Confrontación silenciosa

Héctor la miró fijamente, y por un momento, Luciana pensó que tal vez había logrado romper esa máscara de imperturbabilidad que siempre llevaba. Pero entonces, él se inclinó más cerca, tan cerca que su aliento cálido rozó la piel de su cuello.

“Te guste o no, Luciana, siempre serás mía “—susurró, con una intensidad que la hizo estremecerse—. Y tarde o temprano, lo entenderás.

Luciana cerró los ojos por un segundo, sintiendo la presión en su pecho aumentar, pero no iba a ceder. No esta vez. Alejó su rostro, sus ojos llenos de desafío.

“Jamás”.

El silencio que siguió fue más denso que nunca. Héctor se recostó en su asiento, su expresión oscurecida, mientras la camioneta seguía su rumbo. Pero Luciana ya sabía que, sin importar adónde la llevara, ella no iba a dejar que él decidiera su destino.

Luciana entró a la oficina con paso firme, aunque por dentro no podía evitar sentir una creciente incomodidad. Al cruzar la puerta, sus ojos se encontraron de inmediato con una escena que no espera
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