La mirada era, muchas veces, un espejo para mostrar aquello que las expresiones bien podían ocultar. En los ojos de las personas, en ocasiones se podían descubrir intenciones y secretos, incluso, universos de emociones ocultas ante el mundo y sentimientos no expresados con palabras. Si la mirada pudiera matar, quizás, en ese momento, Kendrick Godric ya estaría muerto, pues aquellos hielos azules de la Reins Berta, lo miraban fijamente sin atisbo de piedad en ellos.—Kendrick Godric, se te ha acusado con pruebas, de entrar a los aposentos privados de la princesa Baskerville en Devonshire, e intentar dormir con ella por la fuerza. ¿Tienes algo que decir al respecto? — dijo la Reina sin ningún rodeo.Kendrick palideció. No sé le estaba acusando de haber sido el causante del accidente a la Dama Odette Brown, pero si se algo que era, tal vez, igual de grave. Uno de los guardias personales de la Reina, le acercaba aquellos botones de oro que se le habían perdido en su estrepitosa huida, y
Las trompetas se escuchaban sonando, mientras un cortejo fúnebre se abría paso entre los guardias a caballo que escoltaban aquel coche. Cámaras de televisión, personas vestidas de negro que lloraban una perdida que no era suya, y que parecían realmente creer que Kassius Godric, Duque de Devonshire, era un buen hombre. Los murmullos también se hicieron presentes, pues la viuda del Duque no se había presentado en sus funerales, y nadie parecía saber en dónde se encontraba ella. Para el nuevo Duque de Devonshire resultaba obvio: esa mujer, Melina Cervantes, había huido.Henrick observaba el tumulto de personas que se habían reunido en los jardines del castillo de Devonshire, y como la mayoría de ellos decían lamentar la muerte de su padre, sin embargo, solo eran máscaras; las mismas máscaras que todos usaban siempre para guardar las apariencias sin nunca admitir la verdad de sus pensamientos, las llevaban puestas hoy a juego con sus ropas de negro. Mirando a Kendrick, Henrick vio que su
El sonido de la pala contra la tierra fresca, rompía el sepulcral silencio en el camposanto privado que se hallaba en los territorios del castillo de Devonshire, destinado a sus Duques y miembros familiares cercanos. A ratos, algún sollozo se dejaba sentir, mientras aquella pala seguía echando tierra sobre aquel ataúd que yacía ya en la tumba que Kassius Godric había mandado hacer para su muerte y descanso, antes de meses después ser depositado en el mausoleo familiar. Un viento suave y casi frío, movía con gentileza las flores que decoraban el lugar como el último adiós al Duque de Devonshire, y Henrick y Kendrick Godric, dejaban caer una rosa cada uno, para que acompañara a su padre en su viaje al más allá. Kendrick sollozaba, y sin abrazar a Chiara Cervantes, se dejaba caer sobre el suelo. Henrick no había pronunciado palabra alguna, y aun cuando Bernadette lo abrazaba en señal de consuelo, ni una sola lágrima se derramaba en su rostro; Kassius Godric no había sido un buen padre pa
“Nuestro padre murió envenenado”Aquellas palabras que Henrick había dicho, Kendrick no lograba sacarlas de su mente. Había visto los análisis forenses; su hermano menor había ordenado tres diferentes autopsias con tres diferentes forenses, y el resultado era el mismo; su padre había muerto envenenado. Lavándose el rostro, Kendrick se miró a los ojos en ese espejo que le devolvía su reflejo; estaba ojeroso, tan demacrado que parecía haber vivido treinta años en solo unos meses, y aquella opresión que sentía el pecho lastimando su corazón como si tuviera una espina enterrada en el, lo estaba lentamente matando. Sintiendo que la puerta de su baño se abría, miró por el reflejo del espejo como Chiara Cervantes entraba y lo miraba con aquellos que emitían juicios en su contra. —¿Qué es lo que te sucede Kendrick? Parece como si estuvieras evitándome… — dijo con voz entrecortada Chiara. Kendrick se secó el rostro, y pasando de largo a su esposa salió del baño. Chiara sintió como la ira l
—Esto no está bien. — decía William mirando los fragmentos de la información que se había alcanzado a salvar del celular de Odette Brown.Tomando todo, el Marqués de Ailsa salió de aquel laboratorio a toda prisa, y luego de haber hecho que el técnico que lo había asistido, firmara un acuerdo de confidencialidad. Aún faltaba más información por recuperar, pero había resultado imposible recuperarla por el daño de aquel celular. Lo Cervantes comenzaban a perder aquella mascara de falsa amabilidad que habían sostenido durante años, y esperaba que pronto aquellos que los apoyaban, finalmente abrieran los ojos. Todo apuntaba a que Bernadette Baskerville la recién nombrada princesa de Gales, era una pieza fundamental para que esa gente consiguiera su propósito: llegar al trono de Inglaterra. Debía de hablar con Henrick cuanto antes.Saliendo de aquel consultorio, William pudo ver a algunos hombres observarlo de manera extraña, y siendo tan suspicaz como era, sabía que aquello no era algo nor
—¿Está seguro de esto, mi señor? — cuestionaba un hombre a Henrick Godric quien tan solo asintió sin mostrar expresión alguna en su rostro. El sonido de la pala se enterraba en la tierra y el olor a humedad llenaba aquel espacio ya deteriorado. Mirando las paredes de aquel enorme mausoleo, leyó con rapidez los nombres de todos sus ancestros que moraban allí como su último lugar de descanso. Pronto, escuchó aquella pala chocando contra algo metálico, y entonces supo que pronto lo sacarían de allí; el cuerpo de su madre. —Sacaremos el ataúd como usted ordenó para subirlo a la ambulancia. La exhumación está completa. — dijo uno de los sepultureros para luego, con ayuda de otros, sacar aquel elegante ataúd algo deteriorado. El ruido atronador del ataúd de su madre chocando contra el suelo, le hizo sentir un terrible escalofrío recorrerlo. Nunca habría deseado profanar de tan irrespetuosa manera su lugar de eterno descanso, pero tenía que conocer la verdad, tenía que tener la certeza
“Causa de muerte: envenenamiento.”Una lluvia cada vez más fuerte, caía sobre Devonshire. Las nubes completamente grises, habían sumergido en una parcial oscuridad al imponente castillo que se encontraba en silencio. Una botella vacía yacía al costado de un hombre que tenía su mirada perdida en la nada, y un sentimiento de culpa se había clavado en lo profundo de su alma. Henrick dejaba caer las hojas de los resultados de la autopista hecha a su madre al suelo de su habitación, mientras escuchaba el golpeteo de las gruesas gotas de lluvia chocando con ferocidad contra los vidrios de sus ventanales. Aquel dolor que sentía era inmenso, y la culpa de no haber hecho nada para impedir el fatídico destino de su madre, le estaba carcomiendo la mente, el alma y el corazón. Sus ojos celestes lucían apagados, como si la vida misma lo hubiese abandonado, y tan solo dentro de el permaneciera el dolor.—Si me hubiese dado cuenta antes…aún estarías con vida, mamá. — musitó apenas sin voz para s
El sonido de las gotas de lluvia chocando con los altos ventanales, rompía el silencio que reinaba en aquella habitación. A la luz de un rayo, los ojos violeta y celestes seguían mirándose fijamente en aquella oscuridad intencionada. La noche había caído sobre el castillo de Devonshire, y las caricias de unas manos femeninas reconfortaban el corazón de un hombre que, a ojos ya cerrados, sentía su alma acompañada en aquella soledad que durante tanto tiempo soportó. Cuando los ojos de Henrick Godric se abrieron, pudo verse reflejado en aquellos hermosos ojos color violeta que lo miraban con aquella devoción sublime propia del amor, y entonces lo supo como ya lo había sabido en aquel momento en que siendo un niño vio por primera vez a Bernadette Baskerville: ella seria siempre el amor de su vida, y todo lo que era en si mismo, le pertenecía solo a ella. Acariciando los caireles dorados de su hermosa prometida, Henrick besó con suavidad aquellos labios sin que ella pusiera resistencia.