Casi cinco años después de la muerte de mi padre, duele totalmente, pero me he esforzado por mantenerme a flote, no podía derrumbarme y permitir que el esfuerzo de su vida se perdiera solo porque yo no fui capaz de ser fuerte.
Salgo del ascensor con una caja de chocolates y un globo que dice feliz cumpleaños. Mi querida asistente está de cumpleaños y no podía dejar pasar este detalle, el mismo que mi padre tuvo con ella por los quince años en que ella trabajó para él.
-¡Feliz cumpleaños, Fabiola! – ella se pone de pie, con lágrimas en sus ojos y acercándose a mí -.
-Ay joven, no tenía que hacerlo – me dice recibiendo los regalos y un abrazo de mi parte -.
Fabiola Vilches fue la mano derecha de mi padre, conocía todos sus secretos y sus mañas. El tiempo que conseguí estar aquí trabajando con papá, me di cuenta ambos sentían un cariño especial por el otro, pero nunca pasaron de la relación de amistad.
Cada año, mi padre le regalaba chocolates y una tarjeta. Yo le regalo los mismo chocolates y un globo, porque estoy seguro de que no podría escribir las mismas cosas que mi padre.
-Pasado mañana es el cumpleaños de Victoria, de recursos humanos – me dice pegando su globo a la pantalla del computador -. Le gustan los bombones y los peluches.
-Bien, hoy mismo me encargo de eso, gracias. ¿Reuniones?
-No, pero sí están las entrevistas para el puesto de asistente del señor Ignacio.
-Perfecto, que se hagan en la sala de conferencias. Yo estaré presente, Ignacio me tiene bastante nervioso con eso de no encontrar a la adecuada.
-Si me permite – Fabiola mira a todos lados y me susurra -, se me hace que es más un casting de modelos que una entrevista de asistentes.
-Lo sé, por eso estaré allí.
Le sonrío y me voy a mi oficina, en donde me pierdo hasta la hora de las famosas entrevistas.
Si hay algo que no me gusta, es que las mujeres se me acerquen demasiado, me siento realmente incómodo. Esa misma actitud la han interpretado como mi desagrado total por el género femenino, incluso he llegado a escuchar los rumores de que he dormido con todos los hombres que se ha antojado y eso me ha llevado a terminar sintiendo asco por las mujeres. A veces uno se entera de cosas muy interesantes acerca de uno mismo, de las que no tenía idea.
Todo muy lejos de mi verdadera personalidad.
Desde niño siempre fui tímido. Más que nada por algo que asumí al llegar a la universidad, soy bien parecido. Mi tez blanca, mi sonrisa cautivante, mis ojos castaños y mi cabello castaño oscuro resultaba atractivo para las niñas, pero una vez adolescente comenzaron a rondarme por mi altura.
Mi padre medía cerca de un metro setenta y ocho, yo lo superé con un metro ochenta y cinco, demasiado alto para el promedio de hombres que me rodean.
Incluso Ignacio, el amigo que conocí a los dieciséis y con quien me volví inseparable, se ha visto opacado por mí un par de veces, a pesar de que tiene un cuerpo trabajado, ojos negros penetrantes y una voz que puede llegar a desarmar a una mujer si se lo propone. Pero, tal como él me dice para reírnos de mi supuesta orientación, hasta mi voz es capaz de bajar más bragas que él con su cuerpo en traje de baño.
“-Muchas mujeres amarían hacerte hombre.
-Sigo siendo hombre.
-Sabes a lo que me refiero. Para muchas es pecado que un hombre tan como tú no les haga el más mínimo caso a las mujeres.
-Todo tiene su razón de ser.”
Esa es una conversación recurrente y siempre llegamos a lo mismo, Ignacio preguntándome cuando le presentaré siquiera un novio, después de que él me ha presentado a lo que podría ser un par de decenas de mujeres que no pasan a la categoría de amantes ocasionales.
-No encuentro a la persona indicada.
Eso es todo. Y es la verdad.
En todos estos años, ni una sola mujer me ha provocado desvivirme por ella, hacerla sonreír y prestarle las atenciones que se merece, porque siempre se me acercan las mismas de siempre: oportunistas, experimentadas, descaradas, preocupadas de la apariencia, de lo que los demás piensan, mujeres demasiado sexys, pero sin una pizca de inteligencia más allá del maquillaje y la moda.
Básicamente, mujeres como mi madre.
Busco a una mujer inteligente, que se respete, que lo más importante sean los sentimientos de los demás y que sea fuerte, que no quede callada ante las injusticias. No quiero a una mujer sumisa y que esté dispuesta a complacer a un hombre por, sobre todo, solo para asegurar su comodidad financiera.
Camino hasta la sala en donde ya se encuentra Ignacio. Fuera hay seis mujeres sentadas y un asiento está vacío. Miro a Victoria y ella revisa la lista.
-Falta una, pero es la última a quien se entrevistará, así que le queda tiempo de llegar.
-De hecho – oigo una voz que me estremece, es suave pero decidida -, llegué primero, solo fui al baño.
Me giro y veo a una mujer hermosa, más que todas las que están sentadas allí, ella no tiene exceso de maquillaje, no lleva tacones de más de diez centímetros, no se ha operado los senos, ni teñido su cabello castaño. Su ropa es formal, no muestra más de lo necesario y se ve condenadamente sexy.
-Alissa Meyer – dice extendiendo su mano hacia mí -. Mucho gusto.
Hago lo que jamás he hecho, estrechar la mano de esa mujer que se me parece más a una diosa que a una mujer buscando trabajo. Ni siquiera las socias y empleadas jóvenes pueden decir siquiera que tolere estar a menos de cincuenta centímetros de ellas.
Al tocar sus dedos, la siento cálida, fuerte. Una sensación de angustia y necesidad me atacan a partes iguales. Desde ya mi meta es que ella se quede aquí, porque no quiero pensar en nunca más la veré.
La siento estremecer ante el breve contacto y ríe.
-Lo siento, creo que le he dado la corriente.
-Sí… la estática.
-Esa – se gira a Victoria y la saluda de la misma manera -.
Toma asiento y se pierde en un libro que saca de su cartera. “El día que se perdió la locura”, de Javier Castillo, el mismo que me devoré en dos días hace un par de semanas.
-Si no le molesta – me dice Victoria -, creo que podemos iniciar.
-Sí, sí. Vamos.
La dejo pasar primero, entramos y ella llama a la primera postulante. Mientras que Victoria y yo nos dedicamos a realizar preguntas agudas, Ignacio se dedica a mirarlas de arriba abajo y haciendo bromas, solo para verlas reír.
-Ignacio, te recuerdo que estás buscando asistente, no una mujer para salir de fiesta – le digo tras la quinta postulante, que me ha dejado fastidiado porque se dedicó a coquetear conmigo -.
-Bueno, voy a trabajar con ella, al menos quiero una asistente que se divierta un poco.
-Si sigues con esa actitud, me veré en la obligación de elegir yo – Ignacio sabe que puedo hacerlo, pero en realidad me quiero asegurar que ella se quede -.
-Como quieras, sólo asegúrate de que al menos sepa escribir un memorándum.
Me pongo de pie con frustración tras despachar a la sexta postulante, era una mujer totalmente incapaz de mirar a los ojos para responder, al menos a los míos, porque se dedicó a coquetear descaradamente con Ignacio en cuanto este le dio el indicio de interés.
-Vicky, pasa a la última, antes de que Alex termine saltando por la ventana, creo que ha sido una dosis muy alta de mujeres por hoy.
-No sea idiota, Ignacio.
Sin embargo, nada más ver entrar a Alissa se me pasa el mal genio. Pude soportar hablar con las postulantes anteriores porque estamos a una distancia considerable gracias a la mesa de madera oscura, pero con ella… los nervios se me han descontrolado por completo.
-Muy bien, señorita Meyer, díganos ¿conoce el cargo al cual postula?
-Sí, como asistente de vicepresidencia.
Luego de eso, solo hago lo que hacía cuando una chica me ponía demasiado nervioso, frunzo el ceño, cruzo las manos frente a mi rostro y dejo que otros hablen. Le entrego mis preguntas a Victoria y ella se encarga de hacerlas por mí, ella sabe bien lo mismo que todos, que las mujeres no me agradan.
Pero lo que me deja sorprendido es su actitud ante el primer chiste de Ignacio para llamar su atención.
-Con el respeto que se merecen – dice mirándome -, pero he venido a una entrevista seria. Si se va a dejar el tono formal de la misma, creo que es momento de terminar aquí.
-Disculpe al señor Mocarquer – le digo agarrando el valor de la molestia -. Por favor, si tiene alguna duda, puede hacerla saber ahora.
-Si fuese elegida, ¿cuándo iniciaría?
-El lunes – le dice Victoria -. Pero si puede hacerlo antes, sería fantástico.
-Si me eligen antes del almuerzo, empiezo hoy mismo, no soporto estar sin hacer nada – se sonroja y se mira las manos, me provoca saltar sobre la mesa y besarla -. Perdón mi exabrupto, pero me gusta trabajar.
-Muy bien. Lo evaluaremos y nos comunicaremos con usted.
Ella se pone de pie y se despide de nosotros. Sale cerrando la puerta de cristal, la veo alejarse por el pasillo, hasta que Victoria se ríe.
-Al fin puedo reírme… es la primea vez que veo a Ignacio quedarse callado, porque una mujer no le para el chiste.
-No es gracioso – me mira apuntándome con el dedo índice -. Ni se te ocurra elegirla.
-Si soy honesto, estoy entre ella y la segunda – le digo divertido, tratando de ocultar mi decisión -.
-Estoy de acuerdo contigo – me dice Victoria -, Isis y Alissa son las mejores postulantes, pero la verdad prefiero a Alissa.
-¿También me vas a traicionar?
-Es eficiente, sus respuestas fueron cortas, pero concisas, sabe cómo elaborar muchos de los documentos en los que tú necesitas apoyo y lo mejor, no cae ante tus encantos. Menos probabilidades de que termine sobre tu escritorio.
Ignacio pone mala cara, pero no le queda más que aceptar la decisión. Ambos sabemos que Victoria es objetiva en la elección de cargos, de manera que esto no lo hace solo por fastidiar. Ella se entierra en los perfiles de cada una las mujeres, hasta que la vemos abrir mucho los ojos.
-Vaya… Alissa salió de la carrera de economía hace solo tres años – levanta la mirada -. Es muy joven y ya ha tenido tres empleos.
-Se supone que revisaste eso antes de llamarla.
-Ignacio, revisé cuarenta perfiles, no me puedes culpar de olvidar algo así. Si la elegí fue porque me llamó la atención que tuviera tres empleos antes… siendo tan joven.
-¿Cuántos años tiene? – dice Ignacio quitándole su expediente -.
-Veintiséis años.
“Soy demasiado viejo para ella”, me digo de inmediato. Sería imposible que ella me mirara, pero aún así la quiero aquí, al menos con ver su sonrisa a diario me conformo.
-Ella se queda - le digo a Victoria dejando la sala -. Llámala ahora
Tras dejar la sala y casi correr hasta el ascensor, bajé las cuatro plantas y salí del edificio para ir a comer. Aunque más me urgía escapar al exterior para tomar algo de aire fresco, me siento incluso mareado. Todo esto es nuevo para mí, nunca perdí la cabeza por una chica, porque aquella chica que alguna vez me interesó no provocó ni un mínimo de sentimientos que Alissa ha logrado.Camino con las manos en los bolsillos, dejando de lado el sonido de mi celular que suena insistente. Llego hasta el restaurante que visito cada días desde que llegué a la empresa, el mismo que antes visitaba con mi padre.Al entrar, me saludan los meseros y los chicos de la barra. Me voy a la misma mesa, una al rincón del lugar y al lado de la salida desde la cocina.Unos minutos más tarde, con mi plato frente a mí, como con dificultad. En este momento me cuestiono si hice bien en deja
Respiro profundo, tratando de concentrarme en lo que debo hacer, pero saber que ella está allí, en su escritorio tecleando afanada, con el ceño fruncido, casi sin parpadear. Con su boquita haciendo un piquito, lista para ser besada--¡Concéntrate!Me regaño y ya siento que me estoy volviendo loco. En tan solo un par de días me he visto en la obligación de reconocer que Alissa me gusta de verdad, muchísimo y estoy dispuesto a trabajar en mi timidez. Esta es la oportunidad de mi vida y me vale gorro la diferencia de doce años que tenemos.Miro el reloj, me quedan quince minutos para salir, eso en teoría, porque por estar pensando en ella, escondido aquí para no terminar como colegial enamorado todo sonrojado, me he retrasado en algo que debe quedar listo hoy sí o sí.No podré desearle un buen fin de semana, pero creo que el lunes podré verla repues
Arranco el auto, las manos me tiemblan y solo ruego que ella no lo note, porque quedaría en ridículo.-Muchas gracias – me dice con un poco de nostalgia en la voz -. La verdad es que no recuerdo cuando fue la última vez que alguien me ayudó sin esperar algo a cambio de mí.-Bueno, tampoco es que no espere nada a cambio – ella me mira sorprendida -. Supongo que esto amerita el pedirte un día que almuerces conmigo, para que me sigas contando sobre tus trabajos anteriores. Aún no sé por qué te despidieron, si eres tan inteligente.-Por un momento creí que harías lo que hacen todos los hombres que me han dado su ayuda “desinteresada”.-Yo jamás haría eso – le digo divertido mirando el camino -.-Obvio, no es que yo sea de tu gusto – se ríe -.Mi cuerpo se tensa, pero no dejo de reír, más porque su ri
Me quedo en el estacionamiento unos pocos minutos, sonriendo al saber que después de dos días la veré, con su sonrisa brillante, su cuerpo perfecto y su carácter de mujer independiente.Me bajo del auto, queriendo saltar de felicidad y buscando entender que todo esto es resultado de años reprimido. Camino hacia la entrada, consigo ver a Ignacio sosteniendo la puerta para que Alissa y la señora Fabiola pasen al edificio. Algo se me retuerce en las entrañas, como si el maldito Alien quisiera salir de mí de un momento a otro.Entro al edificio, tratando de mantener la sonrisa con la que llego todos los días, obligándome a entender que fue un gesto de caballerosidad para ambas mujeres.Espero el ascensor, que baja rápido y, una vez se cierran las puertas, busco la manera de respirar para no salir corriendo a mi oficina en cuando la vea. La caja metálica llega a su destino y al abrirs
Se que me he ganado unas ojeras por casi no haber dormido anoche, porque no podía sacarme de la cabeza la imagen de Alissa sonriendo con Ignacio. Es estúpido, sería la solución decirle la verdad de una vez, pero me muero de miedo.Son veinte años de sostener una vida que no existe para escaparme de todas las mujeres que a mi madre se le ocurrió que podían ser mi pareja. Para justificar que estuviera tan solo desde siempre, que huyera de las mujeres y que… ¡aaahhhhhh!Llego a mi oficina como alma en pena, solo quiero enterrarme en trabajo y no pensar en nada más que no sea trabajo. Pero uno nunca tiene lo que quiere, ¿se han dado cuenta de eso?Llaman a la puerta, de mala gana indico que pase la persona, sea quien sea, solo quiero que entre y se vaya lo antes posible, para quedarme tranquilo aquí, en mi soledad y mi trabajo.-Señor Manterola, le traigo unos informes d
Lejos de todo lo que me pueda atormentar, de todas las personas que me pueden causar daño, de las distracciones y del trabajo, aquí me encuentro, en una de las playas más hermosas de Chile, en el norte del país.Bahía Inglesa es un balneario que se encuentra a unos siete kilómetros de una pequeña ciudad llamada Caldera, en la región de Atacama. Unas pocas personas viven aquí de manera permanente, las demás viviendas se ocupan solo para épocas de vacaciones.Incluso en invierno es agradable de venir, escaparse del bullicio de la gente. Pero venir aquí en cualquier época del año que no sean vacaciones, es una oportunidad para estar solo y tranquilo. Por eso lo he elegido para pasar una semana, otra poder ordenar mi vida y buscar la manera de tomar las riendas que una vez dejé sueltas por miedo a ser más estricto con los que me rodean. En especial con esa se&nti
Voy subiendo por el ascensor, con todas las ganas de ver a mi princesa, sin embargo, al llegar no la veo por ninguna parte. Quiero llevarla a almorzar para contarle lo que he descubierto y que muy pronto podré tener a mi lado familia que me quiera.Me voy directo a mi oficina, la señora Fabiola hoy tiene permiso de llegar más tarde, así que decido que antes de comenzar a trabajar, quiero un café y chocolates. Justo en ese momento me llama el abogado.-Señor Olivares, buen día.-Señor Manterola, muy buen día, le tengo noticias nuevas.-Solo dígame lo que sabe, estoy ansioso por encontrar a Jazmín y a mi pequeño Alex.-Jajaja, que de pequeño ya no tiene nada, es un hombre de veintitrés años, terminó sus estudios en la carrera de pedagogía en artes visuales. Su hermana hipotecó la casa para pagarle sus estudios.-¿
No, no estoy orgullosa de lo que acaba de pasar, no he debido permitir ese beso, por más sola que me sienta, ha sido una completa estupidez. Siento unas ganas tremendas de llorar, más aún porque él me vio, maldición, me siento... sucia.Miro el reloj, veo que me queda una hora de tortura, me entierro en mi asiento, sabiendo que en unos minutos Alex saldrá de esa oficina y ni siquiera sé qué decirle. Aunque mi ser racional me diga que no somos más que amigos, por lo que no debería justificarme, mi corazón me dice que he sido una maldita p3rr4.Tan solo hace unos días le dije que no me gustaba Ignacio, que me gustaba estar cerca de él. Acepté mejorar mi relación con él solo por el ambiente laboral, ser un poco cordial y nada más, pero esto se ha ido a un punto que debo aclarar con Ignacio en cuanto pueda.-Te puedes ir a la mierda… pero &iq