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CAPÍTULO 3 — ENTRE DOS AGUAS

Suspira pesadamente mientras se afloja el moño de la corbata y deja caer su ancha espalda sobre la cómoda silla reclinable, tratando de pensar en otra cosa que no sea la pelicastaña de ojos avellana. Ella ha sido la última paciente de la mañana, por lo que se prepara para irse a casa y dejar el tiempo libre a su empleado Samuel, quien trabaja medio tiempo en el consultorio por las tardes.

Guarda todas sus cosas en su mochila, pero deja la bata sobre su antebrazo con orgullo, ya que antes de que su vida se hundiera en la oscuridad, desde siempre su vocación fue la psicología. Sale del lugar, camina despacio hacia el estacionamiento y sube a la camioneta, conduce a casa, a ver qué nuevas noticias hay sobre su hermana y también para saber qué ha hecho el ineficiente cuerpo policial. Últimamente ha estado pensando en tomarse el trabajo por su propia mano, solo quiere y necesita a su hermana junto a él, sana y sin un rasguño. No puede dejar de pensar en lo mal que la estará pasando la luz de sus ojos, esa niña rebelde que lo saca de quicio como lo hace sonreír de verdad, genuinamente. Aprieta el volante con fuerza, tratando de reprimir los pensamientos trágicos e ideas desastrosas que asaltan su mente, haciéndole pensar en que, si a su hermanita alguien le toca un solo cabello y él se entera de quién fue, no vivirá para contarlo.

Luego de conducir por un largo rato, se estaciona en la entrada de la mansión de Farah White, su rancio y malhumorado padre. Abbie, la ama de llaves le abre la puerta y lo saluda con un movimiento de cabeza.

—Bienvenido joven White.

—¿Sabes dónde está Farah? —interpela a la morena y joven mujer, la cual se ruboriza cuando él la mira directo a los ojos.

Muere por el hijo de su jefe, pero sabe que él es solo eso: el hijo de su jefe, un hombre que jamás podría tener. Agacha la mirada mientras observa sus propios zapatos de tacón de aguja, sin notar que Salvatore la atraviesa con sus ojos azules intensos.

—Su padre se encuentra en el estudio, señor.

—Gracias… —Asiente levemente.

Se dirige hacia las amplias y lujosas escalinatas, sube rápido y va hacia el lugar donde el hombre mayor se encierra a horas del mediodía.

—¿Nada nuevo? —Toma asiento a su lado. Farah está tan sumido en sus pensamientos, que ni lo nota llegar—. ¿Padre?

Toca su hombro, lo que parece traerlo de vuelta a la estancia y lo observa con sus dos ojos azules profundos, tan iguales a los suyos.

—Oh, hijo… Dios nos ayude… —Se toma el rostro entre las manos.

Salvatore frunce el ceño, debido a que se le hace extraña la forma en la que su —normalmente— frío progenitor lo ha tratado, y también por sus palabras pesimistas que no son frecuentes en él.

—¿Ocurrió algo malo? Dímelo. —Se acerca a él.

Teme por su hermana, no se perdonaría si estuviera en una terrible situación. Se siente culpable y miserable por creer haber sido tan cobarde y no poder hacer nada para salvarla aquel día.

—No hay noticias. Parece que se la hubiera tragado la tierra… Nadie sabe nada. Oh, siento que voy a morir, mi pequeñita no está conmigo.

A Farah se le quiebra la voz y su apuesto rostro —con marcados signos de edad y barba blanca y recortada— muestra una expresión de aflicción, lo que deja completamente atónito a su hijo.

Es primera vez que lo ve así, él normalmente demuestra ser un hombre frío, calculador, que solo piensa en el dinero y en conseguir que Melanie se case con un importantísimo empresario y primo de un jeque de Dubai. Para Salvatore quizá Farah no haya sido el mejor padre, pero sabe que en el fondo ama a sus hijos, a su manera, pero los ama. Son tan parecidos padre e hijo, que no compaginan y no se llevan bien debido sus actitudes distantes y extremadamente independientes. Sin embargo, a él no le agrada ver a nadie de su familia sufriendo, al final, la familia es lo único que queda cuando ya nadie más está.

—No te preocupes, que ya me haré cargo yo de esto. Voy a traer a mi hermana de vuelta pronto, te lo prometo… —Le dice a su padre, quien mantiene la cabeza gacha y la mirada perdida.

Toca levemente su hombro, antes de levantarse y darle un último vistazo. De inmediato se dirige a la primera planta y sale con prisa de la mansión, pasando junto a Abbie sin determinarla, como le es costumbre al rubio. Saca su móvil del bolsillo del pantalón clásico y marca rápidamente el número de Mike, su mejor amigo y socio.

—¿Qué hay de nuevo? —responde, su voz se oye un tanto agitada al otro lado de la línea.

—Necesito que reúnas a todos, tienen trabajo duro.

—Estoy en el gimnasio, apenas termine voy —responde despreocupado, mientras se cambia de máquina, haciendo muecas de desagrado.

—No, vas ahora mismo y punto. —Salvatore pone los ojos en blanco y habla con un tono de voz autoritario.

Cuelga antes que el holgazán refute algo más.

Sube con prisa al automóvil, sin siquiera ponerse el cinturón de seguridad y arranca con violencia, no le importa un comino ni su propio cuidado. Cuando ya ha llegado a una de sus propiedades —una pequeña casa en un barrio común de Manhattan—, abre la puerta y baja por las escalinatas que llevan al piso subterráneo, avanza a través del amplio pasillo iluminado con luces tenues, pisos brillantes y pulidos;  paredes con aislamiento acústico… Un perfecto escondite para un trabajo tan peligroso y difícil.

—Señor White... ¿A qué se debe la reunión? —Daniel, uno de sus socios estrecha su mano con firmeza.

—Necesito ayuda con un asunto. —Salvatore le dedica una mirada, el castaño asiente.

—Muy bien —responde, un tanto curioso por lo que su socio les pedirá.

El rubio da un amplio vistazo al salón, todos los diez hombres, incluyendo algunos nuevos empleados, ya están allí. «Menos Mike. Como siempre ese idiota llegando tarde», piensa Salvatore, esbozando un gesto agrio.

—Como ya saben, normalmente no les pido favores que no sean relacionados con el trabajo pero, creo que su ayuda es necesaria esta vez. —Todos asienten—. Un grupo de hombres, los cuales no sé a qué se dedican, se han llevado a mi hermana hace una semana atrás. Ya sabemos que la policía es una organización de ineptos, así que he decidido tomarme el trabajo de investigar por mi cuenta y espero que ustedes me apoyen.

Suspira despacio, tratando de mantener su expresión neutral y no demostrar lo preocupado que se encuentra a estas alturas. Los hombres lo observan con temor, viendo en él ese despotismo de un mafioso y asesino. Susurran entre sí los nuevos empleados, tratando de saber quién es Melanie y los antiguos servidores de Salvatore, solo guardan silencio y asienten.

—¿Melanie? Eso es terrible… En todo lo que pueda te ayudaré, Salvatore, no tienes ni qué pedirlo. Vamos a encontrarla muy pronto. —De repente, el rostro de Daniel muestra aflicción, una mirada gélida y de odio se instala en sus ojos.

Aquel hombre de ojos verdes siempre ha estado enamorado de la hermana menor del “jefe”. Desde que la conoció en su fiesta de cumpleaños número diecisiete —fiesta a la que el mismo Salvatore lo invitó— nunca pudo sacarse de la memoria el bello y puro rostro de la rubia rebelde. Siempre ha demostrado mucho interés por ella desde entonces, pero él bien sabe que su jefe y socio no le permitiría acercarse a ella de otra manera que no sea amistad, por ello mantiene las distancias.

—Te lo agradezco mucho. —Salvatore da una palmada en su hombro y avanza hacia los demás—. ¿Van a ayudarme en esto?

Los interpela, su grave y firme voz hace eco en el lugar.

—Sí, señor White. —Todos responden casi al unísono.

Asiente lentamente, estudiando sus expresiones con una insistente y gélida mirada, viendo si en realidad están dispuestos o solo lo hacen porque es mejor no decirle que no. Nadie le dice que no al señor White, nadie.

—Muy bien… —Se da la media vuelta con su típica parsimonia y con las manos juntas detrás de la espalda—, porque no iba a aceptar un no como respuesta... Daniel, Mike y yo nos encargaremos de investigar por nuestra cuenta, pero a ustedes los quiero por toda la ciudad. Revisen videos, obtengan información y hasta si es necesario, maten a todo aquel que no quiera cooperar con nosotros.

Puede casi oler el miedo de aquellos que ahora susurran tras él. Algunos son nuevos, quizá se les olvidan las reglas.

Salvatore ve aparecer por la entrada a su amigo Mike y sonríe burlón.

—Oh, Mike, que bien que llegas. —Se acerca a él y estrecha su mano, a manera de saludo.

—¿Están bastante animados hoy? —pregunta con la mirada clavada en los chicos nuevos, le molesta que estén charlando en frente del jefe y sus socios.

—¿Les recuerdas las reglas? —El fornido rubio susurra aquello antes de sacar el móvil de su bolsillo e ir hacia la salida.

Desvía la mirada hacia Mike, quien se acerca a los que cuchichean como vecinas.

—Con gusto… ¿Se les olvida cuál es la primera regla? —Se escucha un abrupto silencio de repente—. No hablar a menos que el jefe lo diga…

Cuando Salvatore ya está fuera del salón subterráneo, marca el número de uno de sus investigadores de confianza. En su mente ahora hay dos obsesivas razones por las cuales lo llama, pero la segunda razón es a causa de una Venus que lo tiene atrapado y también le genera desconfianza; y la primera e importante razón es su hermana.

—¡Hey Zeus! ¿Qué tal? Sí... Necesito que investigues sobre la desaparición de mi hermana y me des información de una mujer un poco extraña. Voy a enviarte por mensaje todos los datos. Hasta pronto...

Una vez que quiere algo, lo consigue, y esta vez no habrán excepciones.

Salvatore recibe de nuevo otra llamada, cuando ya se está disponiendo a regresar al salón subterráneo.

—¿Pasa algo, Meg? —responde despreocupado.

Meg, su secretaria ríe.

—No señor, al contrario. Ha llegado una invitación para una entrevista con un canal importante. Me preguntan si tiene tiempo disponible para que asista a un programa el día de mañana y en la mañana.

Él lo piensa durante algunos momentos, normalmente accede a ese tipo de entrevistas.

—Sí claro que sí, ¿por qué no? Diles que asistiré.

—Como diga, señor White. Hasta mañana entonces.

—Hasta mañana... —Corta la llamada.

Guarda el móvil en su bolsillo y mira la hora en su reloj Patek Philippe, ya el atardecer se acerca y debe terminar su trabajo. Regresa al pasillo y desvía su andar hacia el cuarto de la mercancía.

—¿Qué tal van esos dos cargamentos? —Desliza sus dedos sobre el Pfeifer-Zeliska, uno de los revólveres más poderoso del mundo—. Es magnífico...

Observa el brillo del material y el aura de poder que emana del arma.

—Ya salió el primero, este es el segundo y ya casi está. Los compradores se encuentran en el lugar acordado y con todo el dinero. —Johnson, el chico encargado de organizar las entregas, empaca con cuidado las armas en el estuche de una guitarra.

Salvatore ha ideado muchas maneras de transportar el armamento, muchas veces él quisiera ser tan creativo para otra cosa que no sea el tráfico de armas.

—Excelente... Apenas salga, me avisas como siempre. Quiero mantenerme informado de todo, mucho antes que Daniel y Mike, ¿entendido? —Acomoda y limpia su gabardina oscura que reposa sobre sus anchos hombros y varoniles.

—Sí, señor White. —Asiente enérgico.

Ve directo a los ojos cafés del chico, el cual se ve tan dedicado al trabajo. Puede que con los demás empleados sea un poco rudo, pero con este chico no, le recuerda a él mismo cuando estaba entrando en los veinte años. Era tan dedicado, obsesivo, apresurado y quería conseguir todo por sus propios méritos, sin ayuda de nadie. Todo eso pudo arrastrarlo a un mundo que no es el mejor y del que ahora no sabe si logrará salir. Salvatore se mantiene de pie y rígido mientras observa las estanterías llenas de armas de todo tipo, pensando en que le falta poco para reunir todo el dinero que necesita y tratar de retirarse del negocio al irse a otro país. Pero nada es fácil...

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