"El dolor no solo se siente en el cuerpo, también se queda en el alma, y por más que lo ignores, siempre vuelve a encontrarte." Fumiko Ibars Me dolía hasta respirar en estos mismos instantes. Abrí los ojos lentamente, con el esfuerzo de un cuerpo agotado, y una mueca de dolor se formó en mi rostro. Mi cabeza era como un tambor retumbando, y el dolor punzante en mi abdomen no hacía más que recordarme lo que había pasado. Me senté con cuidado, sintiendo que mis piernas temblaban bajo mi peso. El cansancio me invadía, pero había algo más, algo más profundo que se me atascaba en el pecho. —¿Cómo llegué aquí? —murmuré, mi voz quebrada por el dolor, mi cuerpo entero protestando cada vez que me movía. No traía camisa, y todo mi abdomen, desde las costillas hasta el pecho, estaba envuelto en una venda blanca. Mis brazos y piernas, aunque curados, todavía sentían el peso de las heridas pasadas. Cada movimiento que hacía era una pequeña batalla contra el sufrimiento. Me quejé, maldiciendo a
Sonreí al ver a Connor dormido plácidamente en el sofá, su rostro relajado, casi angelical, algo que me sorprendía ver en alguien como él. La suave luz de la mañana iluminaba su rostro, creando una atmósfera tranquila, casi perfecta. Reí, un sonido bajo y suave, cuando escuché una voz conocida a mi lado. —Llega hasta la gente como la gente normal, me va a dar un infarto —me quejé, sintiendo un sobresalto al ver a Garret tan cerca. Él sonrió, y eso me hizo fruncir el ceño. —Lo siento —respondió con una risa nerviosa. Garret, siempre Garret. Era el tipo de hombre que, si lo veías desde cualquier ángulo, sabías que era atractivo, y por alguna razón, todos se sentían atraídos por él. No podía decir que no lo era, pero para mí, esa atracción no significaba mucho. A su manera, Garret tenía algo que provocaba que los demás lo miraran y suspiraran. Su sonrisa, con esos pequeños hoyuelos que se formaban en sus mejillas, sus ojos, un contraste de verde y azul, como si ambos colores se peleara
"Es irónico cómo, cuando el mundo te exige ser fuerte, es cuando más te quiebras por dentro." Fumiko Ibars Luego de ese incómodo momento en el lago con Garret, regresé a la cabaña con una sensación de malestar que no lograba sacudirme. El frío del agua aún calaba en mi piel, pero era el dolor persistente en mi hombro lo que realmente me inquietaba. Aunque había tratado de curarme, las secuelas de las heridas aún marcaban mi cuerpo, como cicatrices invisibles, pero pesadas, que se resistían a desaparecer. Mi mente estaba igualmente afectada, atormentada por las emociones encontradas. No solo estaba agotada físicamente, sino también psicológicamente. Aquellas palabras de Garret, la cercanía de su presencia, las decisiones que me acechaban... todo eso me asfixiaba. Cuando llegué a la cabaña, Garret se quedó en la sala. Apenas entramos, se dejó caer sobre el sofá, y aunque intentó parecer indestructible, pronto lo vi dormido, su respiración tranquila, como si el mundo se hubiera desvane
" El sol brillaba alto en el cielo, dispersando sus rayos a través de la espesa copa de los árboles que se alzaban alrededor mío. Estaba tendida en la suave tierra del bosque, la hierba fresca acariciando mi piel mientras mis ojos recorrían el vasto azul del cielo. La luz del día se filtraba de manera perezosa a través de las hojas verdes, evitando tocar mi rostro, como si el bosque mismo quisiera protegerme. Las sombras de los árboles jugaban a crear patrones de movimiento sobre la tierra, mientras una suave brisa hacía susurros en las ramas, trayendo consigo un aroma fresco y terroso. "Es perfecto para un día de campo", pensé, sintiendo la tranquilidad que solo el bosque puede ofrecer. Me senté lentamente, apoyándome en las manos para levantarme. El aire fresco me envolvía, y por un momento, no había nada más en el mundo que la calma del lugar y el murmullo lejano de la naturaleza. De repente, sentí cómo unos brazos firmes rodeaban mi cintura, y antes de que pudiera reaccionar, me
Me desperté de golpe, mi respiración errática y acelerada, como si mi corazón intentara escapar de mi pecho. Mi cuerpo estaba empapado en sudor frío, y mi mente aún atrapada en los ecos de un sueño que parecía haber sido demasiado real. Sentí cómo la cama crujía al moverme y, al girar, vi a Garret a mi lado. Su expresión estaba cansada, y aunque sus ojos aún mantenían esa chispa que tanto me tranquilizaba, había algo en su postura que denotaba el desgaste de los días pasados. Su ropa era la misma de antes, un conjunto cómodo de pantalones oscuros y una camiseta que parecía ser la única que había tenido tiempo de ponerse mientras cuidaba de mí. —¿Estás bien? —su voz suave y preocupada cortó el aire pesado que había quedado en la habitación. Lo miré, todavía confundida, y luego bajé la vista hacia mi cuerpo. Me encontraba cubierta con una pijama celeste de flores, el tejido liviano sobre mi piel, una sensación reconfortante en contraste con el caos que sentía por dentro. —Creo... creo
"¿Cómo pretendo no echarte de menos si te ame de más?"Oshin Itreque Di una vuelta en la cama, mirando la habitación que se sentía enorme para mí. La luz tenue de la noche se filtraba a través de las cortinas, proyectando sombras que danzaban suavemente sobre las paredes. Era cerca de las diez de la noche, y aunque el reloj marcaba esa hora, mi mente seguía activa, dando vueltas en pensamientos que no lograba controlar. Una pequeña molestia en mi pecho, que no me dolía, pero sí me incomodaba, me había desvelado. El aire de la habitación parecía denso, como si todo estuviera demasiado quieto. Suspiré, buscando una postura más cómoda, pero la incomodidad persistía. Decidí que no podría dormir así, así que salí de la cama en busca de algo que me ayudara a relajarme. No sabía si quería un vaso de agua, tal vez algo caliente, algo que calmara mis nervios, pero algo debía haber. Me dirigí a la cocina y abrí el refrigerador en busca de jugo. El suave sonido del hielo al caer y el crujir de
" Iba con Fumiko en mi lomo, la noche aún abrazando el mundo con su manto oscuro. Quería llevarla a un lugar especial, uno que solo compartía con aquellos que realmente significaban algo para mí. Sus manos se aferraban a mi pelaje negro, como si el simple contacto de sus dedos me conectara de una manera que nunca había sentido antes. La calidez de su cuerpo sobre el mío me hacía sentir más vivo que nunca. Cada pequeña risa que se escapaba de sus labios no solo se oía, sino que se sentía, como una vibración en el aire, un susurro que tocaba mi alma de una forma que nunca imaginé. La risa de Fumiko era un bálsamo, un alivio que me llenaba por completo, haciéndome olvidar cualquier otro pensamiento o preocupación. Su alegría me envolvía, y el mundo a nuestro alrededor parecía desvanecerse, dejando solo el sonido de sus risas y el ritmo de mis pasos. Era de madrugada aún, las estrellas apenas visibles en el cielo, como si quisieran guardarse un poco más de su brillo para el amanecer. La L
Me detuve un poco más, tomando una pausa en el camino mientras el aire fresco de la noche me envolvía. Me dirigí hacia el acantilado, donde el vasto y profundo cielo nocturno se desplegaba ante mí, repleto de cientos de miles de estrellas que brillaban como pequeños diamantes en la oscuridad. Cada una de esas estrellas parecía contar una historia, un secreto del universo que solo unos pocos privilegiados podían entender. El cielo era tan inmenso que me hacía sentir pequeño, pero al mismo tiempo, me llenaba de una sensación de calma indescriptible. —¡Qué elmosho!— gritó Roderick desde mi espalda. No pude evitar reír al escuchar su entusiasmo. Todavía le costaba pronunciar bien la "r", pero su emoción era tan genuina que me arrancó una sonrisa. No podía evitar sentirme feliz por su inocencia, por esa mirada tan pura y llena de asombro. Era un recordatorio de lo simple y hermosa que podía ser la vida, si se miraba con los ojos correctos. Me detuve cerca del borde, pero no lo suficiente