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A tus órdenes

Marco  

Esa noche no hubo mensajes, tenía días que le compre un nuevo celular a Daniel para que me cediera el suyo, de ese modo era más cómodo. 

En la mañana, como siempre desperté al escuchar la música de la alarma, una rutina que mantiene mi cuerpo y mente en óptimo estado, programe las persianas de todo el pent-house para que se abran al sonar la alarma. Hoy no tendería la cama como de costumbre, toca cambio de blancos, por lo que se lo dejaría a Estela.  

Al no tener ganas de correr opté por bajar hasta la alberca y nadar por cerca de una hora, suelo ejercitarme en el parque La Mexicana, últimamente no lo encuentro placentero, pues tengo una acosadora que piensa que su horrible timbre de voz es agradable de escuchar, aún menos sus avances y coqueteos que me sacan de quicio. 

De regreso a mi piso, mientras me aseo escucho las noticias financieras para saber cómo amaneció el movimiento de las bolsas de valores, ya que no tengo desayunos o almuerzos agendados, Estela me tiene el desayuno, mis respectivos suplementos y vitaminas. 

Los beneficios de vivir a unos minutos de distancia de las oficinas, cualquiera diría que puedo dormir de más, al dividir el negocio familiar, hubiera sido la ruina de no haber tomado de forma sería y asertiva la gestión en la operación del legado del abuelo. 

Si no, allí está el claro ejemplo de mi tío y como llevo en picada su parte del negocio, el mediocre de mi primo y su pobre sentido común contribuyeron en gran medida. 

¿Resentido, ¡Yo!? Para nada, todo quedo en el pasado, eso no cambia el hecho de que yo no vuelvo a convivir con esa parte de la familia de mi padre. 

Es raro que no escuche ninguna notificación de los mensajes, al revisar el celular, nada, Sara suele enviar algo a primera hora de la mañana, supongo que cuando se levanta es lo primero que hace. 

Ya en el corporativo me dirijo a la oficina, Daniel me espera en el lobby, a pesar de poder subir por el ascensor privado, siempre he sentido que es bueno ver a los trabajadores y saludarlos, no quiero que me encasillen en los estereotipos de CEO´s arrogantes y prepotentes. 

Estoy agradecido con los colaboradores, pues en la crisis que enfrentamos se portaron a la altura, no abandonando el barco y trabajando a deshoras para sacar adelante a Grupo Añorve. 

Sara 

Karen me aconsejo no enviar mensaje alguno a Daniel, que pagara la cena era un buen indicio, pero no nos aseguraba que estuviera realmente interesado, dejaríamos que él iniciara la conversación y propusiera la nueva cita, hasta entonces yo no daría señales, una especie de estira y afloja. 

Así se fueron dos días, al tercero; recibí un mensaje “¿Todo bien?”, “Sí, algo ocupada” fue mi respuesta, por la noche los mensajes se reanudaron de parte de Daniel, yo que ya tenía luz verde para seguir, parecía que todo había vuelto a la normalidad, pero ni él ni yo tocamos el tema del plantón que me había dado. 

Unos días más tarde, cuando tuve que salir para ir a corregir las metidas de pata de mis clientes chinos, al enviar un cargamento de productos sin el etiquetado, que ya les había dicho que era obligatorio, le pusieran a cada artículo.  

Una llamada me hizo perder la cordura, me puse como (gallina sin cabeza), no sabía si contestar, o no, la pantalla decía Daniel, un momento largo y “Bueno, vaya... nunca hubiera imaginado que me llamarías, sí, estoy fuera de las oficinas, ¿por?, es enserió, ¿ahora?, si quieres, una hora más y termino, yo te mando el lugar, ¡Hasta luego!” 

Yo que estaba toda desalineada, por haber pasado casi todo el día etiquetando productos aquí dentro de un contenedor en “Pantaco”, ¡Argh! No podía ser más inoportuno, cuando llame a Karen me dijo que podía llamarle y decirle que era un mal momento para mí, obviamente yo no quería hacerlo, yo moría de ganas de verlo, escuchar su voz grave y profunda ¡Uff!.  

Le di velocidad a lo que me faltaba, salí corriendo y agradeciéndole a los trabajadores que siempre me hacen el paro, dejándome pasar. Lo único bueno del lugar en donde estaba era que a esta hora la gente venía de regreso a sus casas, por lo que el tráfico vehicular estaba a lado opuesto a donde me dirigía. 

Le envié un mensaje a Daniel “Cerrajería, ya voy en camino”, era el nombre de un restaurante en la Roma, mi intención era ir rápido a mi casa que se encontraba muy cerca, Daniel lo arruino al enviar otro mensaje para avisarme que ya estaba en el lugar. 

Lo que pude hacer fue refrescarme un poco con toallitas húmedas y medio peinarme, mi atuendo bastante cómodo no era lo que esperaría para presentarme a una primera cita, jeans, una playera de algodón de tirantes, un saco que no me quería poner por lo acalorada que me sentía. 

Respire hondo, al entrar intente buscarlo, no lo vi, luego pregunte si había una reservación a mi nombre, me dirigieron a una mesa, él estaba de espaldas cuando fui a tomar mi sitio enfrente de él. 

— ¡Perdón, creo que se equivocaron! — el hombre de allí no era Daniel. 

¡Oh, no! Aquel era un espécimen sacado de alguna revista de sociales, toda su estampa gritaba distinción, más cuando me sonrió, era deslumbrante, dientes superblancos, barba corta y definida, que se veía genial.  

Sus rasgos eran tan simétricos, mandíbula triangular y angulosa, ojos color miel y una nariz recta que ni el mejor cirujano lograría, cabello algo ondulado, pero corto y bien peinado, no pegajoso. ¡Aah! Espalda ancha y un traje que parecía guante, lo demás al estar sentado no lo pude percibir, pero claramente se veía grande ósea que sería alto. 

— ¡No se han equivocado! Toma asiento Sara — incliné la cabeza a un lado, y seguramente tenía la boca abierta como pez, las cejas levantadas y pelando los ojos para entender algo. 

El mesero se acercó a preguntar si todo estaba bien, o si necesitábamos algo, lo volteé a ver con mi cara de estúpida, pero no articule nada. El hombre allí sentado le dijo que todo estaba bien, que nos diera tiempo para ver el menú y cuando estuviéramos listos él lo llamaría. 

Con un ademán me pedía que tomara asiento, así lo hice, quede pensativa, sería una broma, Daniel se “rajó” y su amigo vino en su lugar, me dio miedo, lleve mi mano a mi bolso y busque el botón de rastreo que Karen me había dado, lo tome y lo metí al bolsillo de mis jeans

— ¿Tú quién eres? — le dije, otra vez, esa sonrisa. 

— Tú cita, por supuesto — negué con la cabeza, saque mi celular y busque el perfil de Daniel, se lo puse enfrente, él imitó lo que hice y me mostró mi perfil, luego busco y me enseño los mensajes, tome el celular y lo verifique, si, allí estaba todo, ¿Cómo? 

— ¡No, ya enserió! ¿Quién eres?  

Extendió su mano — Daniel Castillo, ¡A tus órdenes! — con cara de incredulidad, estreché su mano. 

— Sara de León — le respondí.  

Busco en el bolsillo de su saco, me extendió una tarjeta de presentación; en el frente un logo y de bajo “Grupo Añorve”, en el reverso “Daniel Castillo, Asistente de Gerencia” y varias formas de contacto, la dejé en la mesa, él me vio y alzo la ceja, sabía que aún no estaba convencida. 

— ¿Cuál es la historia? — le dije. 

— Bueno, para empezar, quería conectar con alguien de forma genuina, no que babearan por mi apariencia, aunque no lo creas, ser bien parecido tiene sus desventajas — ¡sí!, yo no le vería las desventajas, imagina el harem que podría tener con esa cara en su perfil. 

 

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