Apoderándome de mi luna humana
Apoderándome de mi luna humana
Por: Ruiza23
CAPÍTULO 1

Los humanos viven sus días pacíficamente, sin conocer todo a su alrededor. Son seres insignificantes; la realidad es que los hemos gobernado por siglos sin ellos saberlo. Nosotros, los licántropos, tenemos el mundo a nuestros pies.

Soy Alfa Kogan. Mi lobo se llama Rax; él no suele hablar, pero cuando toma el control es mejor que no estés cerca, pues no le importa nada ni nadie. Solo nos inclinamos ante nuestros padres. Estoy orgulloso de pertenecer a la manada más fuerte de todas: “Real Blood”. Somos grandes, con una fuerza y destreza superior a las otras manadas. Ni siquiera piensan en estar en conflicto con nosotros, porque no quedará nada de ellos.

Soy el mayor de 6 hermanos. No es normal que una pareja de licántropos haya concebido tantos hijos. Mi padre le rogó a nuestra Diosa tener una gran descendencia. Él era el último Alfa de nuestra manada y no permitiría que nuestra sangre se perdiera. A cada uno de nosotros nos entrenó y preparó para ser los mejores Alfas. Nos otorgó una parte de su extenso territorio con más de 800 mil lobos a nuestro cargo y, a donde vayamos, nos tratan con respeto.

Me gusta pensar que los otros Alfas nos temen, ya que soy superior e intocable, y me siento orgulloso de ello. Mi madre me dijo que soy especial: nací una noche de eclipse lunar y, justamente cuando los bordes de la luna se tornan dorados, llegué a este mundo. Ella nos inculcó que todos los lobos de la manada son fundamentales, sean betas, deltas, centinelas, gammas u omegas; todos son importantes y a todos los protejo.

Adoramos a la Diosa Lunar. Sé que tenemos un Dios Lunar, me lo relató mi madre de cachorro. Se dice que él era un licántropo sin control, no tenía piedad de nadie y, cuando encontró a su pareja, dejó de ser temido y pasó a ser respetado, ya que ella apaciguaba al lobo terrible que tenemos dentro. Su compañera se llamaba Luna y, desde entonces, nos dirigimos a nuestras parejas como "Lunas" por respeto a nuestra Diosa.

Tengo 950 años. Agradezco que mi compañero nunca haya aparecido y realmente ¡no lo necesito!

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Miles de kilómetros de distancia, una hermosa mujer de largo cabello castaño oscuro, piel bronceada y ojos color chocolate se prepara para iniciar su jornada de trabajo. Ese día tenía que supervisar diferentes proyectos, revisar algunos planos y diseñar otros. Le había costado mucho esfuerzo y sacrificio ser arquitecta, y desempeñaba su trabajo de la mejor manera posible. Esperando a un cliente, se dispuso a verificar que todas sus exigencias estuvieran corregidas y escuchó abrirse la puerta.

— ¿Cómo has estado? — Ella automáticamente alzó su mirada.

— Hiro, es un gusto volver a verle — dijo con cortesía e inclinándose, mostrando respeto a su cliente.

— ¿Estás ocupada? — preguntó él al verla mirando las grandes hojas de papel en su escritorio.

— Solo reviso los cambios que solicitó — él asintió a su respuesta y tomó asiento enfrente de ella.

Cristal le mostraba las correcciones que Hiro le había solicitado. Era normal que se hicieran arreglos; a pesar de esto, él siempre demostraba gran satisfacción por su trabajo.

— ¿Desea algún cambio adicional? — le preguntó Cristal y él negó con la cabeza.

La arquitecta preparó los planos para entregar con sus respectivas firmas. Pensaba en las exigencias tan extrañas de este cliente; parecía que estuviera realizando una especie de fortaleza, como si estuvieran preparándose para una emboscada, guerra o algo parecido. Se los entregó y él se dispuso a retirarse.

— Elena te envía saludos — mencionó Hiro antes de salir de la oficina.

— Dile que venga a visitarme pronto — ella sonrió. Él solo la miró y se retiró sin responder. La mujer dejó de contener la respiración; la presencia de este hombre en muchas ocasiones era intimidante.

Comencé a diseñarle a Hiro hace dos años. Conocí a su esposa, Elena, en la universidad y siempre demostró un gran interés en mi forma de diseñar. Estoy muy agradecida porque ellos me habían recomendado y habíamos tenido muchos nuevos clientes en la empresa donde trabajo. Me llamo Cristal Rain, tengo 32 años y soy arquitecta. A pesar de mi edad, tengo una hermosa figura y me ejercito a diario. Tengo el cabello castaño claro y mis ojos son chocolate claros.

Tengo 3 hermanos mayores. Ellos me enseñaron artes marciales, boxeo, a conducir autos y motos, y me hicieron amante de los videojuegos. En fin, no soy la típica mujer obsesionada con el maquillaje, y hasta sé cómo hackear el sistema de seguridad de una vivienda. Como les mencioné, no soy amante de los zapatos altos ni de las carteras; mi estilo es más deportivo. Me gusta andar en jeans, zapatillas y suéter, pero claro, cuando debo arreglarme simplemente acaparó la atención de todos.

Como arquitecta, debo revisar mis proyectos que están en construcción. Tengo muchas responsabilidades a mi cargo, como verificar el control de calidad, los costos de los materiales y otras obligaciones.

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Unas horas después, Hiro se encontraba en el aeropuerto. Se ubicó en una de las rampas privadas esperando a cierto lobo.

— Al fin llegó ese idiota — balbuceó viendo aterrizar su jet privado.

De lejos, Kogan miró a su segundo hermano esperándolo con impaciencia.

— Nunca pensé que vendrías a buscarme, ¡cariño! — le dijo con su tono de voz grueso al estar en frente de su hermanito.

— ¡Te arrancaré la lengua si vuelves a llamarme "cariño"! — gruñó el lobo de Hiro.

— Vamos, Zerox, ¿no puedo molestar a mi hermano o es que estar cerca de los humanos te ha vuelto estúpido? —.

— Los respeto. Hay humanos que merecen ser reconocidos — habló Hiro obteniendo el control.

— ¿Así cómo quién? — le habló Kogan en forma de burla.

— Tengo muchos humanos que trabajan para mí de manera impecable. No todos son iguales — los defendió.

— ¡No son leales! Los detesto — argumentó. — ¡Quiero arrancarles la cabeza! Son débiles, solo sirven para ser carnada — Hiro no respondió. No iba a perder el tiempo con su estúpido hermano mayor; sabía el odio que tenía hacia los humanos.

Hace unos siglos, Kogan confió en unos que no tardaron en traicionarlo. Lograron matar a un grupo de humanos que habían hecho un pacto con él. Estos hombres sabían de la existencia de los licántropos y deseaban erradicarlos. Subiendo a su vehículo, Hiro indicó a sus lobos que los llevaran al hotel.

— Ya tengo los planos que solicitaste. Los revisaremos en la suite — le informó a su hermano. Kogan solo asintió. — Mi paciencia se está acabando con el Alfa Zolger —. 

— Hermano, si tienes problemas con el bastardo de Zolger, no dudes en llamarme. Tengo siglos con ganas de arrancarle cada pata de su cuerpo — confesó.

— Si continúa permitiendo que los pícaros o lobos solitarios entren a mi territorio, no me quedaré de brazos cruzados —.

— Si yo estuviera tu territorio, los hubiera despedazado hace tiempo — dijo Kogan con duda — ¿Qué te detiene de actuar? —.

— Elena no quiere que haya una guerra y no desea que un lobo de la manada salga lastimado o muerto — le aclaró.

— ¡Por eso doy gracias de no tener a mi pareja! Me volvería estúpido como tú — mencionó Kogan, y su lobo Rax se movió incómodo ante su comentario.

— No lo comprendes. Ellas controlan nuestra ira y nuestros salvajes impulsos de atacar — mencionó Hiro. — Lo mejor es no actuar por ahora. Pienso que Zolger quiere que ataquemos para tener una excusa y así formar una alianza con otras manadas — le respondió con prudencia su segundo hermano.

Kogan meditó sus palabras. En una parte, podría ser cierto. Los pícaros eran un problema en todos los territorios, pero los lobos de la manada Real Blood son fuertes. Para poder derrotarlos, Zolger necesitaría algunas decenas de otras alianzas para darles batalla, y había muchas esperando cualquier desliz para atacarlos.

— Estoy seguro de que esa sabiduría no vino de ti, sino de Elena. Hace siglos hubieras atacado sin problemas —.

— No lo negaré, desde que la encontré, todo es diferente. Lo comprenderás cuando encuentres a la tuya — le explicó.

— ¡Ella está muerta! — espetó Kogan con enojo por su comentario, y nuevamente Rax se impacienta, arañando su interior.

— ¡Tu pareja no está muerta! — espetó Hiro con su tono de Alfa. — Tu lobo no ha aullado de dolor. Simplemente, no la has encontrado y ya no has seguido buscando —.

— Ya pasé los 700 años. ¡Está muerta! Y es mejor así. No necesito una compañera porque no quiero ser idiota como tú —.

— Hermano, hay una reducida posibilidad de que tu pareja no esté muerta. ¡La encontrarás! Cuando eso ocurra, no querrás tenerla alejada y, después, tú dejarás de ser el Alfa. Ellas dan todas las órdenes — bromeó Hiro.

Kogan guardó silencio, no por lo que su hermano había mencionado, sino porque Rax estaba a punto de tomar el control de su cuerpo. Había algo que lo inquietaba.

— ¿Desde cuándo no hablas con nuestra madre? — le preguntó Hiro, notando que Kogan no había respondido y sabía que tenía una pelea interna con su lobo.

— 180 lunas (15 años) — respondió sin expresión.

Después de cumplir los 700 años, Kogan vivió su vida como un típico soltero. Su madre estaba molesta por llevar una vida loca de mujeriego; ella le inculcó que debía estar casto hasta encontrar a su luna. Sin embargo, su pareja nunca apareció.

— Deberías ir a visitarla — le aconsejó Hiro.

— ¡Sabes que no me aceptará! — declaró tajantemente Kogan. — No hasta que lleve a mi compañera y eso nunca ocurrirá. — Él recordó el día en que discutió con su madre. Ella era importante para él, nunca imaginó que la estaría decepcionando, pero sus palabras tienen poder: “Si no respetas a tu compañera, tampoco me respetas a mí.” Esa frase se enterró profundamente en su ser.

Kogan no negaba el hecho de que hubo un tiempo en que buscaba a su compañera. Recorrió todo el territorio, visitó varias manadas sin encontrarla. Después, se volvió mujeriego; luego tuvo esa discusión con su madre y desde entonces se concentró en su manada.

Llegando al hotel, ambos se dirigieron a la suite. Hiro llamó a uno de sus deltas para que trajera los planos e, inmediatamente, el lobo de Kogan dio un salto olfateando algo inusual.

“¿Qué te ocurre?” Le preguntó mentalmente Kogan. Ese día su lobo había estado inquieto.

“Hay un aroma que me atrae,” respondió Rax sumiso. Él no suele hablar; siempre que algo no le gusta, rasguña, golpea, gruñe o muerde. Kogan no le dio importancia en ese momento; deseaba revisar los cambios que había solicitado.

— Espero que cumplan mis expectativas, o voy a exigir mi dinero de vuelta — no terminó de hablar. Él y su lobo se estremecieron.

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