Federico
No podía quitarme a Luna de la cabeza, estaba molesto conmigo mismo. Al principio, solo la deseaba, como cualquier otra mujer con la que me había cruzado. Quería acostarme con ella y seguir adelante, como siempre lo hacía. Pero esta vez era diferente. No sé en qué momento la cosa cambió. De repente, me encontraba deseándola a todas horas, pensando en ella más de lo que debería. Lo peor era que me estaba afectando de una manera que no había previsto, algo que no me había permitido sentir desde aquella vez. La mujer que amé antes me traicionó, me dejó por su marido. Después de eso, decidí no volver a enamorarme. No más. Solo diversión, sin compromiso, sin complicaciones. Pero ahora, con Luna, todo era distinto.
Esta noche la traigo a la casa de Pablo. No era cualquier lugar, era donde ocurrían las cosas que las personas "normales" no entenderían. Desde que bajamos al coche, noté que estaba nerviosa. No me extrañaba, esto no era su ambiente, pero tenía que conocerlo si de verdad íbamos a seguir. Si quería estar conmigo, tenía que aceptar todo lo que implicaba estar a mi lado.
Cuando llegamos, Carlos me pidió la llave del coche y me miró de arriba abajo, curiosamente.
—¿Y quién es ella? —me preguntó con una sonrisa que no me gustó nada.
—Es mi chica —respondí sin vacilar, dejando claro que Luna no era como las demás.
Luna apretó mi mano, noté cómo el sudor comenzaba a humedecer su palma. Seguimos caminando por un oscuro pasillo hasta llegar a una puerta. Abrí y la empujé suavemente hacia adentro. La luz roja de la habitación iluminaba sus ojos, que ahora estaban llenos de sorpresa y confusión.
—¿Qué es esto? —preguntó en voz baja, como si no quisiera que nadie más la escuchara.
Le sonreí, intentando calmarla.
—Te traje a conocer mi mundo, mi Étherya —le respondí, envolviendo mi brazo en su cintura.
Al otro lado de la habitación, Pablo estaba rodeado de chicas, obviamente en medio de sus propios asuntos. Cuando me vio, se levantó y vino hacia nosotros, lanzando una mirada apreciativa a Luna.
—Pero qué bellezas has traído—Comento con ojos lacivos.
—Esta belleza es mía —declaré, sin darle espacio para que interpretara otra cosa.
—Tranquilo maje, aquí tu sabes como son las reglas. Vas a querer el combo.—Pregunto sin dejar de ver a Luna.
—Que sea, dos nada más.
Luna me apretó la mano aún más fuerte. Podía sentir el temblor en su cuerpo, sabía que quería salir corriendo de aquí. Pero no podía dejarla irse así. Ella tenía que saber quién era yo, lo que hacía, cómo vivía. Era la única forma en que podía ser honesto con ella, si de verdad íbamos a tener algo.
Le dije a Pablo que quería una habitación privada, no estaba interesado en participar en lo que estaba sucediendo alrededor. Pablo asintió y me acompañó hasta una habitación más tranquila. Luna apenas podía ocultar su incomodidad.
—Federico, llévame a casa, por favor —me pidió, con un tono que mezclaba desesperación y miedo.
—Tranquila, cariño. Aquí no te va a pasar nada —le dije, aunque sabía que esas palabras no le iban a bastar.
—¿Qué es todo esto? —preguntó, moviendo la cabeza como si estuviera tratando de procesar lo que veía—. ¿Cómo puedes vivir así?
Me apoyé en la pared, observándola moverse por la habitación, con la luz roja reflejándose en su piel.
—Esta es mi vida, Luna. Esto es lo que hago. De esto vivo. No puedo esconderlo. Y no quiero seguir contigo si no sabes quién soy realmente.
Luna me miró como si no me reconociera, como si el hombre que tenía enfrente fuera alguien completamente distinto.
—¿Qué significa esto? ¿Qué quieres de mí? —preguntó, alejándose hacia la puerta, pero sin cruzarla.
—Te estoy diciendo que estoy enamorado de ti, Luna —le solté, las palabras pesadas, crudas, pero ciertas—. Y si vamos a seguir adelante, quiero que entiendas en qué mundo estoy metido. No voy a mentirte, no voy a ocultarte nada.
Ella sacudió la cabeza, sin poder creer lo que estaba oyendo.
—Estás loco. No pensé que fueras así. Sabía que fumabas, pero esto… —hizo una pausa, mirando hacia la puerta como si quisiera correr, pero sabiendo que no podía.
—Este soy yo, Luna. Así soy. No puedo cambiarlo. Esta es mi vida desde que soy un crío. Y si no puedes aceptarlo, lo entenderé.
Luna respiró profundamente, mirándome a los ojos. Sabía que la estaba asustando, pero también sabía que tenía que decirle la verdad. No podía ocultar quién era, no con ella.
—¿Y qué esperas que haga? ¿Que acepte esto? —preguntó, su voz temblando—. ¿Que finja que está bien?
—No espero que finjas nada —le respondí, acercándome a ella, tan cerca que podía sentir su respiración acelerada—. Solo quiero que sepas lo que soy. Y si después de esto decides que no puedes estar conmigo, lo entenderé.
Metí mis manos dentro de su diminuta falda, sintiendo su piel bajo la ropa. Ella quiso apartarse, pero no pudo. Cuando empecé a besar su cuello, supe que no había vuelta atrás. Sabía que la deseaba más de lo que debía, y aunque la situación era tensa, el fuego que sentía por ella me quemaba por dentro.
—Te quiero, Luna —susurré mientras mis manos recorrían su cuerpo.
Ella se quedó quieta por un momento, y luego, como si algo dentro de ella reaccionara me miró con los ojos llenos de emociones que no podía leer. Me alejé un poco, esperando su respuesta sabiendo que esa noche definiría todo.
—Por favor, quiero sentirte—Menciono y en ese instante supe que ella habia aceptado. La levanté en mis brazos y la acomodé sobre la pequeña cama. Mis manos comenzaron a desabrochar su ropa, y aunque me miraba con nerviosismo, su mirada estaba cargada de anticipación.
—No quiero que te muevas,— le dije con firmeza.
—¿Qué vas a hacer?— preguntó, su voz temblando un poco.
—Tranquila, no va a pasar nada malo— le aseguré. Justo entonces, la puerta se abrió y vi a Pablo entrar. Me entregó lo que le había pedido: un pequeño paquete que contenía una mezcla de hierbas, un estimulante que prometía intensificar el deseo.
—¿Qué es esto?— preguntó de nuevo, un brillo de curiosidad en sus ojos.
—Es solo para que lo pasemos bien. No te preocupes— le aclare acercándome. Encendí el cigarrillo y tomé un sorbo de ron antes de acercarme a ella. La besé suavemente, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba, pero luego se relajaba al dejarse llevar. Mis labios comenzaron a explorar su piel desnuda, y ella se estremeció ante mis caricias.
—Quiero que sientas lo que es estar en otro nivel,— susurré, mientras bajaba lentamente. —¿Quieres probarlo?.
—Está bien,— dijo, insegura pero dispuesta. Cuando aceptó, le pasé el contenido de mi boca, y aunque se asustó al principio, pronto sus labios se abrieron, dejando que el sabor la envolviera.
Con cada beso que dejaba en su piel, mi deseo crecía. Ella trataba de soltarse, pero yo la mantenía firme, disfrutando de su vulnerabilidad. Fui a su intimidad, lamiendo y mordiendo suavemente, provocando que sus gemidos se mezclaran con el sonido de nuestra respiración.
—Esto es solo el comienzo,— le murmuré. Colocando mi pene sobre su vagina, la penetre lentamente, dejándole experimentar cada delicioso espasmo. Ella se retorcía, deseando liberarse de mis manos, pero yo la mantenía controlada.
—¡Oh, Fede!—Gimió excitada.
—¿Te duele?— le pregunté mientras la miraba a los ojos.
—No, no, hazlo,— respondió con un gemido de placer, dándome el permiso que deseaba. Comencé a moverte con más fuerza, sintiendo cómo su cuerpo se adaptaba al ritmo, como si nos volviéramos uno solo.
La solté, y nuestros gemidos resonaron en la habitación, creando una sinfonía de placer. —Quiero más fuerte, por favor,— pidió su voz llena de necesidad.
—Sé que sí, mi amor,— respondí, llevándola a una nueva posición, con su trasero levantado, mientras la penetraba de nuevo. Sus gemidos se intensificaban, y su cuerpo se entregaba a la ola de sensaciones.
—Si, se siente bien—murmuró agitada.
—Vas a rogar por más cuando esto termine— le dije entre dientes, sintiendo cómo ella se aferraba a mis manos, pidiéndome más.
Aumenté el ritmo, dejándola experimentar el placer desenfrenado mientras jugaba con su cuerpo, apretando sus pechos y mordiendo su piel, cada movimiento llevándola más lejos en un mundo de lujuria.
—Solo mira por la ventana,— le dije, abriendo una de las persianas. Ella quedó sorprendida, pero también intrigada por lo que veía. —No somos solo nosotros aquí,— le recordé, mientras la mantenía en esa danza de placer.
—Ellos nos verán...
—Nadie nos verá, solo nosotros podemos verlos. Dime Te gustaría que te ponga esa posición como ellos lo hacen.
—No, por ahora así es... suficiente—Habló entrecortada y supe en ese momento que la droga estaba dando efecto en ella.
Pasamos más de una hora en esta conexión ardiente, hasta que la recosté de nuevo en la cama, dejándola montarse sobre mí. Sus labios encontraron los míos, mientras continuábamos explorando el cuerpo del otro. Estaba completamente perdida en la locura del momento, y ambos disfrutamos de cada instante. Mordí su vientre, sus pechos y ella me cabalgaba como una experta, bajo sus besos a mis pectorales y pude ver la juraría en sus ojos, rogando por más adrenalina.
Ella ahora será solo mía, y se que este es inicio de nuestras locuras.
Lunaicy.Abrí los ojos con dificultad, mi cuerpo pesaba, y cada parte de mí dolía. Giré mi cabeza y lo vi, Federico estaba completamente desnudo a mi lado. ¿Qué rayos había pasado? Me pregunté mientras una ola de pánico me invadía. Y miles de imágenes se filtraron en mi cabeza, me levanté rápidamente buscando mi ropa con desesperación. Al encontrarla, me la puse torpemente, sintiendo un mareo horrible. Todo a mi alrededor daba vueltas y las náuseas me golpearon de lleno.—¿Qué diablos hice? —me susurré, confundida y asustada. El dolor en mi cuerpo era extraño, incluso tenía marcas de mordidas. Mi corazón latía con fuerza cuando Federico comenzó a despertar.—Oye, cálmate —dijo con una voz suave pero irritante—. Solo disfrutamos.—¡Suéltame! —le grité, alejándome—. Esto es una locura. ¿Qué hora es? ¡Dios!Federico se levantó con una calma desquiciante y, tras echar un vistazo al reloj, comentó: —Son pasadas las ocho.Mi corazón se hundió. No solo era tarde, sino que había perdido total
FedericoDaba vueltas en mi habitación, la cabeza me daba mil vueltas como cada vez que la voz de mi padre se convertía en el despertador de mis malas mañanas. Gritaba de todo, y a pesar de que yo sabía que no traía suficiente dinero a la casa, me dolía ver cómo nunca parecía alcanzar para sus gastos. ¿Es que acaso él no veía el esfuerzo que hacía? Era como un disco rayado, siempre el mismo sermón, día tras día, rebotando en mi cabeza como una m*****a alarma imposible de apagar. Esta mañana, sin pensarlo dos veces, agarré mi chaqueta y salí de casa rumbo a la plaza. Solo quería escapar de esa espiral de quejas y reproches.Caminé por la calle y, como era costumbre, me detuve en una tienda de la esquina. Compré un emparedado y una gaseosa; en casa, el ambiente era tan sofocante que prefería comer solo, en silencio, lejos de los gritos. Me senté en una de las bancas de la plaza, observando a las familias que disfrutaban del día. De alguna manera, me dolía ver a los niños reír mientras co
Lunaicy El aire era cálido, envolviéndome mientras me aferraba a la cintura de Federico. Sentía cómo la motocicleta avanzaba con velocidad, y la carretera se extendía frente a nosotros, alejándonos de Managua. No me importaba realmente a dónde íbamos; solo quería distraerme, dejar atrás la carga del día. Quizás aceptar salir con él no había sido la mejor idea, pero necesitaba respirar, aunque fuera por un momento.La verdad, aún estaba consternada por lo que ocurría en casa. Mi madre parecía más interesada en su relación con ese hombre que en nosotras, sus hijas. Algo en él no me inspiraba confianza; me parecía alguien falso, como si solo estuviera buscando algo pasajero, más un placer momentáneo que un verdadero amor. Tal vez solo quería asegurarse un buen futuro a costa de mi madre. Y lo peor de todo era su idea de sacarnos de nuestra casa, de nuestra vida en el barrio, y llevarnos a una mansión en algún lugar desconocido. ¿Para qué? La casa en la que vivíamos era grande y había sid
Lunaicy Llegamos al hotel donde pasaríamos la noche. Dejé mis cosas sobre la mesa y me acerqué a la ventana para admirar la iluminada noche. El reflejo de las luces parecía danzar sobre el cristal, mientras el silencio del lugar me envolvía. Las manos de Federico rodearon mi cintura con fuerza, y su abrazo me hizo sentir una inexplicable sensación de paz. En ese momento, supe que esa noche sería especial, que a su lado no existían los juicios ni las dudas.Por primera vez, no me preocupaba lo que mi madre pudiera pensar. Siempre me criticaba, como si tener un novio fuera algo indebido, mientras ella vivía su relación como le daba la gana. Ya me daba igual. Si ella podía hacer su vida, ¿por qué yo no podía hacer la mía? Por mucho tiempo pensé en los prejuicios, en lo correcto y lo incorrecto, pero ahora no quería arrepentirme de nada. Quizá lo que hacemos no es perfecto, tal vez Dios me juzgue, pero esta noche solo quiero ser feliz. Nos quedamos abrazados, hablando de cosas triviales
Lunaicy Al día siguiente regresé a casa. Le pedí a Federico que me dejara en la esquina, no quería que nadie lo viera conmigo. Eran más de las ocho de la mañana, y sabía que este día sería crucial. Algo dentro de mí lo presentía, pero no estaba preparada para enfrentarlo, mamá estará muy furiosa conmigo, esta vez me comparte como una Rebelde.Toqué el timbre varias veces, y cuando la puerta se abrió, ahí estaba él, el idiota de mi padrastro.—Buenos días, por lo menos, Luna. Creo que estás empezando a ser un poco irresponsable, preocupándonos por ti mientras estás quién sabe dónde —dijo con su habitual tono sarcástico.Lo miré con desprecio y entré sin decir una palabra.—¡Luna! ¿Cómo es posible que llegues a esta hora? —gritó mi madre desde la sala.Cerré la puerta tras de mí y me dirigí hacia ella. Estaba sentada en el sillón, con los brazos cruzados y una expresión que no presagiaba nada bueno.—Lo siento, madre. Estaba con una amiga —respondí con calma, aunque por dentro sabía qu
LunaicyNo lo podía creer. Mamá había cumplido con su palabra. La casa había sido entregada a los nuevos dueños mientras nosotros esperábamos en el auto. Desde la ventanilla, vi cómo mamá entregaba los papeles, firmando el final de nuestra vida en ese lugar. Marta, nuestra fiel empleada y casi una segunda madre para mí, me acarició el cabello, intentando consolarme. Mi hermanita Estrellita, sentada junto a mí, bajó la cabeza en silencio, evitando mirarme a los ojos. Y luego estaba Gabriel, mi padrastro, con esa sonrisa de satisfacción que me hervía la sangre. ¿Cuál era su plan? ¿Qué pretendía mamá al vender nuestra casa y llevarnos lejos de todo?No dejaba de llamar a papá, pero no contestaba. No sabía nada de él desde hacía meses y su ausencia pesaba en mi pecho. Lo necesitaba ahora más que nunca. No quería mudarme a esa mansión. Pero, ¿qué opciones tenía? No trabajaba, apenas estudiaba en la universidad, y no tenía adónde ir. Intenté llamar a Federico, el único refugio que sentía qu
Gabriel.Entré a mi habitación y me quedé mirando el jardín. Las luces del atardecer pintaban un cuadro perfecto. Pasé una mano por mi barba, que empezaba a marcarse más con el tiempo, y sonreí para mí mismo. Todo iba según mi plan. Ahora las tenía aquí, bajo mi techo, y nada ni nadie podría alejarlas de mí. Miriam había sido una ingenua al aceptar traer a sus hijas a esta casa. Una madre preocupada por darles un mejor futuro... pero no sabía que había traído a sus pequeñas directamente a las fauces del lobo.Mis pensamientos se detuvieron en Luna. Esa pequeña fiera me tenía obsesionado. La había observado durante meses, desde que Miriam, en su torpeza, me mostró una foto de ella. Fue entonces cuando supe que haría cualquier cosa para tenerla. Primero, claro, debía ganarme a su madre, enamorarla más de lo que ya estaba. No voy a mentir: Miriam es una mujer apasionada, y en la cama no tiene rival. He disfrutado nuestras noches juntos, aunque me lleve algunos años. Pero ella no es más q
Paseaba sin rumbo por la calle central, miraba todo a mi alrededor con total aburrimiento, — En serio que este día era fatal para mi— La universidad, el trabajo y encima él. Si él mi vecino él que últimamente me tenía con la mente ocupada con sus mensajes sin enviar o quizás ya no tenía ganas de escribirme, sin embargo ayer lo vi, cuando pasaba por su casa estaba de pies mirando su celular quise saludarlo pero no tuve valor, pase caminando a toda prisa y su voz me detuvo en seco.—Ya ni saludar quieres—Replico con seriedad a lo que fruncí el ceño expectante esperando a ver que más me decia—Muy seria mi vecina.—No lo creo—Respondi señalando su celular, el lo observo y luego sonrió, mire que empezó a escribir y a los instantes un mensaje entró, diciendo.—Parece que tu novio ya no te deja chatear conmigo—frunci el entrecejo y sonreí con burla.—No será al contrario—Comento con sarcasmo, escribo rápidamente y le mando un mensaje—Cuidado es tu mujer la que no permite que saludes a los ve