Isabella no pudo permanecer en la oficina, por lo que salió de la empresa y tomó un taxi, para dirigirse a su departamente, aquella escena, le provocó una fuerte jaqueca y deseaba recostarse. Al llegar a su piso se dirigió a la cocina tomó un vaso con agua y bebió junto con un par de analgésicos para calmar el dolor. Aún no podía creer que una mujer distinguida, refinada como lo era Maritza se rebajara y rogara amor. Eso la hizo darse cuenta que no importa el estatus social, ricas, pobres, enamoradas, eran capaces de dejarse pisotear, por un supuesto ‘amor’, sin darse cuenta que lo más importante era amarse primero a ellas mismas, para que no permitieran tantas humillaciones. Ella era una de las que habían encabezado esa lista, pero ya no más. Al llegar a su habitación, lanzó las zapatillas y se dejó caer sobre la cama, no podía negar que sentía curiosidad de saber lo que había sucedido entre Guillermo y Maritza, pero ese asunto era entre ellos y debía solucionarlo él. Sintiendo q
Al sentir el firme impacto sobre su rostro, Guillermo la liberó de su agarre y colocó una de sus manos sobre la nariz, cubriendo al instante el sangrado que comenzó a fluir. La miró completamente desconcertado, y se movilizó a tomar un pañuelo desechable intentando detener la hemorragia nasal.. — ¿Qué te ocurre? —indagó acercándose con lentitud a ella, ¿lo golpearía por lo ocurrido con Maritza?, era algo que jamás se hubiera imaginado, no entraba en su lista de posibilidades, la había imaginado molesta, pero no al grado de agredirlo de esa forma. Isabella sujetó una almohada y se aferró a ella, sujetándola con todas sus fuerzas. —Eres un malnacido —expresó con la voz fragmentada. Ladeó su rostro al observar la forma en la que actuaba, con lentitud la escudriñó, dándose cuenta que en ningún momento lo había mirado a los ojos, además que en su mirada no había molestia,sino temor. —¿Isa me escuchas?, soy Guillermo. —Se acercó con cautela y se flexionó sobre su cama, buscando encontr
Se acercó a él, y recargó su cabeza a su pecho, disfrutando de su calidez, estar entre sus brazos la sosegaba, provocando que todo lo que le preocupaba, se disipara. Definitivamente era su lugar seguro. —Desee entrar a la oficina y quitártela de encima con mis propias manos —confesó con sinceridad—, no soporto que se te acerquen de la forma en la que ella lo hizo. Por eso me alejé, tuve miedo de no poder contenerme. Deslizó sus gruesos dedos sobre las rizadas hebras de su larga cabellera. —No te preocupes por eso, ya puse orden, eso no se volverá a repetir, te doy mi palabra —manifestó con seguridad—. Maritza no volverá a entrometerse. — ¿Por qué lo dices? —elevó su mirada para verlo a los ojos. —La despedí —explicó con simpleza—, ya no forma parte de la firma. — ¿Es en serio? —no pudo evitar preguntar, ante su sorpresa, además que verlo tan apacible, la hizo creer que quizás bromeaba y la había sancionado de otra forma. — ¿No me crees? —arrugó el ceño al ver su reacción. —Es a
Las mejillas de Melisa ardieron ante aquella observación que era cierta, iba a la ducha, y no a la salida del gym, estaba tan embobada con la imponente presencia de aquel hombre que lo había olvidado por completo. Un punto más para que comprobara su retraso mental. Se reprendió. —Olvidé que tengo que ver a mi mamá en casa —mintió para intentar salvar su reputación sobre su salud mental—, tengo que irme —explicó y antes de que saliera se detuvo unos instantes ante su curiosidad. — ¿Eres nuevo?, nunca te había visto. —Sí, lo soy. Un par de amigos me recomendaron este gimnasio y quise darle una oportunidad —mintió—. Espero volver a encontrarte por aquí —sonrió sabiendo que había caído. Una vez más se comprobaba a sí mismo, que no perdía su encanto. Se sentía todo un playboy. Inhaló profundamente al escucharlo, parecía que estaba interesada en ella y eso la hizo sentirse feliz. Deseaba volver a verla. En su interior gritó de felicidad. —Seguramente así será —intentó modular el tono de
Maritza y Marshall su padre, se encontraban tomando una taza de café, en el estudio, mientras la chica le ayudaba en sus labores, buscando despejar la tristeza que tenía su hija, desde que Guillermo la había echado de la peor manera, no podía quitarse de la cabeza ir a enfrentarlo para que le diera una explicación. —Deberías tomar el control de la compañía —su sugerencia se escuchó más a una suplica. —No me pidas eso, sabes muy bien, que deseo estar en la firma. El hombre rodó los ojos. —No puedo permitir que te sigas exponiendo, he estado pensando en qué debemos demandar a Guillermo, lo que hizo es muy grave. Te agredió y no lo voy a permitir —expresó cerrando con fuerza su puño. La joven se quedó pensativa, sorprendida al ver reaccionar a su padre de esa forma, era un hombre muy tranquilo. Sonrió ladeando los labios de forma perversa. Sí, quizás esa sería la forma poder conseguir lo que buscaba de él, una demanda lo dejaría muy mal ante la opinión pública, su imagen como el mejo
Con la respiración agitada, se puso de pie, entonces un fuerte remolino, agitó su estómago, provocando que corriera con rapidez al sanitario, y de un azotón, cerrara la puerta. La manera con la que se movilizó hizo que Guillermo y María quedaran como un par de espectadores. La pequeña dio un pequeño brinco al escuchar aquel golpe de puerta, giró su rostro hacia Memo, sin comprender. Él se puso de pie y la tomó entre sus brazos, llevándola hacia la sala, para esperar a que saliera. — ¿Se siente mal mamá? —indagó la niña. —No lo sé —respondió con sinceridad y se acercó a la puerta. — ¿Necesitas algo? —indagó; sin embargo ella no respondió, por lo que tuvieron que sentarse en la sala a esperar. Durante el tiempo estuvieron sentados, María comenzó a quedarse dormida al sentir la forma tan tierna en la que acariciaba las sedosas hebras de su cabellera. Finalmente Isabella salió con la mirada vidriosa, además de verse algo pálida. Guillermo se puso de pie y caminó con rapidez hacia ella
— ¿Qué desea? —la chica del mostrador le preguntó. —Preservativos —contestó, sin poder evitar giró hacia atrás intentando buscarlo, pero Guillermo ya se había esfumado de su visión. En cuanto pagó su compra, caminó un par de calles, hasta llegar a su vehículo—, espero no haberte hecho esperar. —No, no tardaste mucho —respondió su joven compañera. — ¿Encontraste —el medicamento para tu jaqueca? —preguntó Melisa. —Sí, muchas gracias, fuiste muy amable en traerme —respondió, recargándose con desgarbo sobre el asiento de su vehículo. Cerró los ojos, fingiendo que se sentía mal. —Me alegra ser de utilidad —contestó la joven, encendió el motor de su camioneta y se incorporó al tráfico de la ciudad—. Me alegra que hayas aceptado descansar en mi departamento —manifestó—, así no te quedas solo. Ladeó los labios con discreción, pues no podía llevarla a su casa, ya que estaba su mamá y el detestable de su hermano, tampoco podía proponerle llevarla a un motel pues se vería como un descarado,
El corazón de Melisa retumbaba con fuerza al estar sobre Mason, parpadeó en repetidas ocasiones, ante su nerviosismo, podía sentir cada parte del cuerpo de él, especialmente el de su entrepierna. Con rapidez, las manos de él se acunaron en sus mejillas, acercó sus labios a los de ella, buscando encender más la llama que, sabía chisporroteaba en el interior de la joven, quien correspondió a aquel beso, extasiada. —Tus besos, me hacen sentir mejor —expresó al tener que separarse para tomar aire. La chica sonrió, sin dejar de mirarlo, aquellas palabras, derretían su noble corazón. —Me alegra que estés mejor —respondió con la voz agitada—, necesitas descansar, no te veías nada bien en el gimnasio —le recordó—. Casi te desvaneces. —No me dio tiempo de almorzar, si lo hacía no alcanzaba a llegar a entrenar…, en lo único que podía pensar es en que deseaba verte. — ¿En serio? —cuestionó incrédula. —Por supuesto, ¿acaso lo dudas? —centró su verdosa mirada en sus ojos, sus manos no perd