La ciudad, bajo su manto de neón parpadeante y sombras interminables, parece dormir, pero todos sabemos que nunca descansa. Especialmente ahora, cuando las piezas más peligrosas están en juego. Vicente, siempre impredecible, acecha al Lobo. El Zorro, el nuevo invitado que viene a probar suerte, se mueve con sigilo, como una serpiente en la hierba. Y yo, bueno, yo estoy en el centro de todo, manejando los hilos de este espectáculo que parece ir directo hacia una tormenta.El coche avanza por las calles, los faros iluminando apenas el asfalto brillante por la humedad. Mi mente no deja de trabajar. Alejandro Ortega, alias “El Zorro”, no ha venido por las sobras. Su reputación le precede, y aunque Vicente se cree el dueño de la ciudad, Alejandro sabe cómo meterse en los territorios de otros y hacerlos suyos. El Lobo lo ha invitado, probablemente por desesperación, pero lo que no sabe es que acaba de firmar su sentencia de muerte. Y si no juego mis cartas bien, podría arrastrarme con él.L
El pánico cruza su rostro en un segundo. Esto es lo que me gusta del miedo: cómo puede convertir a los más arrogantes en seres patéticos en cuestión de segundos. Luis, siempre tan eficiente, ya está sacando su pistola. —No te preocupes —le susurro, justo antes de que se escuche el disparo—. Todo se acaba más rápido de lo que crees. El cuerpo cae al suelo, el eco del disparo resonando en las paredes vacías de la fábrica. Uno menos, pero cientos más esperando su turno. Alejandro no va a detenerse, pero ahora tengo una ventaja: sé que está aquí por todo. —Necesitamos movernos rápido —le digo a Luis, limpiando la sangre de mi chaqueta con desdén—. Ortega va a intentar tomar nuestras zonas antes de que Vicente lo note. Si lo detenemos antes, quizás podamos usar al Lobo como carnada para atraerlo a una trampa. Luis asiente, pero puedo ver la preocupación en su rostro. —Y Vicente —añade—. Él va a querer moverse antes. No va a esperar mucho más. —Lo sé —respondo, suspirando—. Mantén a Vi
Él me mira con esos ojos oscuros y penetrantes, su mandíbula apretada. Siempre tan controlado, pero a punto de explotar. Puedo sentir su energía desde aquí, como un animal acorralado.—¿Cuánto más tengo que esperar? —pregunta, su tono áspero, mientras sigue mirando a Tinna, aunque es obvio que su mente está en otra parte.—Solo un poco más —respondo, inclinándome hacia él, suavizando mi voz—. Ortega está cerca, y si te mueves ahora, lo perderemos. Si quieres destruir al Lobo y a todos sus hombres, tienes que dejar que Alejandro se acerque lo suficiente para que podamos atraparlo. Si matas al Lobo antes de tiempo, Ortega tomará el control de todo. Y lo sabes.Vicente cierra los ojos por un segundo, luchando contra su impulso de actuar. Es un hombre acostumbrado a la acción, no a la espera, y eso me ha puesto en más de una situación peligrosa antes.—Te necesito conmigo en esto, Vicente —añado, tocándole suavemente la mano—. Este es nuestro momento. Tu momento. Pero solo si juegas bien.
Tinna me mira directamente a los ojos. No es frecuente que ella quiera hablar conmigo de algo que no sea dinero. Algo ha cambiado.—Es sobre Ortega —dice, y mi corazón se acelera un poco.—¿Qué sabes de él? —pregunto, manteniendo la calma, aunque por dentro mis pensamientos se aceleran.—Ha intentado contactarme —responde, y puedo ver la verdad en sus ojos—. Quiere que lo traicione… a ti y a Vicente. Me ha ofrecido una cantidad ridícula de dinero para que lo ayude a tomar el control del cabaret. Dice que después de que controle el puerto, irá por todo lo demás.Así que aquí está. La prueba de que Alejandro ya está dando sus primeros pasos, pero también la confirmación de que Tinna, por ahora, sigue de mi lado.—¿Y qué le dijiste? —pregunto, manteniendo la voz ligera, aunque mi mente ya está calculando todas las posibilidades.Tinna sonríe, esa sonrisa que nunca he sabido si es sincera o parte del espectáculo.—Le dije que lo pensaría. Pero ya sabes cómo funciona esto, Valeria. Yo siem
Vicente, sin decir una palabra, comienza a caminar hacia la salida del cabaret, su paso decidido, y puedo ver a uno de sus guardaespaldas siguiéndolo de cerca. Me apresuro a interceptarlo antes de que haga algo estúpido.—Vicente, espera —digo, poniéndome delante de él.—Ese malnacido es de Ortega —responde con los dientes apretados, señalando disimuladamente a un hombre que está hablando con Tinna al otro lado de la sala—. Voy a arrancarle la garganta.—Eso es justo lo que Ortega quiere —le digo, agarrándolo del brazo—. Si lo matas aquí, delante de todos, desatarás una guerra que no podremos controlar.Sus ojos están llenos de ira, pero detrás de eso hay algo más. Ortega lo está empujando al límite, y Vicente está empezando a perder el control.—Escúchame, Vicente —insisto, acercándome más, bajando la voz para que solo él pueda escucharme—. Ortega quiere que actúes por impulso. Si le sigues el juego, le darás justo lo que necesita para destrozarnos. Déjame a mí manejar esto. Confía e
Mi mente trabaja rápidamente. Ortega no es tonto. Si planea atacar el cabaret, lo hará con la intención de que Vicente pierda la cabeza y actúe impulsivamente. Y Vicente lo hará. Ese es el mayor riesgo de todo esto.—Llama a tus hombres —le digo a Luis—. Ortega va a atacar el cabaret. Asegúrate de que estemos preparados.Mientras Luis se va, me acerco de nuevo al hombre que acaba de confesar. Le sonrío, una sonrisa que no tiene nada de calidez.—Gracias por tu cooperación —le digo suavemente—. Pero lamentablemente, no podemos dejar cabos sueltos.Luis, que acaba de regresar, le dispara en la cabeza sin pensarlo dos veces. Un movimiento limpio, rápido.El sonido del disparo resuena por todo el club, silenciando las risas y conversaciones. Los ojos de todos se vuelven hacia nosotros. Vicente se levanta de su mesa, completamente alerta, y veo cómo su rostro se transforma. Él también sabe lo que esto significa.Me acerco a él, mientras el silencio aún reina en el cabaret.—Ortega viene ha
Sonrío. Ahora es cuando las piezas empiezan a caer en su lugar.—Ortega cree que tiene la ventaja porque te está provocando —le digo, inclinándome un poco hacia él—. Lo que no sabe es que nosotros lo estamos provocando a él. Si aparece aquí con todos sus hombres, pensará que tiene la ventaja del número. Pero lo que no sabe es que ya hemos reforzado el lugar. Tenemos hombres en los callejones, en los tejados y en cada esquina.—Lo atraparemos en su propio juego —añado—. Haremos que sus hombres se sientan seguros al entrar, que crean que tienen el control. Y justo cuando piense que ha ganado, lo rodeamos. No dejaremos que ninguno salga con vida.La sonrisa de Vicente es lenta, peligrosa, pero he captado su atención. Esta es la parte que más le gusta: la sangre, la venganza, el control absoluto.—Entonces que venga —dice, su voz baja pero cargada de poder—. Esta noche, Ortega va a conocer el verdadero infierno.Nos movemos con rapidez. Los hombres de Vicente comienzan a posicionarse alre
Los hombres de Ortega intentan reaccionar, pero están rodeados. Luis da la señal, y en un instante, las balas comienzan a volar.El cabaret se convierte en un campo de batalla. Las mesas vuelan, las sillas se rompen, y los gritos llenan el aire. Tinna se aparta justo a tiempo, desapareciendo entre las sombras mientras los hombres de Vicente eliminan a los de Ortega uno por uno.Ortega, desesperado, intenta retroceder, pero Vicente se acerca a él con una calma aterradora.—Te dije que esta noche sería tu última —dice Vicente, justo antes de disparar.Y en ese momento, todo termina.El cuerpo de Ortega cae al suelo, inerte. El cabaret está en ruinas, pero hemos ganado. Vicente ha ganado.Mientras el silencio regresa lentamente, y los hombres de Vicente comienzan a limpiar el desastre, me acerco a él. Está de pie sobre el cuerpo de Ortega, con una expresión que mezcla satisfacción y vacío.—Es solo el comienzo —le digo suavemente, y él asiente.Pero ambos sabemos que, aunque Ortega está