Luciana miró la taza de café que había dejado frente a ella, sintiendo cómo sus pensamientos giraban en círculos, incapaz de sacarlo de su mente. ¿Cómo había llegado a esto otra vez? se preguntó. ¿Cómo podía alguien tener tanto poder sobre sus emociones después de tanto tiempo?Luciana seguía inmersa en sus pensamientos, con el eco de las palabras de Alejandro aún resonando en su mente. Miraba la taza de café, completamente ajena al mundo exterior, hasta que el sonido de la puerta del café abriéndose de nuevo la hizo levantar la vista. Para su sorpresa, allí estaba Héctor, entrando con paso firme, con la mirada fija en ella. El corazón de Luciana dio un vuelco, no por emoción, sino por el desconcierto que la invadió.“¿Héctor? “preguntó, frunciendo el ceño”. ¿Cómo sabías que estaba aquí?Él no respondió de inmediato. Se acercó con calma, pero con esa seguridad fría que siempre lo caracterizaba. Cuando llegó a su lado, lanzó una mirada rápida a su reloj de muñeca antes de clavar sus oj
Héctor la miró fijamente, y por un momento, Luciana pensó que tal vez había logrado romper esa máscara de imperturbabilidad que siempre llevaba. Pero entonces, él se inclinó más cerca, tan cerca que su aliento cálido rozó la piel de su cuello.“Te guste o no, Luciana, siempre serás mía “—susurró, con una intensidad que la hizo estremecerse—. Y tarde o temprano, lo entenderás.Luciana cerró los ojos por un segundo, sintiendo la presión en su pecho aumentar, pero no iba a ceder. No esta vez. Alejó su rostro, sus ojos llenos de desafío.“Jamás”.El silencio que siguió fue más denso que nunca. Héctor se recostó en su asiento, su expresión oscurecida, mientras la camioneta seguía su rumbo. Pero Luciana ya sabía que, sin importar adónde la llevara, ella no iba a dejar que él decidiera su destino.Luciana entró a la oficina con paso firme, aunque por dentro no podía evitar sentir una creciente incomodidad. Al cruzar la puerta, sus ojos se encontraron de inmediato con una escena que no espera
Horas despues Luciana decidió quedarse más tiempo en la oficina ya que el pequeño percance que había tenido hace unas horas atrás no le impidió seguir con sus cuestiones laborales.El reloj marcaba las seis de la tarde, y Luciana recogía lentamente sus cosas, tratando de calmar la tensión que había sentido todo el día desde la incómoda conversación de la mañana con los padres de Héctor. Estaba a punto de salir de la oficina cuando Susana, la madre de Héctor, apareció en la puerta, deteniéndola con su sola presencia.—Luciana, necesito hablar contigo —dijo Susana, con ese tono imperioso que siempre utilizaba cuando quería imponer algo. Se acercó con elegancia, sus tacones resonando en el suelo de mármol mientras sus ojos escrutaban cada detalle del rostro de Luciana.Luciana apretó los labios, ya esperando lo peor. Sabía que cuando Susana la buscaba era porque venía con malas noticias, envueltas en su aire de superioridad. Susana la miró por un largo segundo antes de soltar la bomba.—
—Hay una forma, se me acaba de ocurrir algo, lo más probable es que te hayan despedido sin liquidación y derecho a dinero, pero hay una solución conmigo estarás segura solo se firmas un pequeño contrato que avala la seguridad para ti. Te he dicho antes que no confíes en todos los que te rodean —susurró, su voz apenas un murmullo, trabaja para mí como los viejos tiempos que tú y yo lo hacíamos juntos.—. Ni siquiera en mí.Luciana apartó su rostro de su toque, sus emociones en conflicto. La cercanía de Alejandro la confundía, pero su instinto le decía que algo más oscuro se estaba gestando bajo la superficie. Todo lo que estaba sucediendo en la empresa, las insinuaciones, los silencios, parecían formar parte de algo mucho más grande de lo que ella había imaginado.—¿Qué estás tratando de decirme, Alejandro? —preguntó, su voz cargada de frustración—. ¡Deja de hablar en acertijos!Alejandro sonrió, una sonrisa que no alcanzó sus ojos.—Solo estoy diciendo que, cuando llegue el momento, en
Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban entrecortados. La tensión seguía en el aire, palpable, casi palpable. Alejandro, con su mirada profunda y penetrante, la observó con una seriedad que contrastaba con la suavidad de su gesto.—No tienes que irte —dijo en un tono suave pero firme—. Quédate esta noche, al menos hasta que te calmes. Puedo ver lo agotada que estás. Ya todo está dicho, no tienes que huir.Luciana, sin saber qué decir, se quedó en silencio, con su corazón acelerado y la mente en caos. La idea de quedarse allí, en la mansión de lujo, bajo la protección de Alejandro, era tentadora, pero había algo más profundo que la hacía resistirse. Aún no entendía todo lo que estaba pasando, pero el calor de sus manos, su cercanía, parecía prometer algo más que solo consuelo.—Te compré algo para ti —continuó Alejandro, mientras levantaba un poco la mirada, dejando entrever una sonrisa leve y genuina, esa que solo Luciana lograba desatar—. Un pijama, solo para ti. Es de tu ta
Luciana, sin poder evitarlo, se inclinó hacia él, ansiosa, tomando la iniciativa. Sus labios encontraron los de él con una intensidad que sorprendió incluso a ella misma. Fue un beso lleno de una pasión contenida, una que había estado esperando salir a la luz durante tanto tiempo. Su cuerpo respondió con rapidez, el deseo recorriéndola como un fuego que comenzaba a arder desde lo más profundo de su ser.Alejandro la abrazó con fuerza, sus manos encontrando la espalda de Luciana y atrayéndola hacia él, presionando su cuerpo contra el suyo. El calor de su torso se sintió como un refugio, y Luciana, por un momento, dejó de pensar. Solo sintió. Solo vivió en ese instante.—Luciana… —susurró él, contra sus labios, su voz grave y baja, como si la estuviera advirtiendo de algo que ninguno de los dos estaba dispuesto a enfrentar.Ella no respondió, solo se hundió más en el beso, como si pudiera perderse en él. El sabor de Alejandro, su cercanía, el roce de su piel sobre la de ella, todo lo de
—Gracias —respondió, con un suspiro más relajado. —Voy a ponerme la pijama y… necesito algo de privacidad, por favor. Solo por un momento.Alejandro asintió, levantándose lentamente de la cama, aunque su mirada seguía fija en ella. El espacio entre ellos se hacía más palpable ahora, pero no de una manera incómoda, sino de una manera que invitaba al respeto, al entendimiento mutuo. Él caminó hacia el otro lado de la habitación, sin decir una palabra más.Luciana se dirigió hacia el armario, abriendo la puerta con manos temblorosas, tomando la pijama que él le había comprado, la tela suave y ligera entre sus dedos. Se la puso rápidamente, sintiendo cómo la suavidad de la prenda la reconfortaba, pero al mismo tiempo, sentía que la distancia emocional entre ellos crecía, aunque no quería que fuera así.Al volver a la cama, se detuvo un momento en el umbral de la puerta, observando a Alejandro. Estaba sentado en el borde de la cama, aún de pie en el lado más alejado de la habitación, pero
—Gracias —respondió, su voz suave, cargada de una gran sorpresa—. No te arrepentirás, Luciana. Te lo prometo.Y aunque las palabras estaban fuera de su boca, el silencio que siguió resonó entre los dos como un lazo invisible, un pacto no solo de trabajo, sino de algo mucho más profundo. Algo que ambos aún no podían definir, pero que ya estaba ahí, creciendo en la atmósfera de la mansión.Mientras Luciana asentía, sabiendo que no había vuelta atrás, el futuro de ambos parecía estar tomando un nuevo rumbo, uno que se entrelazaba de formas que ninguno de los dos había anticipado, pero que, sin duda, marcaría sus vidas para siempre.El aire en la oficina se volvió denso, cargado con una energía que ninguno de los dos había anticipado. Luciana, aún con el sabor a incertidumbre en la boca, se levantó de la silla lentamente, como si cada paso hacia el futuro fuera un acto consciente de valentía. Miró a Alejandro una última vez, sus ojos oscilando entre la duda y una renovada determinación. L