemplar perfectamente. Parecía el contorno de huevo, por lo que se podría esperar algo parecido de sí mismo. No quería tener otro motivo para ser el hazmerreír, ya tenía suficiente. Habían discutido entre todos hasta el más mínimo de los detalles,
Noah vio asombrado cómo Jason caía al suelo entre convulsiones. Nunca había sido el chico más inteligente, pero no le hizo falta para saber que aquello eran malas noticias, muy malas noticias. —¡Joder! —exclamó Yoel mientras corría a socorrer al menor—. ¡Le está saliendo espuma por la boca! —¡Ponlo de lado! —le gritó. Le habría gustado hacerlo con sus propias manos, pero las tenía ocupadas presionando la herida de Seth. Había visto al doctor de su aldea tratar un caso como ese en una ocasión, cuando se había acercado a llevarle algunas plantas medicinales que había recogido. Se le daba bien identificarlas, y mira que nunca había estudiado nada al respecto. Cuando las veía simplemente sabía qué eran, para qué servían. Era como una especia de don, como el de Thomas, tal vez, solo que mucho menos útil. —¿Qué está pasando? —preguntó Seth, abriendo sus ojos azules con dificultad. Hasta el momento había permanecido callado y con los ojos cerrados, p