No fue capaz de decirlo. Ni cuando bebió otra vez fue capaz de decirle la peor mentira de todas. Oh, que le hubiese sido infiel, que fuera con su socio, palidecía ante esta otra monstruosidad.
Zack, de repente, se había quedado sin nada. Sin esposa, sin casa, sin empresa… sin hijo.
Cuando Vivian le dijo que estaba embarazada, hacía ya ocho años, él no pudo evitar sentir alegría. También susto, y hasta incomodidad, pues había pensado que se había protegido, pero al parecer el preservativo le había fallado. Recordaba haberlo usado, pero esas cosas pasaban, se dijo.
Se casó, y todo fue muy bien. Se mudaron a Los Ángeles, porque allí él quería iniciar su empresa, y esta inició con pie derecho, sin la ayuda de los padres de ella, que se la ofrecieron mil veces, Zack logró salir adelante. Estaba enamorado de Tommy, por él quería hacerlo todo. Era un niño precioso, moreno como su mamá, de ojos oscuros como ella, precioso, precioso.
Lo arrullaba, lo mimaba, y a veces lo malcriaba un poco, pero era su bebé, su único hijo.
No entendía cómo Damien podía ir por la vida ignorando a sus tres hijos, y tenía que ser demandado para que les diese el alimento y la educación. Tommy lo era todo para él.
Cuando las cosas empezaron a ir mal con Vivian, su hijo le dio la fortaleza para seguir adelante. No quería dejarlo sin su familia estructurada como la conocía. No quería crearle un trauma, un dolor, así que siempre bajó la cabeza, siempre se mordió la lengua y nunca dijo lo que pensaba de su mujer, que era egoísta, intransigente, materialista, y con un don único para hacerlo sentir a él como la m****a.
Nadie nunca lo había lastimado tanto. Nadie nunca le hizo sentir tan poca cosa, tan poco hombre, tan insignificante.
Pero lo aguantó todo en silencio por su hijo. Por él llegaría a viejo como sea al lado de esa arpía, por él, sólo por él.
—No seas estúpido —le dijo Vivian cuando, al descubrir su infidelidad y pedirle el divorcio, él reclamó la custodia del niño—. No lo vas a tener.
—Si demuestro ante la ley lo mala madre que eres, si demuestro lo poco que te importa él, si logro hacerles ver que conmigo está mejor…
—Nunca lo tendrás —le espetó Vivian—. Tommy no es hijo tuyo.
Nada lo había hecho caer. Había resistido que fuera Patrick, su socio, el que se estaba revolcando con ella, que le dijera que nunca lo había amado. Había soportado todo, pero aquello… aquello realmente lo había devastado.
—No —le había dicho, rogado.
Retíralo, había querido decir. Retráctate. No. Es mentira. Di que es mentira. Que lo dices sólo porque eres mala, cruel. Di que no. Tommy es mío. Es mío.
Obviamente, no le había bastado su palabra, e hizo las pruebas.
Y las pruebas fueron contundentes. No había la más mínima posibilidad de que Tommy hubiese sido engendrado por él.
Oh, Dios. Cuánto dolor había sentido.
¿Qué sentido tenía ahora la vida? Conservar la empresa, ¿para qué? Allí estaba el maldito ese, allí estaba ella, también. Y se unieron para comprarle su parte y dejarlo por fuera. A él, que había sido el que iniciara todo; había sido su idea, su trabajo, su esfuerzo y su sudor, pero, ¿qué sentido tenía seguir allí?
Bebió de su vaso otra vez y sintió cómo el licor quemaba su garganta, su pecho y su alma.
Tommy no tenía la culpa de nada. A pesar de que no llevaba su sangre, él quería a ese niño por lo que era. Pero ahora se había quedado sin argumentos para reclamarlo.
No era su hijo, había criado y le había dado su amor al hijo de otro como si fuera suyo porque él simplemente era el imbécil más grande del mundo… Y luego se sentía mal por pensar así, porque el niño era la principal víctima de todo. Sus sentimientos eran contradictorios, sus pensamientos habían estado en guerra desde que supiera la verdad.
Ahora no era más que el cascarón de un hombre. Se levantaba todos los días con la mente en blanco. Sin planes, sin proyectos. Sin siquiera deseos. No tenía nada. Más que un puñado de dinero en el banco, lo suficiente como para empezar una nueva empresa, pero empezar otra vez… otra vez, desde cero…
Miró a Amelia dándose cuenta de que ni siquiera era capaz de revelarle todo. Ella no necesitaba saber que había perdido. Le avergonzaba que se enterara de que ahora no tenía nada, que no era nadie.
Tal vez en unos días se sintiera mejor. Tal vez en un mes todo esto pasara y él volviera a emprender su vida, retomara las riendas, volviera a empezar con más fuerza y con la ventaja de la experiencia, pero ahora mismo sólo quería permanecer en su pequeño agujero y lamer sus heridas. Los golpes de la vida lo habían machacado demasiado, y él había tratado de resistir, pero había cosas que ni el hombre más fuerte era capaz de aguantar.
¿Por qué no fuiste tú?, se preguntó con la mirada fija en Amelia. ¿Por qué tenías que fijarte en mi hermano? Ese bebé habría sido mío, y lo habríamos cuidado mucho. Lo habríamos amado tanto. No me habría importado esperar a terminar la universidad, esperar a casarnos para poder estar juntos. Esperar para que las cosas se dieran bien. Porque te amaba, Amelia, como jamás fui capaz de amar a otra mujer. Como jamás seré capaz de amar a otra mujer.
Con tu decisión, no sólo arruinaste tu vida, arruinaste también la mía.
—Me mintió en todo —respondió Zack al fin a la pregunta de Amelia—. Luego de casarme con ella, me di cuenta realmente de quién era. Y era… una mujer que jamás habría elegido. Jamás la habría elegido a ella por encima de las demás.
—Sé que es odioso, pero…
—Sí. Tú me dijiste que ella no te convencía del todo. Y tenías razón… toda la razón.
—No te sientas mal por haberle creído a un mentiroso. Yo caí en las mentiras de un hombre… Sé lo que se siente el engaño. Nunca fui capaz de pagarle con la misma moneda, y sé que tú tampoco, y ante mí eso te hace admirable. Eres de los pocos hombres en los que confío, Zack. Te admiro tanto —él extendió su mano a ella y tocó su mejilla. Amelia sólo sonrió, considerándolo tal vez borracho.
¿Qué harás si te beso?, quiso preguntarle.
Pero la respuesta que seguramente tendría hizo que apartara su mano de ella. Ella se espantaría, lo acusaría, se alejaría, y para siempre.
Mejor las migajas de su amistad que nada. Nada era… demasiado duro para él.
—Zack —habló Amelia acercándose un poco más a él y le enseñó sus manos empuñadas como si dentro escondiera pequeños tesoros —Si en esta mano yo tuviera cincuenta millones de dólares, sólo para ti, y en esta otra la posibilidad de retroceder veinte años al pasado… con todos tus recuerdos intactos… ¿qué elegirías? —Zack sonrió. La respuesta era tan fácil…
—¿Es en serio?
—Sólo contesta. No quiere decir que vaya a pasar, ¿no? Decide… cincuenta millones… o veinte años al pasado.
—Veinte años al pasado —contestó él sin pérdida de tiempo—. Y veinte años son perfectos, creo.
—Sí, ya lo creo. ¿Entonces tú… devolverías el tiempo?
—Si es con mis recuerdos intactos, sí… Para así evitar los errores que cometí.
—Como casarte con Vivian, por ejemplo, pero… ¿Y Tommy? Porque entonces, él no existiría—. Él suspiró y tragó saliva.
—Creo que Tommy estará bien. Y lo primero que haría… sería evitar que Damien te ponga la mano encima—. Aquello pareció sorprender a Amelia, tal vez porque él no pedía mucho para sí mismo, sino para ella.
—Damien nunca me pegó.
—Sabes a lo que me refiero.
—Oh… pero para eso no necesitaría tu ayuda. Yo solita lo mandaría a la m****a, gracias—. Zack sonrió.
—Y, ¿en qué necesitarías mi ayuda? —ella hizo una mueca, y no contestó.
En nada, pensó él. Porque de no ser por Damien, jamás seríamos amigos. De no ser porque estuve allí en ese hospital, jamás me habrías contado la verdad.
Las migajas de su amistad, o nada. Esa era su verdadera elección.
—Te quiero, Amelia.
—Y yo a ti —le contestó ella, sonriendo con tristeza.
Oh, lo había dicho, pero ella creía que sólo era producto del whiskey.
No, no. Te quiero de verdad. Te amo… te deseo. Siempre te deseé. Eres tan bonita, tan inteligente, tan íntegra…
Se frotó los ojos. Sí, estaba ebrio.
Me muero por ti.
Eran demasiados tragos encima. Si no se andaba con cuidado, cometería un error, y lo lamentaría por siempre.
Daría la vida por ti…
Amelia volvió a su apartamento luego de dejar a Zack en su hotel. Nunca había visto a Zack ebrio, y en vez de eufórico, coqueto y lanzado, Zack era más bien taciturno, silencioso y melancólico. La miraba y sonreía como si llevara en su pecho el peso de una profunda tristeza. Y no era para menos, pensó; se acababa de divorciar.Cuando lo dejó solo en su habitación, no pudo evitar sentir un ramalazo de tristeza por él, pero no tristeza por lo que le estaba pasando, sino porque, ahora que todo este tema del tiempo y volver al pasado y todo lo demás se le había metido en la cabeza, no dejaba de preguntarse si acaso la vida de él también debió ser distinta.Se sacó los zapatos y los dejó de cualquier manera en la sala. Avanzó descalza y se fue quitando la ropa, las prendas, hasta quedar en ropa interior, y sin meditarlo mucho se puso frente al espejo
Amaneció, pero Amelia no quiso abrir los ojos. Había tenido un sueño, y antes de que las imágenes se le escaparan, trató de rememorarlo, de darle forma.Había estado con Zack, y él le decía que definitivamente iría al pasado, tal como anoche.Pero había algo diferente. No estaban en el bar, sino en una iglesia, y no hablaban sentados a una mesa, sino en una banca de madera.—Volvería veinte años al pasado —decía él con un sentimiento en sus ojos que ahora le parecía extraño—. Por ti.—Yo también —había dicho ella, aunque no sabía por qué haría eso por él. Zack era sólo un amigo. Y de repente en el sueño apareció una mujer, una anciana, que le tomaba la mano y la alejaba de la iglesia y de Zack. La llevaba a toda velocidad por un camino, una carretera, un
Un nuevo comienzo: esto era, verdaderamente, un nuevo comienzo. ¿Cuánto tiempo estaría aquí? No lo sabía. ¿Y si sólo le habían dado veinticuatro horas para arreglar su vida? Ya esa anciana extraña le había dicho que estaba sola en esto, es decir, que Zack no había vuelto al igual que ella… a pesar de que había soñado con él, y anoche habían hablado del tema.El Zack de ahora tenía dieciocho años, más o menos, y pronto se iría a la universidad. También Damien tenía dieciséis y compartían un salón de clases.Se llevó la mano al vientre haciendo mentalmente la lista de cosas que debía hacer hoy.La puerta se abrió, y tras ella apareció su hermana. Penny y ella se llevaban cuatro años, y en este momento debía estar en la universidad, pero si era domingo
Amelia miró su reloj, uno que le había prestado Penny. Se había acostumbrado a tener uno, y le sorprendía ver que a sus dieciséis no era esclava del tiempo, pues no tenía un solo reloj de pulsera entre sus cosas. Y tampoco existían aún los teléfonos inteligentes, así que se sentía perdida en medio de las horas.Ya había pasado el mediodía. Oh, qué rápido se iba el tiempo. Este día debería tener cuarenta y ocho horas como para poder hacer todo lo que tenía que hacer.Pidió disculpas y se levantó de la mesa con dirección al baño, pero una vez allí, se desvió. Había visto que la familia Galecki se ponía en pie para irse, así que salió por la puerta trasera y llamó a Damien con señas antes de que se subiera al auto de sus padres para que fuera con ella a la parte tra
Amelia volvió a la mesa con sus padres sintiendo el corazón vacío, vacío, vacío.Acababa de arrancarse del alma algo muy grande, algo que se había pegado a ella como un cáncer, y había sido tan pesado de llevar…Y al fin se lo había quitado del alma, del corazón, de sus hombros.Ahora sí, se dijo, que venga el futuro, que venga el mañana.El tiempo no espera a nadie, oyó decir, y Amelia levantó la mirada.En los altavoces del restaurante estaba sonando una canción. Un clásico de Freddie Mercury. El tiempo no espera a nadie,decía, y los vellos de su cuerpo se erizaron.Tenemos que planificar nuestras esperanzas juntosO ya no tendremos un mañana.Porque el tiempo… Éste no espera a nadie…Se pasó la mano por los brazos,
Poco más de una hora después, Amelia se vio en su vieja escuela, con una vieja mochila y una falda larga que le llegaba debajo de las rodillas, el cabello recogido a medio lado y sus cejas depiladas. Pero todas las chicas alrededor estaban vestidas de una manera que le hizo recordar una vieja serie de televisión. Mini faldas, camisetas de algodón ajustadas, jeans a la cintura y amplios, gorros de diferentes estilos…A pesar de ser un pueblo, la moda noventera había llegado aquí con la misma fuerza que en el resto del mundo. La extraña era ella, con su atuendo nada afín al de esas chicas.No recordaba haber sido la rara del salón.Los chicos tampoco se quedaban atrás, y pronto vio a Damien entre su grupo de amigos, los futbolistas, luciendo la chaqueta del equipo y un pendiente en la oreja izquierda.Se detuvo en sus pasos observándolo y le pareció extr
La rifa de los mil dólares en efectivo se lo ganó Megan Harris, y Amelia quedó de piedra viéndola celebrar y casi gritando a los cuatro vientos que el número ganador había sido la fecha de cumpleaños de su padre.—¿Por qué? —preguntó furiosa—. Yo tomé el número ganador. No hubo errores, ese era el número ganador. ¿Por qué?Algunas personas ya tienen grabado su destino, dijo ella, y Amelia se giró a mirarla. Nadie alrededor parecía extrañado de ver a una anciana en una escuela. Hay destinos que no podrías cambiar ni devolviéndote indefinidamente al pasado, pues están grabados en piedra. Pasará lo que tiene que pasar.—Eso es…Ni tú ni yo tenemos poder sobre ese asunto. Es así, y ya.—¿Qué quier
Amelia sostenía el libro Grandes esperanzas en sus manos sin mucho ánimo. Pronto tendrían una comprobación de lectura, y aunque ya se lo había leído, estaba repasando algunos capítulos en especial que seguro le iban a preguntar.Repetir la secundaria a veces se le hacía tedioso. Había sido divertido al principio, y vivió de nuevo las diferentes actividades, pero eran pocas, realmente, y los días en un pueblo tan pequeño se alargaban de manera sofocante. Eso, sumado a que sus padres eran demasiado estrictos con sus llegadas y las actividades que fuera de la iglesia realizaba.¿Cómo había soportado vivir así?, se preguntaba, para luego hallar la respuesta. Realmente no lo había soportado, y Damien había sido su escape, escape de sus padres, de su tedio, de sí misma.Al estar otra vez aquí, comprendió muchas cosas acerca