Era bien entrada la noche cuando Yoel se desplomó sobre una de las camas en una posada de Illya. No estaban en la ciudad, sino en un pueblo cercano a las murallas, pero era tan grande que podría haber pasado casi como la ciudad principal de Luarte. Aunque tampoco es que le hubiese tomado por sorpresa, no era la primera vez que viajaba hasta allí.
La primera vez que puso un pie en Illya había tenido diez años. En aquella ocasión sí que le habían resultado chocante las diferencias entre la capital en la que se encontraba y la capital en la que había nacido. Mientras que gran parte de la distribución de Luarte eran bosques, granjas y pequeños pueblos, Illya era todo grandes ciudades y centros de entrenamiento. No por nada era la capital en la que se encontraba la sede del Ejército Imperial.
Aquella vez su padre le había arrastrado hasta allí para que aprendiese a pelear de los mejores, pues los Richmond debían ser capaces de proteger con sus propias manos lo que era suy
Ronan soltó lo que era seguramente su decimoctavo suspiro de la noche. Estaba sentado en uno de los colchones de la habitación que les habían asignado a Dan y a él, con la espada apoyada en la pared. La habitación era pequeña, sobre todo para compartir, pero de alguna forma se las habían arreglado para meter en ella dos camas, una diminuta mesita de noche con una lamparilla que delimitaba el espacio entre ambas camas, y en una esquina cercana a la puerta, un ropero. No es que a Ronan le molestase la estrechez, de todas formas. Ya estaba acostumbrado. Lo que le traía preocupado era otra cosa. Varias cosas, de hecho. Tantas, que tuvo que hacer una lista mental para ordenarlas por prioridad, porque era práctico y así tenía una mejor visión de todas ellas, pero también porque necesitaba mantenerse ocupado, o de lo contrario acabaría optando por saltar por la ventana, que por cierto, también era enana. Para empezar y, lo que más le carcomía, era que había fallado. Realmen
La mañana llegó y yo apenas había dormido. Las palabras de mis compañeros daban vueltas en mi cabeza. Por más que había tratado de ignorarlas, me había resultado imposible. Al principio había pensado igual que Seth, en lo imposible del escenario que habíamos pintado. Había recordado las historias de mi madre sobre sus días en el ejército, la camaradería, la preocupación por el bienestar de todo el mundo, la valentía de los soldados… Y recordé también lo poco que me había hablado del Consejo, la tensión que mostraba cuando lo mencionaba y la repentina forma en la que mi padre había dejado su puesto. No tenía forma de responder a las innumerables preguntas que se amontonaban en mi cabeza, pero lo que sí sabía era que necesitaba entrar en el ejército, hacerme fuerte, o sino mis posibilidades de encontrar a Katherine serían aún menores, por lo que opté por dejar todo lo demás de lado, al menos por el momento. El sonido de unos caballos despertó a Seth. Me dedicó
Aidan tiró suavemente de las riendas de su caballo, haciéndolo detenerse. Inclinó la cabeza hacia atrás y observó el enorme edificio frente a él. Era uno de los numerosos centros de entrenamiento repartidos por toda Illya, pero a pesar de lo que pudiese implicar su magnitud, no era ni el más grande ni el más importante. Se encontraba situado a unos cuantos kilómetros al este de la posada en la que habían pasado un par de noches. Apenas les había costado una mañana de camino llegar hasta él. Estaba algo alejado de las transitadas calles de Illya, en la que a diferencia de Luarte, todo parecía conectado. No eran pequeñas aldeas repartidas por el terreno, separados por campos, huertos y bosques, allí, incluso los pueblos más retirados, tenían cierto aire de ciudad. La mayoría de los centros de entrenamientos se encontraban en la periferia, cerca de la muralla, en las únicas zonas que verdaderamente se podían considerar rural en Illya. Aidan miró hacia atrás, hac
Una alarma hizo que me despertase sobresaltado. Era un sonido penetrante y desagradable, que parecía anunciar el mismísimo fin del mundo. Sudando, salté desde una de las literas de arriba, que la noche anterior había reclamado como mía. Pensé que me encontraría con un grupo de Oscuros en la puerta del dormitorio, o tal vez con Alyssa junto a un grupo de soldados, esperando para llevarnos a la horca. Medio dormido como estaba, estuve a punto de dejarme los dientes en el suelo. Me estabilicé como pude apoyando la mano derecha en el suelo, me puse en pie y corrí hacia la puerta, pasando las camas de Thomas y Noah, aún desorientados. Asomé la cabeza con precaución y observé el largo pasillo, tratando de encontrar la dirección desde la que venía el inquietante sonido. Una puerta se abrió cerca de mi posición y de ella salieron dos chicos. Eran mucho mayores que yo. Uno de ellos era incluso más alto que Seth. Los dos iban vestidos con pantalones negros y botas militares, a
Cuando Alyssa anunció que empezaríamos con el entrenamiento, jamás habría imaginado lo que tenía planeado para Seth y para mí. Me había hecho muchas ideas en base a historias de mi madre, e incluso había inventado las mías propias. Escalar montañas tan empinadas que ni las cabras se atrevían a poner una pata en ellas, y tan altas que quedaría de nosotros poco más que una masa sanguinolenta si es que pisábamos donde no debíamos. Bucear hasta las profundidades de ríos llenos de pirañas, enfrentarnos a las bestias del bosque, puede que incluso salir fuera de las murallas en busca de Oscuros para darles caza. Sin embargo, puesto que aún nos estábamos recuperando de nuestras heridas, se había acercado a nosotros, nos había dado un par de palmaditas en la espalda, nos dijo que lo habíamos hecho muy bien y nos mandó a descansar a la enfermería. Gran primer día. El ejército no era cómo había imaginado. Tenía multitud de sentimientos encontrados, pero una parte de mí
La puerta crujió escandalosamente al abrirse y el macabro sonido mandó escalofríos a lo largo de mi columna. Pensé en lo que sería capaz de hacerme Alyssa si me descubría allí. Tal vez solo recibiría algún tipo de amonestación por desobedecer sus órdenes, pero yo había leído esa carta en la que claramente ordenaba matar a cualquiera que metiese las narices en sus asuntos, fueran cuales fuesen, por lo que estaba bastante seguro de que no tendría reparos en matarme a mí también si lo descubría. La cuestión era, ¿sabría que la había leído? Si por algún milagro la había colocado en su sitio antes de sucumbir al pánico, era muy posible que mi expresión me delatase. No tenía ningún espejo a mano, pero sabía que la culpabilidad y el miedo estaban escritos por todo mi rostro. La puerta se cerró, dejándome encerrado con Alyssa en aquella habitación, sin ninguna posibilidad de escapar. «Tranquilízate, Jace» Me dije a mi mismo. «El entrenamiento no ha podid
Cerca de las instalaciones del cuartel había un terreno despejado que utilizábamos para entrenar. Si bien es cierto que Seth y yo tardamos un mes más en unirnos a los demás, la verdad es que yo me adelanté un poco entrenando por mi cuenta. Las semanas de antes de que nos dieran oficialmente el alta, mi herida ya rara vez me molestaba, por lo que solía escaparme para ejercitarme por las noches, cansado de tanto dormir durante todo el día. En ocasiones conseguía arrastrar a Thomas conmigo, pero cuando no podía levantarlo de su cama ni aún sobornándolo con material de dibujo que sonsacaba a los guardias a base de mentiras, como Dan me había enseñado a hacer, me iba por mi cuenta. Había algo en el silencio de la noche que me reconfortaba e inquietaba a partes iguales. Puede sonar confuso, pero la tranquilidad que antes experimentaba cuando me tumbaba junto a mi lago bajo las estrellas, disfrutando de la soledad, ahora chocaba con los recuerdos de todo lo que había perdido. Antes
—¡¿Lo ves?! ¡Te lo dije! ¡Tú bromita nos ha salido cara! —exclamó Seth, haciéndose oír por encima del barullo que se había formado. —¿Y cómo narices iba a saber que de verdad iba a pasar algo así? Ni que tuviese yo la culpa —se defendió Yoel. A pesar de eso se le veía un tanto intranquilo. —¡Pues lo que oyes! ¡Hay cosas con las que no se puede bromear! Mira lo que ha pasado ahora, ¡zape, zape! —pronunció Seth mientras se limpiaba un polvo imaginario de los brazos. —No te comportes como una mojigata. ¡Deja de hacer eso! —gruñó Yoel propinándole un empujón. Seth se tambaleó ligeramente, pero siguió con su cántico para alejar la mala suerte, o lo que sea que fuese eso. Dudo mucho que Yoel pensase realmente que aquello había pasado por lo que él había dicho, pero por la forma en las nos miraba, sobre todo a Noah, Thomas y a mí, estaba claro que ya nos estaba enterrando en su imaginación. Por otro lado, Dan, quien ya de por sí era pálido, alcanzó el estatu