Las hojas caídas de los árboles crujían bajo las gruesas botas de Aidan, creando una melodía a su paso. No le habían costado baratas, pero habían sido una de las mejores inversiones de su vida, aparte de su querido arco. Claro que tampoco es que las hubiese pagado con su dinero, propiamente dicho…
Había salido a buscar a Noah, quien aparentemente se había perdido en algún momento de camino al carro y de paso se había propuesto cazar algo. Normalmente no se permitiría hacer tanto ruido durante una caza, pero de todas formas Ron ya estaba armando jaleo por los dos. No es que no fuese capaz de mantenerse silencioso, se había encargado de enseñarle durante sus largos años juntos y Ron sin duda aprendía rápido.
Por eso sabía que había algo que andaba mal con su amigo de la infancia.
Bueno, quitando lo obvio, claro, como el hecho de que Noah estaba desaparecido, que sin él no tenían ni idea de cómo rebajar la fiebre de Seth y Jason, que habían perdido sus hogares,
A Yoel siempre le había gustado hacer las cosas por sí mismo. No disfrutaba en exceso de la compañía humana, había descubierto desde muy joven lo horribles que las personas podían llegar a ser, así que se había mantenido alejado de todo el mundo en la medida en que le había resultado posible. Por supuesto, había habido ocasiones en las que tuvo que asistir a eventos sociales, como bailes de salón o reuniones de negocios debido a la posición de su padre, aunque el odio que sentía su madrastra hacia él había hecho que ese tipo de situaciones fueran escasas. Quién iba a pensar que el asco que le tenía esa mujer llegaría a ser tan conveniente en algunos momentos. De igual forma, y así se había encargado de hacérselo saber en numerosas ocasiones a lo largo de los años, el sentimiento era mutuo. De hecho, Yoel odiaba a casi toda la especia humana. No toda, tampoco estaba tan amargado como para pensar que no había nadie en el mundo que valiese la pena, pero de todas formas
Un enorme estruendo hizo que me incorporase exaltado. Me tambaleé sobre el carro tratando de ponerme en pie, mientras el sonido hacía eco en mis oídos. En el lapso de tres latidos entendí qué había sido aquel ruido que me había despertado. Un disparo. Sabía que sería inútil, pero miré hacia la lejanía, en la dirección de la que había provenido el sonido, como si así fuese a adivinar qué había ocurrido. Recordaba estar frente a la puerta de la muralla, a Seth herido y otras muchas memorias inconexas, pero no tenía ni idea de donde me encontraba en aquel momento, ni de qué estaba pasando. A mi espalda, Seth comenzó a toser fuertemente. Cuando me volví hacia él, lo descubrí empapado en sudor y con una mancha roja resbalando por la comisura de sus labios. La tos no había parado del todo y le costaba en
Los chicos dormían en el carro profundamente, pero yo no podía acostumbrarme a la sensación de estar vagando por un lugar que, si bien parecía completamente igual al sitio en el que me había criado, era tan diferente. Parecía mentira que una simple muralla podría dividir dos lugares de una forma tan absoluta. No podía apartar mis ojos del cielo, aclareciéndose poco a poco conforme el sol iba saliendo. Estábamos en el mundo exterior y ni siquiera la fiebre ni el dolor en mi costado fueron suficientes para enturbiar el momento. Ni siquiera lo que esos nomads habían dicho sobre el ejército y el propio Consejo tres noches atrás. Ronan no había querido seguir escuchando sus historias. La verdad es que yo se lo agradecí porque estaba empezando a perder la consciencia de nuevo. Incluso mientras nos alejábamos, ellos habían seguido diciendo que estábamos cometiendo un error, que no sabíamos nada sobre la vida, pero daba igual lo que dijesen, estaban cegados por el odio y nosotros no
De pie frente a Illya, los chicos y yo observamos la imponente muralla en silencio. A la luz del atardecer, los pedacitos de vidrio oscuro relucían como estrellas en el firmamento. Si ignorábamos el motivo por el que había sido construida, parecía casi mágica. El camino de piedra que habíamos estado siguiendo conducía directo hasta la propia puerta y continuaba por debajo de esta. Posiblemente era lo único capaz de traspasarla, y de repente me acordé de las palabras del nomad llamado Dallas: “Alguien del interior les ha tenido que abrir”. Era simplemente estúpido, ¿por qué alguien en su sano juicio iba a invitar a pasar a unos monstruos a su propio hogar? ¿Por qué había apuntado al mismísimo Consejo como responsables de ello? No tenía ningún sentido. Negué con la cabeza mientras balanceaba mis pies por el borde del carro y observé a Noah corretear de un lado a otro curioso, pasando sus manos por el muro. Yoel estaba quejándose de que lo estaba poniendo nervi
Era bien entrada la noche cuando Yoel se desplomó sobre una de las camas en una posada de Illya. No estaban en la ciudad, sino en un pueblo cercano a las murallas, pero era tan grande que podría haber pasado casi como la ciudad principal de Luarte. Aunque tampoco es que le hubiese tomado por sorpresa, no era la primera vez que viajaba hasta allí. La primera vez que puso un pie en Illya había tenido diez años. En aquella ocasión sí que le habían resultado chocante las diferencias entre la capital en la que se encontraba y la capital en la que había nacido. Mientras que gran parte de la distribución de Luarte eran bosques, granjas y pequeños pueblos, Illya era todo grandes ciudades y centros de entrenamiento. No por nada era la capital en la que se encontraba la sede del Ejército Imperial. Aquella vez su padre le había arrastrado hasta allí para que aprendiese a pelear de los mejores, pues los Richmond debían ser capaces de proteger con sus propias manos lo que era suy
Ronan soltó lo que era seguramente su decimoctavo suspiro de la noche. Estaba sentado en uno de los colchones de la habitación que les habían asignado a Dan y a él, con la espada apoyada en la pared. La habitación era pequeña, sobre todo para compartir, pero de alguna forma se las habían arreglado para meter en ella dos camas, una diminuta mesita de noche con una lamparilla que delimitaba el espacio entre ambas camas, y en una esquina cercana a la puerta, un ropero. No es que a Ronan le molestase la estrechez, de todas formas. Ya estaba acostumbrado. Lo que le traía preocupado era otra cosa. Varias cosas, de hecho. Tantas, que tuvo que hacer una lista mental para ordenarlas por prioridad, porque era práctico y así tenía una mejor visión de todas ellas, pero también porque necesitaba mantenerse ocupado, o de lo contrario acabaría optando por saltar por la ventana, que por cierto, también era enana. Para empezar y, lo que más le carcomía, era que había fallado. Realmen
La mañana llegó y yo apenas había dormido. Las palabras de mis compañeros daban vueltas en mi cabeza. Por más que había tratado de ignorarlas, me había resultado imposible. Al principio había pensado igual que Seth, en lo imposible del escenario que habíamos pintado. Había recordado las historias de mi madre sobre sus días en el ejército, la camaradería, la preocupación por el bienestar de todo el mundo, la valentía de los soldados… Y recordé también lo poco que me había hablado del Consejo, la tensión que mostraba cuando lo mencionaba y la repentina forma en la que mi padre había dejado su puesto. No tenía forma de responder a las innumerables preguntas que se amontonaban en mi cabeza, pero lo que sí sabía era que necesitaba entrar en el ejército, hacerme fuerte, o sino mis posibilidades de encontrar a Katherine serían aún menores, por lo que opté por dejar todo lo demás de lado, al menos por el momento. El sonido de unos caballos despertó a Seth. Me dedicó
Aidan tiró suavemente de las riendas de su caballo, haciéndolo detenerse. Inclinó la cabeza hacia atrás y observó el enorme edificio frente a él. Era uno de los numerosos centros de entrenamiento repartidos por toda Illya, pero a pesar de lo que pudiese implicar su magnitud, no era ni el más grande ni el más importante. Se encontraba situado a unos cuantos kilómetros al este de la posada en la que habían pasado un par de noches. Apenas les había costado una mañana de camino llegar hasta él. Estaba algo alejado de las transitadas calles de Illya, en la que a diferencia de Luarte, todo parecía conectado. No eran pequeñas aldeas repartidas por el terreno, separados por campos, huertos y bosques, allí, incluso los pueblos más retirados, tenían cierto aire de ciudad. La mayoría de los centros de entrenamientos se encontraban en la periferia, cerca de la muralla, en las únicas zonas que verdaderamente se podían considerar rural en Illya. Aidan miró hacia atrás, hac