Amelia volvió a su apartamento luego de dejar a Zack en su hotel. Nunca había visto a Zack ebrio, y en vez de eufórico, coqueto y lanzado, Zack era más bien taciturno, silencioso y melancólico. La miraba y sonreía como si llevara en su pecho el peso de una profunda tristeza. Y no era para menos, pensó; se acababa de divorciar.
Cuando lo dejó solo en su habitación, no pudo evitar sentir un ramalazo de tristeza por él, pero no tristeza por lo que le estaba pasando, sino porque, ahora que todo este tema del tiempo y volver al pasado y todo lo demás se le había metido en la cabeza, no dejaba de preguntarse si acaso la vida de él también debió ser distinta.
Se sacó los zapatos y los dejó de cualquier manera en la sala. Avanzó descalza y se fue quitando la ropa, las prendas, hasta quedar en ropa interior, y sin meditarlo mucho se puso frente al espejo mirando su cuerpo.
Luego de su aborto, ella había engordado más de treinta libras. Todos los medicamentos que tomaba, toda la falta de actividad, el trabajo en el que se había sumergido, todo se había juntado y su cuerpo había dicho basta. Su piel se había vuelto seca, llena de espinillas que no se iban con nada, su cabello se había marchitado e incluso le había surgido una resequedad en el cuero cabelludo que no remitía.
Antes de todo, ella había sido delgada por naturaleza, y su cabello, negro y ondulado, brillaba. Había recuperado su figura y parte de su cabello, pues ahora lo llevaba corto, pero había cosas que no había podido recuperar. Su útero, por ejemplo.
No, no pienses en eso, se dijo caminando al cuarto de baño para darse una ligera ducha y acostarse a dormir. No pienses en eso, no pienses en eso.
Pero casi siempre era su último pensamiento en la noche.
Su madre había fallecido sólo tres años después de eso, cuando ya tenía veinticuatro de edad. Le diagnosticaron cáncer de cuello uterino, y a pesar de todos los tratamientos, todos los esfuerzos, operaciones, quimios y radioterapias, fue demasiado tarde para ella. Estuvo tres meses internada en un hospital, consumiéndose poco a poco hasta que ya no pudo más y se fue. Ella y Penny la habían acompañado día y noche todo ese tiempo, a pesar de lo horrible que le era ese lugar; era su madre y necesitaba su apoyo y consuelo. Al final, había sido ella quien la acompañó en ese último momento. Su madre ni siquiera había tenido fuerzas para decir unas últimas palabras, pero no fueron necesarias, porque ella las entendió.
Su padre había quedado devastado, y ella no podía más que sentir ira, porque si hubiese ido a tiempo al ginecólogo se habría podido salvar, pero su madre era ese tipo de mujer que consideraba ir al doctor una traición a su fe, y que, sin embargo, no creía en aquello que no pudiera ver; como nunca tuvo síntomas, nunca se preocupó, y cuando ya se sintió muy mal, era demasiado tarde para revertir el problema.
A partir de entonces, Amelia tuvo mucho más cuidado con su propia salud, fue más estricta con los medicamentos y no se saltó una sola cita.
Era cierto que tenía muchas amarguras en su alma, pero estaba muy apegada a la vida, y quería vivir bien, sana, con la mayor felicidad posible.
No fumaba, porque definitivamente le parecía asqueroso. Lo hizo sólo una vez, azuzada por Damien, pero nunca siquiera lo volvió a intentar. Bebía sólo de vez en cuando, acompañada de amigas, pero tampoco llegaba a embriagarse. Trataba de comer saludable, tomaba vitaminas, y en general, se cuidaba.
Cuando iniciaba una relación, lo hacía casi siempre por no estar sola, por divertirse un poco. Una pequeña parte de esas relaciones habían avanzado a algo más, como fue el caso de Joseph, con el que las cosas se pusieron tan serias que incluso él le habló de matrimonio e hijos.
Joseph era un buen hombre, le encantaba, se habría enamorado, pero debido a sus fracasos anteriores había aprendido a ir despacio en ese sentido. Y su precaución había valido la pena, pues, cuando le dijo que no podía tener hijos, él había cambiado. No de repente, pero sí que cambió. Al final, él simplemente se había ido de la ciudad, sin más despedida que un adiós, y ella se había quedado otra vez con el corazón roto, una herida nueva sobre una vieja cicatriz.
Trató de asimilarlo, de no llorar, pero no le fue posible. Y ella no lo podía culpar.
Todas sus historias de amor habían terminado de manera similar… ellos siempre buscaban a otra mujer y con ellas tenían hijos.
Si pudiera devolver el tiempo…
Había pensado en adoptar. Una niña… sería hermoso. Ella la criaría, le daría la mejor educación, la mejor alimentación, la mejor ropa… Y cuando fuera adolescente, viajarían juntas por el mundo. Ella le enseñaría a no confiar ciegamente en los hombres, a pesarlos y medirlos como se debe. Le diría: mira cómo trata a su madre, mira cómo trata a sus hermanos, pues así te tratará a ti. Le diría: sí hay hombres que se enamoran, sí hay hombres que valen la pena, pero son escasos, son preciosos. Si encuentras uno, atesóralo.
Una niña adoptada era una solución ideal. No tendría padre, pero la tendría a ella, cuando antes no tuvo nada… No sabía si era un pensamiento mezquino, pero ella tenía amor para dar. Sabía que sería una buena madre.
Pero en todos estos años no se había atrevido siquiera a hacer la solicitud. Tenía miedo.
Cerró sus ojos debajo de las sábanas sintiendo de nuevo sus ojos humedecidos.
Oh, estos días, todos estos días se había dormido así. Ya estaba cansada. Sólo muerta de cansancio podía dormirse sin pensar en sus pérdidas, necesitaba un respiro…
Dormir como cuando tenía dieciséis años.
Amaneció, pero Amelia no quiso abrir los ojos. Había tenido un sueño, y antes de que las imágenes se le escaparan, trató de rememorarlo, de darle forma.Había estado con Zack, y él le decía que definitivamente iría al pasado, tal como anoche.Pero había algo diferente. No estaban en el bar, sino en una iglesia, y no hablaban sentados a una mesa, sino en una banca de madera.—Volvería veinte años al pasado —decía él con un sentimiento en sus ojos que ahora le parecía extraño—. Por ti.—Yo también —había dicho ella, aunque no sabía por qué haría eso por él. Zack era sólo un amigo. Y de repente en el sueño apareció una mujer, una anciana, que le tomaba la mano y la alejaba de la iglesia y de Zack. La llevaba a toda velocidad por un camino, una carretera, un
Un nuevo comienzo: esto era, verdaderamente, un nuevo comienzo. ¿Cuánto tiempo estaría aquí? No lo sabía. ¿Y si sólo le habían dado veinticuatro horas para arreglar su vida? Ya esa anciana extraña le había dicho que estaba sola en esto, es decir, que Zack no había vuelto al igual que ella… a pesar de que había soñado con él, y anoche habían hablado del tema.El Zack de ahora tenía dieciocho años, más o menos, y pronto se iría a la universidad. También Damien tenía dieciséis y compartían un salón de clases.Se llevó la mano al vientre haciendo mentalmente la lista de cosas que debía hacer hoy.La puerta se abrió, y tras ella apareció su hermana. Penny y ella se llevaban cuatro años, y en este momento debía estar en la universidad, pero si era domingo
Amelia miró su reloj, uno que le había prestado Penny. Se había acostumbrado a tener uno, y le sorprendía ver que a sus dieciséis no era esclava del tiempo, pues no tenía un solo reloj de pulsera entre sus cosas. Y tampoco existían aún los teléfonos inteligentes, así que se sentía perdida en medio de las horas.Ya había pasado el mediodía. Oh, qué rápido se iba el tiempo. Este día debería tener cuarenta y ocho horas como para poder hacer todo lo que tenía que hacer.Pidió disculpas y se levantó de la mesa con dirección al baño, pero una vez allí, se desvió. Había visto que la familia Galecki se ponía en pie para irse, así que salió por la puerta trasera y llamó a Damien con señas antes de que se subiera al auto de sus padres para que fuera con ella a la parte tra
Amelia volvió a la mesa con sus padres sintiendo el corazón vacío, vacío, vacío.Acababa de arrancarse del alma algo muy grande, algo que se había pegado a ella como un cáncer, y había sido tan pesado de llevar…Y al fin se lo había quitado del alma, del corazón, de sus hombros.Ahora sí, se dijo, que venga el futuro, que venga el mañana.El tiempo no espera a nadie, oyó decir, y Amelia levantó la mirada.En los altavoces del restaurante estaba sonando una canción. Un clásico de Freddie Mercury. El tiempo no espera a nadie,decía, y los vellos de su cuerpo se erizaron.Tenemos que planificar nuestras esperanzas juntosO ya no tendremos un mañana.Porque el tiempo… Éste no espera a nadie…Se pasó la mano por los brazos,
Poco más de una hora después, Amelia se vio en su vieja escuela, con una vieja mochila y una falda larga que le llegaba debajo de las rodillas, el cabello recogido a medio lado y sus cejas depiladas. Pero todas las chicas alrededor estaban vestidas de una manera que le hizo recordar una vieja serie de televisión. Mini faldas, camisetas de algodón ajustadas, jeans a la cintura y amplios, gorros de diferentes estilos…A pesar de ser un pueblo, la moda noventera había llegado aquí con la misma fuerza que en el resto del mundo. La extraña era ella, con su atuendo nada afín al de esas chicas.No recordaba haber sido la rara del salón.Los chicos tampoco se quedaban atrás, y pronto vio a Damien entre su grupo de amigos, los futbolistas, luciendo la chaqueta del equipo y un pendiente en la oreja izquierda.Se detuvo en sus pasos observándolo y le pareció extr
La rifa de los mil dólares en efectivo se lo ganó Megan Harris, y Amelia quedó de piedra viéndola celebrar y casi gritando a los cuatro vientos que el número ganador había sido la fecha de cumpleaños de su padre.—¿Por qué? —preguntó furiosa—. Yo tomé el número ganador. No hubo errores, ese era el número ganador. ¿Por qué?Algunas personas ya tienen grabado su destino, dijo ella, y Amelia se giró a mirarla. Nadie alrededor parecía extrañado de ver a una anciana en una escuela. Hay destinos que no podrías cambiar ni devolviéndote indefinidamente al pasado, pues están grabados en piedra. Pasará lo que tiene que pasar.—Eso es…Ni tú ni yo tenemos poder sobre ese asunto. Es así, y ya.—¿Qué quier
Amelia sostenía el libro Grandes esperanzas en sus manos sin mucho ánimo. Pronto tendrían una comprobación de lectura, y aunque ya se lo había leído, estaba repasando algunos capítulos en especial que seguro le iban a preguntar.Repetir la secundaria a veces se le hacía tedioso. Había sido divertido al principio, y vivió de nuevo las diferentes actividades, pero eran pocas, realmente, y los días en un pueblo tan pequeño se alargaban de manera sofocante. Eso, sumado a que sus padres eran demasiado estrictos con sus llegadas y las actividades que fuera de la iglesia realizaba.¿Cómo había soportado vivir así?, se preguntaba, para luego hallar la respuesta. Realmente no lo había soportado, y Damien había sido su escape, escape de sus padres, de su tedio, de sí misma.Al estar otra vez aquí, comprendió muchas cosas acerca
La navidad pasó demasiado pronto. Qué rápido se estaba pasando el tiempo, y a la vez, qué lento.Pronto tendría que decidir a qué universidad iría, y eso, más que de incertidumbres, la llenaba de expectativas.No elegiría la universidad de Sacramento, no otra vez, no, nunca. Elegiría una en San Francisco, o Los Ángeles, si acaso. Ojalá pudiese permitirse una privada, pero tal como estaban las cosas, eso no lo veía posible. Ni devolviendo el tiempo había conseguido hacerse rica, o a sus padres, a tiempo. Elvis tenía un trabajo modesto en Paradise, y Mary se ocupaba del hogar; no tenía una profesión. Lo que había conseguido acumular en su trabajo de fines de semana no alcanzaba sino para pagar, tal vez, unos pocos meses de manutención, nunca una matrícula en una universidad privada, como era su deseo.¿Qué univer