Seth temblaba de los pies a la cabeza, aunque no tenía ni idea de si se debía al frío o al miedo. Bueno, en realidad sí que lo sabía, pero no pensaba admitirlo, ni siquiera a él mismo. No podía parar quieto, pero Ronan ya le había echado más de una mirada preocupada, por lo que había optado por morderse el labio y tratar de mantener la calma.
Por Azriel, ese chico sí que andaba siempre preocupado, y mira que él no era mucho mejor. Incluso tenía la sensación de que se le estaba empezando a caer el pelo y una vez había prometido que si eso pasaba se cortaría la cabeza directamente. Antes muerto que calvo. No es que tuviese nada en contra de los calvos, pero su padre había sido de pelo pobre y la forma de su cabeza se podía contemplar perfectamente. Parecía el contorno de huevo, por lo que se podría esperar algo parecido de sí mismo. No quería tener otro motivo para ser el hazmerreír, ya tenía suficiente.
Habían discutido entre todos hasta el más mínimo de los detalles,
Noah vio asombrado cómo Jason caía al suelo entre convulsiones. Nunca había sido el chico más inteligente, pero no le hizo falta para saber que aquello eran malas noticias, muy malas noticias. —¡Joder! —exclamó Yoel mientras corría a socorrer al menor—. ¡Le está saliendo espuma por la boca! —¡Ponlo de lado! —le gritó. Le habría gustado hacerlo con sus propias manos, pero las tenía ocupadas presionando la herida de Seth. Había visto al doctor de su aldea tratar un caso como ese en una ocasión, cuando se había acercado a llevarle algunas plantas medicinales que había recogido. Se le daba bien identificarlas, y mira que nunca había estudiado nada al respecto. Cuando las veía simplemente sabía qué eran, para qué servían. Era como una especia de don, como el de Thomas, tal vez, solo que mucho menos útil. —¿Qué está pasando? —preguntó Seth, abriendo sus ojos azules con dificultad. Hasta el momento había permanecido callado y con los ojos cerrados, p
Las hojas caídas de los árboles crujían bajo las gruesas botas de Aidan, creando una melodía a su paso. No le habían costado baratas, pero habían sido una de las mejores inversiones de su vida, aparte de su querido arco. Claro que tampoco es que las hubiese pagado con su dinero, propiamente dicho… Había salido a buscar a Noah, quien aparentemente se había perdido en algún momento de camino al carro y de paso se había propuesto cazar algo. Normalmente no se permitiría hacer tanto ruido durante una caza, pero de todas formas Ron ya estaba armando jaleo por los dos. No es que no fuese capaz de mantenerse silencioso, se había encargado de enseñarle durante sus largos años juntos y Ron sin duda aprendía rápido. Por eso sabía que había algo que andaba mal con su amigo de la infancia. Bueno, quitando lo obvio, claro, como el hecho de que Noah estaba desaparecido, que sin él no tenían ni idea de cómo rebajar la fiebre de Seth y Jason, que habían perdido sus hogares,
A Yoel siempre le había gustado hacer las cosas por sí mismo. No disfrutaba en exceso de la compañía humana, había descubierto desde muy joven lo horribles que las personas podían llegar a ser, así que se había mantenido alejado de todo el mundo en la medida en que le había resultado posible. Por supuesto, había habido ocasiones en las que tuvo que asistir a eventos sociales, como bailes de salón o reuniones de negocios debido a la posición de su padre, aunque el odio que sentía su madrastra hacia él había hecho que ese tipo de situaciones fueran escasas. Quién iba a pensar que el asco que le tenía esa mujer llegaría a ser tan conveniente en algunos momentos. De igual forma, y así se había encargado de hacérselo saber en numerosas ocasiones a lo largo de los años, el sentimiento era mutuo. De hecho, Yoel odiaba a casi toda la especia humana. No toda, tampoco estaba tan amargado como para pensar que no había nadie en el mundo que valiese la pena, pero de todas formas
Un enorme estruendo hizo que me incorporase exaltado. Me tambaleé sobre el carro tratando de ponerme en pie, mientras el sonido hacía eco en mis oídos. En el lapso de tres latidos entendí qué había sido aquel ruido que me había despertado. Un disparo. Sabía que sería inútil, pero miré hacia la lejanía, en la dirección de la que había provenido el sonido, como si así fuese a adivinar qué había ocurrido. Recordaba estar frente a la puerta de la muralla, a Seth herido y otras muchas memorias inconexas, pero no tenía ni idea de donde me encontraba en aquel momento, ni de qué estaba pasando. A mi espalda, Seth comenzó a toser fuertemente. Cuando me volví hacia él, lo descubrí empapado en sudor y con una mancha roja resbalando por la comisura de sus labios. La tos no había parado del todo y le costaba en
Los chicos dormían en el carro profundamente, pero yo no podía acostumbrarme a la sensación de estar vagando por un lugar que, si bien parecía completamente igual al sitio en el que me había criado, era tan diferente. Parecía mentira que una simple muralla podría dividir dos lugares de una forma tan absoluta. No podía apartar mis ojos del cielo, aclareciéndose poco a poco conforme el sol iba saliendo. Estábamos en el mundo exterior y ni siquiera la fiebre ni el dolor en mi costado fueron suficientes para enturbiar el momento. Ni siquiera lo que esos nomads habían dicho sobre el ejército y el propio Consejo tres noches atrás. Ronan no había querido seguir escuchando sus historias. La verdad es que yo se lo agradecí porque estaba empezando a perder la consciencia de nuevo. Incluso mientras nos alejábamos, ellos habían seguido diciendo que estábamos cometiendo un error, que no sabíamos nada sobre la vida, pero daba igual lo que dijesen, estaban cegados por el odio y nosotros no
De pie frente a Illya, los chicos y yo observamos la imponente muralla en silencio. A la luz del atardecer, los pedacitos de vidrio oscuro relucían como estrellas en el firmamento. Si ignorábamos el motivo por el que había sido construida, parecía casi mágica. El camino de piedra que habíamos estado siguiendo conducía directo hasta la propia puerta y continuaba por debajo de esta. Posiblemente era lo único capaz de traspasarla, y de repente me acordé de las palabras del nomad llamado Dallas: “Alguien del interior les ha tenido que abrir”. Era simplemente estúpido, ¿por qué alguien en su sano juicio iba a invitar a pasar a unos monstruos a su propio hogar? ¿Por qué había apuntado al mismísimo Consejo como responsables de ello? No tenía ningún sentido. Negué con la cabeza mientras balanceaba mis pies por el borde del carro y observé a Noah corretear de un lado a otro curioso, pasando sus manos por el muro. Yoel estaba quejándose de que lo estaba poniendo nervi
Era bien entrada la noche cuando Yoel se desplomó sobre una de las camas en una posada de Illya. No estaban en la ciudad, sino en un pueblo cercano a las murallas, pero era tan grande que podría haber pasado casi como la ciudad principal de Luarte. Aunque tampoco es que le hubiese tomado por sorpresa, no era la primera vez que viajaba hasta allí. La primera vez que puso un pie en Illya había tenido diez años. En aquella ocasión sí que le habían resultado chocante las diferencias entre la capital en la que se encontraba y la capital en la que había nacido. Mientras que gran parte de la distribución de Luarte eran bosques, granjas y pequeños pueblos, Illya era todo grandes ciudades y centros de entrenamiento. No por nada era la capital en la que se encontraba la sede del Ejército Imperial. Aquella vez su padre le había arrastrado hasta allí para que aprendiese a pelear de los mejores, pues los Richmond debían ser capaces de proteger con sus propias manos lo que era suy
Ronan soltó lo que era seguramente su decimoctavo suspiro de la noche. Estaba sentado en uno de los colchones de la habitación que les habían asignado a Dan y a él, con la espada apoyada en la pared. La habitación era pequeña, sobre todo para compartir, pero de alguna forma se las habían arreglado para meter en ella dos camas, una diminuta mesita de noche con una lamparilla que delimitaba el espacio entre ambas camas, y en una esquina cercana a la puerta, un ropero. No es que a Ronan le molestase la estrechez, de todas formas. Ya estaba acostumbrado. Lo que le traía preocupado era otra cosa. Varias cosas, de hecho. Tantas, que tuvo que hacer una lista mental para ordenarlas por prioridad, porque era práctico y así tenía una mejor visión de todas ellas, pero también porque necesitaba mantenerse ocupado, o de lo contrario acabaría optando por saltar por la ventana, que por cierto, también era enana. Para empezar y, lo que más le carcomía, era que había fallado. Realmen