Amelia despertó con los ojos hinchados, otra vez.
Ya tenía el remedio para eso, así que fue a la cocina y preparó dos bolsitas de té y se los puso sobre los ojos durante un rato.
El teléfono empezó a timbrar, y contestó.
—¿Estás en San Francisco? —preguntó una voz muy conocida para ella, y el corazón empezó a latirle con fuerza en el pecho. Era Catherine, la hermana de Damien.
—Conseguiste mi número.
—Tengo mis métodos —sonrió ella—. Pero contéstame, ¿estás en San Francisco?
—¿Para qué quieres saberlo?
—Oh, bueno… es sólo que… quisiera pedirte un favor.
—Qué será —preguntó Amelia, algo molesta, y quitándose las bolsitas de té de ambos ojos y arrojándolas a un lado.
—Quería que hablaras con mi hermano.
—¿Estás loca? —gritó al instante—. Catherine, ¿cómo se te ocurre…?
—Tengo dos hermanos —la interrumpió Catherine elevando la voz—. El uno es el diablo, y a ese jamás te pediría que lo llames.
—Ah…
—Se trata de Zack… —siguió Catherine con tono preocupado—. Está pasando un mal momento.
Amelia guardó silencio por un momento. Siempre olvidaba que Zack era un Galecki, que era el hermano de Damien. Para ella, como si fuera de otro mundo; nunca los vinculaba con ellos, y era un poco extraño aun para ella.
—No me ha dicho nada —comentó bajando el tono de su voz.
—Ni te lo dirá. Sabes cómo es. Vamos, llámalo, a ver si contigo se desahoga un poco—. Amelia se echó a reír.
—Tal vez de eso se trata. Si quisiera contarme lo que le pasa, ya lo habría hecho, pues tiene mi número.
—Sí, a diferencia de mí.
—Sabes por qué lo hago.
—Realmente no. Pero no importa ahora… Zack te necesita, Amelia… Él fue quien te ayudó cuando más lo necesitabas, ¿lo olvidaste?
—Y cómo, si te tengo a ti para que me lo eches en cara. Y acaso… ¿qué le está pasando?
—Se está divorciando —Eso dejó en silencio a Amelia. Zack, el hermano mayor de Damien, se había casado con Vivian, una hermosa mujer de buena familia, hacía unos ocho años. Ella estuvo en su boda, sólo porque se trataba de Zack. Había tenido que aguantarse la presencia de Damien, pero este estaba muy bien atado a su silla por la madre de su tercer hijo, y excepto para lanzarle miradas incómodas, no habían tenido contacto, así que había sobrevivido.
Zack divorciándose.
El corazón le dolió un poco. Debía tener razones muy, muy poderosas como para llegar a eso, pues sabía que, para él, el matrimonio era para toda la vida.
—Lo llamaré.
—Oh, gracias. Hazlo hoy mismo. Está en San Francisco por unos días, y volverá a Los Ángeles… o no sé qué haga. Te juro que estoy muy preocupada.
—Vale, vale, lo llamaré hoy mismo.
Antes de hacerlo, Amelia revisó las redes de Zack. Pero él era tan circunspecto… No tenía I*******m, sólo F******k, y la última fotografía subida era de él, Vivian y su hijo en algún paseo en el campo. No había nada más, así que de esa manera no pudo enterarse de su vida.
Tuvo que llamarlo.
—Vaya —dijo Zack con su voz grave—. Un milagro—. Amelia se echó a reír.
—Supe que estás en la ciudad y quise invitarte a tomarnos un trago. ¿Te apuntas? —lo escuchó suspirar.
—¿Un trago de qué?
—¿Tequila? ¿Vodka? ¿Whiskey? Yo invito.
—¿Tú a mí?
—¿Por qué no? ¿Eres machista?
—Oh, no. Está bien, haré que te arrepientas de invitarme —Amelia volvió a sonreír.
—Algo de lo que no me arrepiento es de… tu amistad. Es de las pocas cosas auténticas que me ha dado la vida.
—No te pongas sentimental —bromeó él, aunque su voz sonó extraña—. ¿Paso por ti, o nos vemos en un sitio en especial? —Amelia suspiró.
—Yo pasaré por ti.
—Mi dama galante y caballerosa —ella rio ahora con ganas.
No tuvo problemas para reclamar su auto en el bar en el que había estado anoche. Invirtió su día haciendo algunas compras, revisó en su teléfono algunas citas agendadas, regresó a casa y puso a lavar ropa, recibió una llamada de Andrew, su sobrino, y habló un rato con él. Adelantó cosas del trabajo, etc.
Al llegar la noche, fue al hotel donde estaba hospedado Zack, y al verlo no pudo evitar sentir alegría. Lo abrazó con fuerza y le besó la mejilla barbuda. Cuando lo miró a los ojos, notó en él los cambios.
De adolescente, Zack no había sido guapo. Era pelirrojo, el cabello muy rizado, y su piel muy blanca y pecosa. Había necesitado ortodoncia un buen tiempo, y su cuerpo no era atlético. Todo lo contrario de Damien, que había sido casi perfecto desde niño. Sin embargo, la madurez le había hecho bien a Zack, y ahora no tenía nada que envidiarle a su hermano menor. Era alto, con más del metro ochenta, de espalda ancha y barba cerrada. De nariz recta, labios rosados y ojos gris azuloso, mentón cuadrado y orejas pequeñas; Zack era simplemente guapísimo. A eso se le sumaba que era mucho más humano, más gente, más persona, más de todo.
Nunca le había oído decir una mentira, nunca lo escuchó maldecir a nadie. Siempre estaba de buen humor, pasara lo que pasara, y era el pacifista de la familia, siempre mediando por la paz. Ella había presenciado muchas discusiones entre él y Damien, y Zack era de los que prefería dejarlo peleando solo que seguir con el tema.
No había conocido a nadie como él, y ella había conocido bastantes hombres. Zack era constante, decidido, y para ella… admirable.
Se preguntaba qué había pasado con Vivian. La había felicitado por llevarse un gran hombre, aunque a ella no le parecía que fuera la mejor mujer, pero había respetado la decisión de su amigo, tanto, que hasta asistió a su boda, aunque eso había representado tener que volver a ver al esperpento de su hermano.
—Estás cambiado —le dijo Amelia acomodando un poco su camisa debajo de su americana, y él sonrió, aunque su sonrisa no iluminó sus grises ojos.
—Estoy más viejo.
—Me estás diciendo vieja también a mí.
—Te llevo casi dos años —Amelia volvió a reír.
—Dos años. Qué gran diferencia.
—Dos años pueden representar mucho… La diferencia entre la felicidad y la infelicidad.
—Ah, ¿sí? ¿Por qué dices eso? —él sólo sonrió de medio lado y sacudió su cabeza. Tenía los rizos un poco largos, pero se le veían muy bien. A pesar de las tristezas que lo aquejaban, hoy Zack lucía particularmente guapo. ¿O era ella que lo veía así?
¿Y por qué ahora? Estaba teniendo pensamientos muy extraños con respecto a su amigo.
—¿A dónde me vas a llevar?
—A un tugurio, claro —le contestó ella mirándolo de reojo y arrugando su nariz—. Uno con putas, y asientos sucios de semen.
—Mi sitio favorito —riendo, abrazó su cintura y lo condujo hasta su auto, y una vez en él, se hicieron las preguntas de rigor. Pero notó que sólo ella estaba contestando. Trabajo, familia, relaciones…
—Mi trabajo me va excelente, mi padre está muy bien, ya Andy está en la universidad, y pronto terminaré con mi novio.
—¿Por qué le terminarás? —preguntó él un poco ceñudo, y Amelia sólo se encogió de hombros.
—Ahora, haz el favor de contestar las mismas preguntas —él hizo una mueca.
—Me acabo de divorciar, también acabo de vender mi parte en las acciones de la empresa y… —al notar la mirada de ella, Zack se detuvo y sonrió—. ¿Me vas a decir que no lo sabías? ¿Acaso no fue Cath la que te dijo? —Amelia tragó saliva.
—¿Y Tommy? —preguntó ella, refiriéndose a su pequeño hijo de siete años.
—Está muy bien —contestó él con voz opaca—. Con su mamá.
—¿Le vas a ceder la custodia a ella?
—No tengo mucho que decir al respecto.
—¿Por qué no? Eres su papá, y serías mejor para el niño que la maldita esa.
—¿Por qué maldita? —preguntó él con media sonrisa.
—Te ha perdido, ¿no? Eso la hace una maldita para mí. Dime, ¿qué te hizo? ¿Te fue infiel? ¿Dejó de cumplir con sus obligaciones conyugales? ¿Dejó de quererte?
—Todo eso… en orden inverso.
—Oh… —se sorprendió Amelia mirándolo con ojos grandes—. Oh, rayos. Maldita, mil veces maldita. Lo siento tanto, Zack.
—Tú no tienes que sentirlo.
—¿Con quién te fue infiel?
—Esta conversación está siendo muy dura sin el primer trago de alcohol.
—Cierto, cierto… —se apresuró a llegar al bar. Era temprano, y mañana era domingo, así que podían quedarse un buen rato. Le pidió algo fuerte a él, la botella entera, y algo ligero para ella. Esta noche debía conducir para devolverlo a su hotel, y se acercó a él todo lo que pudo, dispuesta a escuchar su historia.
Zack era uno de esos pocos hombres con los que Amelia se sentía a gusto, sin presiones de ningún tipo. Era el único amigo varón que tenía en el mundo, sabía. Era el único hombre que jamás le había fallado, y era así porque era sólo un amigo.
Y no podía verlo de otra forma, era el hermano de Damien.
Zack era consciente de eso. Siempre había sido consciente de eso.Ella sólo había tenido ojos para Damien; toda su vida, Amelia había amado a su hermano. Aún mientras lo odiaba, ella lo amaba.Fue tan difícil para él verla unirse a él, saber que se habían casado a escondidas, saber que su hermano le era infiel cada vez que podía. La había visto llorar demasiadas veces, y eso sólo lo había llevado a odiarlo a él, a su propio hermano. En varias ocasiones se fueron a los golpes por ella.—¡Si tanto te gusta, quédatela! —le gritó Damien una vez, y Zack le rompió el labio con el puñetazo que le dio. Eran igual de grandes y corpulentos, así que Damien no tardó en recuperarse y devolverle el golpe.Casi podía recordar el momento en que se enamoraron, el momento en que se arruinaron. Estaban en la mis
No fue capaz de decirlo. Ni cuando bebió otra vez fue capaz de decirle la peor mentira de todas. Oh, que le hubiese sido infiel, que fuera con su socio, palidecía ante esta otra monstruosidad.Zack, de repente, se había quedado sin nada. Sin esposa, sin casa, sin empresa… sin hijo.Cuando Vivian le dijo que estaba embarazada, hacía ya ocho años, él no pudo evitar sentir alegría. También susto, y hasta incomodidad, pues había pensado que se había protegido, pero al parecer el preservativo le había fallado. Recordaba haberlo usado, pero esas cosas pasaban, se dijo.Se casó, y todo fue muy bien. Se mudaron a Los Ángeles, porque allí él quería iniciar su empresa, y esta inició con pie derecho, sin la ayuda de los padres de ella, que se la ofrecieron mil veces, Zack logró salir adelante. Estaba enamorado de Tommy, por él quer&iac
Amelia volvió a su apartamento luego de dejar a Zack en su hotel. Nunca había visto a Zack ebrio, y en vez de eufórico, coqueto y lanzado, Zack era más bien taciturno, silencioso y melancólico. La miraba y sonreía como si llevara en su pecho el peso de una profunda tristeza. Y no era para menos, pensó; se acababa de divorciar.Cuando lo dejó solo en su habitación, no pudo evitar sentir un ramalazo de tristeza por él, pero no tristeza por lo que le estaba pasando, sino porque, ahora que todo este tema del tiempo y volver al pasado y todo lo demás se le había metido en la cabeza, no dejaba de preguntarse si acaso la vida de él también debió ser distinta.Se sacó los zapatos y los dejó de cualquier manera en la sala. Avanzó descalza y se fue quitando la ropa, las prendas, hasta quedar en ropa interior, y sin meditarlo mucho se puso frente al espejo
Amaneció, pero Amelia no quiso abrir los ojos. Había tenido un sueño, y antes de que las imágenes se le escaparan, trató de rememorarlo, de darle forma.Había estado con Zack, y él le decía que definitivamente iría al pasado, tal como anoche.Pero había algo diferente. No estaban en el bar, sino en una iglesia, y no hablaban sentados a una mesa, sino en una banca de madera.—Volvería veinte años al pasado —decía él con un sentimiento en sus ojos que ahora le parecía extraño—. Por ti.—Yo también —había dicho ella, aunque no sabía por qué haría eso por él. Zack era sólo un amigo. Y de repente en el sueño apareció una mujer, una anciana, que le tomaba la mano y la alejaba de la iglesia y de Zack. La llevaba a toda velocidad por un camino, una carretera, un
Un nuevo comienzo: esto era, verdaderamente, un nuevo comienzo. ¿Cuánto tiempo estaría aquí? No lo sabía. ¿Y si sólo le habían dado veinticuatro horas para arreglar su vida? Ya esa anciana extraña le había dicho que estaba sola en esto, es decir, que Zack no había vuelto al igual que ella… a pesar de que había soñado con él, y anoche habían hablado del tema.El Zack de ahora tenía dieciocho años, más o menos, y pronto se iría a la universidad. También Damien tenía dieciséis y compartían un salón de clases.Se llevó la mano al vientre haciendo mentalmente la lista de cosas que debía hacer hoy.La puerta se abrió, y tras ella apareció su hermana. Penny y ella se llevaban cuatro años, y en este momento debía estar en la universidad, pero si era domingo
Amelia miró su reloj, uno que le había prestado Penny. Se había acostumbrado a tener uno, y le sorprendía ver que a sus dieciséis no era esclava del tiempo, pues no tenía un solo reloj de pulsera entre sus cosas. Y tampoco existían aún los teléfonos inteligentes, así que se sentía perdida en medio de las horas.Ya había pasado el mediodía. Oh, qué rápido se iba el tiempo. Este día debería tener cuarenta y ocho horas como para poder hacer todo lo que tenía que hacer.Pidió disculpas y se levantó de la mesa con dirección al baño, pero una vez allí, se desvió. Había visto que la familia Galecki se ponía en pie para irse, así que salió por la puerta trasera y llamó a Damien con señas antes de que se subiera al auto de sus padres para que fuera con ella a la parte tra
Amelia volvió a la mesa con sus padres sintiendo el corazón vacío, vacío, vacío.Acababa de arrancarse del alma algo muy grande, algo que se había pegado a ella como un cáncer, y había sido tan pesado de llevar…Y al fin se lo había quitado del alma, del corazón, de sus hombros.Ahora sí, se dijo, que venga el futuro, que venga el mañana.El tiempo no espera a nadie, oyó decir, y Amelia levantó la mirada.En los altavoces del restaurante estaba sonando una canción. Un clásico de Freddie Mercury. El tiempo no espera a nadie,decía, y los vellos de su cuerpo se erizaron.Tenemos que planificar nuestras esperanzas juntosO ya no tendremos un mañana.Porque el tiempo… Éste no espera a nadie…Se pasó la mano por los brazos,
Poco más de una hora después, Amelia se vio en su vieja escuela, con una vieja mochila y una falda larga que le llegaba debajo de las rodillas, el cabello recogido a medio lado y sus cejas depiladas. Pero todas las chicas alrededor estaban vestidas de una manera que le hizo recordar una vieja serie de televisión. Mini faldas, camisetas de algodón ajustadas, jeans a la cintura y amplios, gorros de diferentes estilos…A pesar de ser un pueblo, la moda noventera había llegado aquí con la misma fuerza que en el resto del mundo. La extraña era ella, con su atuendo nada afín al de esas chicas.No recordaba haber sido la rara del salón.Los chicos tampoco se quedaban atrás, y pronto vio a Damien entre su grupo de amigos, los futbolistas, luciendo la chaqueta del equipo y un pendiente en la oreja izquierda.Se detuvo en sus pasos observándolo y le pareció extr