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— ¡Lo siento, por favor perdona! – sollozó de nuevo.

— ¡Perdóname tu a mí mi amor perdí… los estribos yo… no quiero que llores! – necesitaba encontrar las palabras correctas y luchaba con su cabeza echa un lío — ¿Puedes esperarme en el auto? – Ella lo miró sin entender — ¡No voy a obligarte a entrar! Me rehúso a ser un gilipollas malnacido como Marco Antonio  – Tomó su rostro entre sus manos tan sutilmente que la abrumó y cerró los ojos — No voy a lastimarte, hablaré con ellos y lo comprenderán todo. Te aman y se… que lo harán – ella negó — ¡Margarita mi amor, no te quiero obligar a nada! Necesito que todo entre nosotros fluya naturalmente – se paró en las puntas de los pies y besó sus labios, si

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