Capítulo 1

Habían pasado dos días exactamente desde que Alexandra perdió todo ante Berth, él había salido victorioso de su crueldad. Aquella noche murió una parte importante de ella, estaba marchita, ya no tenía importancia nada, solo su música era lo único que la mantenía a flote entre tanta oscuridad. Esa noche Berth gozó de su cuerpo como nunca, pero no pudo hacer nada, incluso se atrevió a recordar como una vez que terminó con ella, observó las sábanas manchadas de sangre, su sangre, su madre entró y como si ella no existiera o fuera un simple fantasma más que habitaba en aquella casa sucia y abandonada a su suerte, recogió las sábanas, y pasado un rato le trajo una cubeta llena de agua caliente para que se limpiara, Alexandra intentó llorar, pero no podía, era como si las lágrimas se le hubieran secado, ella era un desierto que quemaba si intentaban recorrerlo, nadie podría sobrevivir ante tal descubrimiento, su madre lloró frente a ella, y le pidió perdón, pero ya era demasiado tarde, todo lo bueno que tenía se lo habían arrebatado, su corazón se había congelado, sus lágrimas secado, sus ganas de vivir estaban en un coma temporal, sus ojos ya no tenían ese brillo, estaban sin vida, le cortaron las alas, lo único que tenía era su música, su fiel amiga, la única que aquella noche la acompañó.

Cierra los ojos y respira hondo, no podía cambiar el pasado, de pronto abre los ojos nuevamente y se observa en el viejo espejo colgado en una de las paredes del baño, ella era de estatura mediana, delgada, ojos azules, cabello oscuro, siempre se consideró una chica guapa, ¿pero eso qué importaba ahora?, estaba condenada a pasar toda la vida con aquel chico pelirrojo, de ojos grises, alto, tez clara, y con cara de pervertido sexual, él era mayor que ella, tenía 19 años mientras que ella contaba con solo 16, pensaba que su vida no podía empeorar más de lo que ya era. Estaba tan adentrada en su propia oscuridad interna que no se dio cuenta de que su madre estaba tocando, por lo que rápidamente abrió la puerta e intentó salir esquivando a su madre, pero ella la detuvo.

—¿A dónde crees que vas? —su madre era una señora de 49 años, se parecía a ella, solo que sus ojos eran oscuros, y tenía una obsesión con la religión católica.

—Voy a ver a Steve, quedé con él para acompañarlo a su primera entrevista de trabajo —mencionó con voz ronca, su garganta estaba un poco dañada por haber cantado aquella noche.

—No digas tonterías jovencita, sabes perfectamente que hoy iremos a comprar tu vestido de novia, el señor Downyke fue tan generoso que ese gasto correrá por su cuenta —dijo su madre con un aire de tanta devoción, que le dieron náuseas—. Y toma en cuenta que ahora que serás una mujer casada, ya no podrás andar con ese mugroso que tienes por amigo.

Alexandra conocía a Steve desde que tenían siete años, un día fue con su abuelo a la iglesia a escuchar misa, y cuando salieron, mientras su abuelo saludaba a unas personas, ella observó a un niño rubio de ojos azules, tenía toda la cara mugrosa, y estiraba sus manitas para que le dieran algunas monedas, al principio Alexandra pensó que debería ser una locura dejar a un niño tan pequeño en esas condiciones, y en la calle, ¿dónde estaba su madre?, al ver que su abuelo seguía platicando, se acercó al pequeño, y le dio un botón que se arrancó de su vestido rojo, el niño lo aceptó, sonrió y se fue corriendo, años más tarde se volverían a encontrar y sabría que escapó de un orfanato en el cual maltrataban a los niños, vivía a veinte minutos de su casa, bajo una cueva oculta en el bosque, precisamente donde ocultaba su guitarra, era el hogar de Steve, y era el escondite de Alexandra, eran buenos amigos, inseparables.

—Aún no soy la esposa de nadie —contestó Alexandra bruscamente.

—Pero lo serás, y debes comportarte como tal —su madre le aventó una mirada asesina—. Deberías estar contenta, tu hermana y todos en esta casa tenemos alimento, tú vivirás mejor, todos salimos ganando.

—Si tu lo dices —Alexandra bajó la mirada, intentaba escapar y ahogarse en su vacío mental.

—Cambia de actitud, ¿quieres? —su madre sonrió y le acomodó su cabello en un intento para tener un mejor aspecto, pero fue imposible, su cabello había cambiado también, ahora era difícil de manejar y rebelde.

—No tengo otra, lo siento.

—Debes estar feliz, por fin tendrás un buen marido —su madre suspiró.

—No tengo motivos para estar feliz, mi futuro esposo es un maldito pervertido —respondió Alexandra llena de furia.

En ese instante su madre le soltó certero bofetón, el cual le dolió a ella, pero no demostró dolor alguno aunque por dentro ardía.

—¡Jamás hables así de tu marido! —gritó su madre mientras se acercaba al espejo haciéndola a un lado de un empujón, y arreglándose el cabello con un modo pasmoso—. Si tu coraje es por lo que pasó la otra noche, de igual manera ibas a ser suya, solo adelantó los hechos, todas hemos pasado por eso.

—Me da igual —respondió Alexandra sin ánimos.

—Escucha, iremos a una tienda muy hermosa, mostrarás tu mejor sonrisa a todos, y te probarás los vestidos más costosos del lugar, si te vas a casar que valga la pena el vestido.

Alexandra no dijo nada, metió sus manos a los bolsillos del pantalón y guardó silencio, solo pensaba en Steve, le quería contar lo sucedido, pero ahora no estaba tan segura de hacerlo, ya que él podría atentar contra la vida de Berth, y podrían meterlo a la cárcel. Ella no sentía miedo alguno, todo eso se lo habían arrebatado.

—Bien —Alexandra se adelantó a la salida.

Era un día nublado y no tardaría en llover, su madre caminaba por las calles muy campante, contoneando las caderas de un lado a otro cuando pasaban cerca de algún señor apuesto. Alexandra tomó la capucha de su sudadera gris y se la colocó al sentir las pequeñas gotas de lluvia caer sobre ella, hasta el cielo estaba triste ese día.

Cuando por fin llegaron a la tienda de vestidos, su corazón sintió un leve brinco cuando al fondo de aquel lugar, cerca de los vestidores, se encontraba Berth, con su padre, ambos muy sonrientes. Su madre se acercó inmediatamente a su encuentro y notó como ella tomaba la mano del señor Downyke con cierto familiaridad, cosa que le extrañó notablemente.

—No es necesario que esta salvaje se pruebe los vestidos, yo mismo ya he escogido uno en específico —mencionó Berth con una sonrisa verdaderamente malévola.

—Las cosas se harán como digan —habló su madre con un aire de grandeza que no conocía—. ¿Qué esperas Alexandra?, ¡pruébate ese vestido!.

Alexandra no dijo nada, solo guardó silencio y tomó entre sus manos aquel vestido blanco con adornos de fantasía que una de las trabajadoras del lugar le dio. Se dirigió a uno de los vestidores que estaban cerca de la puerta de entrada, no sin antes ver como un chico de diez años llegaba en su bicicleta para entregar algún encargo de comida. Cerró la puerta y dejó aquel vestido en uno de los sillones que se encontraban en aquel lugar.

—Puedes hacerlo Alex —dijo para ella misma.

Estaba a punto de quitarse la sudadera cuando escuchó que alguien entraba y cerraba con pasador, por segundos pensó que era su madre, pero al darse la vuelta se encontró con Berth.

—Vaya, sabes, la otra noche te disfruté como nunca, pero ciertamente me quedé con ganas de más —Berth no dejaba de ver a Alexandra con ojos llenos de lujuria.

Tenía que mantener la calma, lo peor ya había pasado, no podía mostrar miedo ante él, sabía por experiencia propia que ese tipo de hombres disfrutan del miedo que les puedan provocar a sus víctimas, su padre era igual, disfrutaba de golpearlas, muchas veces intentó ir con abogados a pedir ayuda, demandar, pero en su barrio si no tenías dinero no conseguías nada, en el mundo de los ricos el dinero es la llave maestra que abre todo tipo de puertas en el mundo, mientras que la bondad y el amor, son solo piedras en el camino de los poderosos.

—¿Lo harás aquí? —preguntó Alexandra colocando su mirada fría en él—. ¿Dónde todos pueden escucharte?.

—Tonta, ¿crees qué a alguien le importas?.

—No.

—¡Entonces calla! —Berth le dio una empujón tan fuerte que la hizo caer.

Una vez estando en el suelo, él se puso encima de ella y comenzó a tocarle los senos, a besarle el cuello, Alexandra cerró los ojos tratando de pensar que eso lo soportaba para que su hermana no sufriera como ella lo ha hecho, pero cuando él estuvo a punto de bajarle los pantalones, tomó todo su coraje y golpeó con su pierna su parte más delicada y símbolo de abusos. Berth se quejó del dolor y rápidamente ella lo hizo a un lado.

—Hoy no Berth, lo siento.

Alexandra salió corriendo del lugar, en cuanto la vio su madre y el señor Downyke, comenzó a temblar, pero entonces vio la bicicleta del niño, lo volteo a ver y el pequeño le sonrió.

—Pero la traes de vuelta —dijo con su pequeña sonrisa, no lo conocía pero agradeció por dentro su ayuda.

Alexandra salió a toda prisa de aquel lugar que le causaba asfixia social, montó la bicicleta y echo carrera, pedaleo con todas sus fuerzas hasta estar lejos de todo y de todos, estaba tan entretenida en su escape, que volteó rápidamente hacia atrás para verificar si alguien la seguía, cuando de pronto en cuestión de segundos, un camión enorme venía en su dirección, llovía a cántaros, ella intentó darle la vuelta para esquivarlo pero era demasiado tarde, al hacerlo terminó chocando contra un gran cartel.

Se había dado un golpe en la cabeza, y sentía dolor en los hombros, su pierna le dolía un poco, entonces escuchó como alguien le hablaba, era la voz de un chico, poco a poco abrió los ojos haciendo contacto con aquella mirada tierna, entonces se desmayó, hundiéndose en un infinito lleno de oscuridad. Pero no olvidando aquel chico de mirada profunda.

Un destino nuevo se estaba trazando, unos ojos azules habían capturado su último aliento, Alexandra estaba a punto de cambiar su rumbo.

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