Silencio absoluto. ¿Sorprendida? Yo no. Estos tipos son como ovejas, siempre buscando un pastor que los guíe. Pero yo no soy una oveja, y mucho menos voy a dejar que este tipo se autoproclame pastor de mi ciudad.Decido que es el momento. Salgo de las sombras y camino hacia el centro de la sala, mi paso firme resonando en el eco del almacén. Todos los ojos se giran hacia mí, y la tensión en el aire aumenta un par de grados.—Bueno, bueno… parece que las cosas han cambiado mientras yo no miraba —digo, mi tono cargado de sarcasmo—. ¿De verdad crees que puedes simplemente entrar aquí y declarar que ahora eres el jefe?El Lobo me mira, sorprendido al principio, pero rápidamente su rostro se endurece. Claramente no esperaba que alguien lo interrumpiera. Mucho menos yo.—¿Y tú quién eres? —pregunta, con una voz que pretende ser dura, pero no llega a intimidarme.Sonrío, sin apresurarme. Quiero saborear el momento.—Valeria —digo, como si no fuera obvio—. Y parece que no te has informado bie
El Lobo me mira, tratando de evaluar si estoy bromeando o no. No lo estoy. Sabe que no puede ganarse a esta multitud con palabras ahora. No después de que he dejado claro quién es el verdadero poder aquí.—Esto no ha terminado, Valeria —dice, con un tono peligroso—. Puedes tener la ciudad por ahora, pero yo no he dicho mi última palabra.—Por supuesto que no lo has hecho —respondo, con una sonrisa helada—. Pero te aseguro que será la última vez que la digas.El silencio en la sala es ensordecedor mientras El Lobo se gira y sale del almacén. Nadie lo sigue. Todos se quedan allí, mirándome, esperando mi siguiente movimiento. Lo he conseguido. Ahora todos saben quién manda.—Se acabó el espectáculo, chicos —digo, con una sonrisa ligera, pero peligrosa—. La ciudad sigue siendo mía.Y con eso, me doy la vuelta, dejando que las sombras me envuelvan de nuevo mientras salgo del almacén. El Lobo puede seguir aullando en la distancia, pero pronto se dará cuenta de que en esta ciudad no hay luga
Luis asiente en silencio. Él sabe que esto no es solo un juego de poder. Es personal. El Lobo intentó desafiarme en mi propio terreno, y eso no se lo perdono a nadie.De repente, el celular de Luis suena, rompiendo el momento. Lo toma rápidamente y responde con un simple "sí". Luego me mira, con esa expresión de "aquí vamos otra vez".—Es el contacto en la policía. Parece que ya hay rumores de los cuerpos de algunos de los aliados del Lobo apareciendo en lugares incómodos. Alguien está haciendo limpieza.Levanto una ceja, divertida.—¿Qué? —digo, con un tono despreocupado—. ¿Acaso él también tiene problemas para mantener sus "lealtades"?—Parece que sus nuevos aliados no son tan confiables como pensaba. Algunos ya empezaron a desaparecer, y no por accidente.—Interesante —murmuro—. Puede que ni siquiera tengamos que ensuciarnos las manos si se autodestruye primero.Pero sé que eso es un pensamiento demasiado optimista. El Lobo puede perder algunos peones en el camino, pero aún no ha t
Ah, la ironía. El Lobo se está ahogando y ni siquiera se da cuenta de que el bote salvavidas en el que confía tiene agujeros.—¿Qué información le dieron? —pregunto, divertida.—Lo que querías que escuchara —dice Luis—. Le contamos que planeabas un gran movimiento la próxima semana, algo que te pondría en la mira de la policía. Ahora él cree que puede adelantarse a ti.—Perfecto. Que siga persiguiendo sombras —digo, con una sonrisa satisfecha—. Mientras él se preocupa por mis falsos movimientos, nosotros lo acorralamos sin que se dé cuenta.Luis asiente, complacido con cómo se está desarrollando todo. Pero entonces añade algo que no esperaba:—También hay algo más. Uno de sus hombres se acercó demasiado a Valentina.Valentina. De todas las personas que podrían estar involucradas, tenía que ser ella. Mi mejor chica, la que tiene más influencia entre los ricos y poderosos que frecuentan el club. Los hombres la adoran, las mujeres la envidian, y yo sé que, aunque juega sus propios juegos
Vicente me sostiene un segundo más, sus manos recorren mi cintura como si intentara marcarme, pero yo le devuelvo una sonrisa controlada, como quien acaricia a un animal salvaje sabiendo que, por ahora, no va a atacar. Así es Vicente: pura intensidad, pura violencia contenida bajo esa fachada de poder. Y a veces, aunque no lo admita, es útil tener a alguien como él.Cuando me suelta, me doy la vuelta con calma, como si no acabara de calmar una tormenta en formación. El espectáculo en el cabaret continúa, pero yo siento los ojos de Vicente clavados en mí mientras me alejo. A él le gusta pensar que puede protegerme, que su fuerza bruta es lo que mantiene mi mundo en equilibrio. Lo que no sabe es que ya he calculado cada uno de sus movimientos mucho antes de que él siquiera lo piense.Subo de nuevo a mi despacho, la música y las risas del cabaret amortiguándose detrás de la puerta cerrada. Luis ya está de regreso, esperando con más noticias, como siempre.—Valentina lo sabe —dice sin pre
Ah, el amor. Esa cosa maravillosa que la gente insiste en buscar como si fuera la cura para todos los males del mundo. Yo, sin embargo, siempre he tenido claro que el amor es una transacción. Algo que se negocia, se vende, se compra. Y, hablando de compras, ahí es donde entra él: Vicente "El Toro" Mendoza.Vicente, mi querido y obcecado Toro, es de esos tipos que huelen a dinero desde tres cuadras de distancia. Llega al cabaret todas las noches como si fuera el dueño del lugar —y para ser justos, probablemente lo es. La forma en la que los camareros le abren paso y los otros clientes se callan cuando pasa... todo eso me dice que este hombre tiene más poder del que debería tener cualquier ser humano. Yo, mientras tanto, solo muevo mis caderas al ritmo de la música, con la precisión de quien sabe exactamente cuánto vale cada movimiento. Él me mira desde su mesa VIP con sus ojitos de tiburón, creyendo que me tiene en la palma de su mano, y yo finjo que no lo noto.Vicente me quiere. No,
Ahí está. Su gran oferta. Su propuesta indecente envuelta en papel brillante. Yo, la bailarina de cabaret, rescatada por el gran mafioso. Como si todo lo que quiero en la vida fuera que él me ponga en una jaula dorada. Cierro los ojos por un segundo, para no rodarlos en su cara.—¿Y qué te hace pensar que quiero ser "protegida"? —le pregunto, levantando una ceja. Él se ríe, como si mi pregunta fuera un chiste, y me agarra la mano, apretándola un poco más de lo que me gusta.—Porque te conozco, Valeria. Sé lo que necesitas. Tú solo tienes que confiar en mí.Confiar. Esa palabra ridícula que solo usan los hombres que creen que tienen el control. Pero la ironía es que mientras él cree que me está acorralando, yo ya tengo la red lista para atraparlo. Porque lo que Vicente no sabe, lo que ni siquiera ha sospechado, es que mientras él me observa, yo también lo observo a él. Sé cosas. Cosas que podría usar en su contra. Cosas que valen más que todas las joyas y autos que me ha dado.Sonrío,
Los días pasan, y Vicente sigue actuando como si el mundo fuera suyo y yo fuera su premio mayor, un trofeo que puede ganar. Mi llamada está hecha, las piezas se están moviendo, pero Vicente, en su ceguera arrogante, ni siquiera lo sospecha. Es casi patético, si no fuera tan conveniente.Una noche, cuando termino mi número en el cabaret, me encuentro con la sonrisa de siempre en su mesa VIP. Está con su séquito de gorilas, pero sus ojos están clavados en mí como si yo fuera la única persona en la sala. Y, por primera vez, me siento incómoda. No porque me intimide, claro que no, sino porque sé que el final está cerca. No puedo permitirme el lujo de bajar la guardia, y sin embargo, aquí estoy, dejándome arrastrar de nuevo hacia su red de poder y lujuria.—Ven conmigo —dice, cuando me acerco a su mesa. No es una invitación; es una orden.Asiento, porque ahora mismo es más fácil dejarme llevar que resistir. Lo sigo hasta una de las habitaciones privadas del cabaret, esas que son solo para