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Capítulo 5: Nervios de adolescente.

Tras dejar la sala y casi correr hasta el ascensor, bajé las cuatro plantas y salí del edificio para ir a comer. Aunque más me urgía escapar al exterior para tomar algo de aire fresco, me siento incluso mareado. Todo esto es nuevo para mí, nunca perdí la cabeza por una chica, porque aquella chica que alguna vez me interesó no provocó ni un mínimo de sentimientos que Alissa ha logrado.

Camino con las manos en los bolsillos, dejando de lado el sonido de mi celular que suena insistente. Llego hasta el restaurante que visito cada días desde que llegué a la empresa, el mismo que antes visitaba con mi padre.

Al entrar, me saludan los meseros y los chicos de la barra. Me voy a la misma mesa, una al rincón del lugar y al lado de la salida desde la cocina.

Unos minutos más tarde, con mi plato frente a mí, como con dificultad. En este momento me cuestiono si hice bien en dejar que Alissa se quedara. Aunque, dejando de lado lo que me hace sentir, ella es la indicada para ese puesto.

Rechazo el postre y me despido de todos, camino de regreso a la empresa, con la intención de encerrarme en mi oficina y no tener oportunidad de encontrarme a la mujer de mis sueños por los pasillos.

Espero el ascensor tan inmerso en mis pensamientos, que no me doy cuenta que alguien más está a mi lado, hasta que ingreso y otra mano marca el “4”, al mirar es ella. Está feliz, radiante, casi con una luz propia rodeándola.

-Hola… gracias por darme el trabajo – mira sus pies y se aferra a su cartera -. Solo espero estar a la altura de las expectativas.

-Mmm… - es todo lo que puedo emitir, porque estoy muy nervioso, está muy cerca de mí, en el ascensor -.

-Lo siento, soy muy habladora cuando estoy nerviosa – me mira y puedo ver sus bellos ojos café -.

Sin poder hablar, asiento y miro al frente. Ella ya no habla más y yo cierro los ojos con frustración, ahora más que nunca debería poder hablar con ella, dejar mi timidez.

“Vamos, Alex, tienes treinta y ocho años, ¡No puedes ser tan cobarde!”

Pero antes de que le haga caso a mi conciencia, las puertas se abren y le permito salir primero, cuando la veo quedarse con Fabiola, con las manos sudadas y miles de mariposas en el estómago, le digo con voz de estreñido.

-Buena suerte.

Listo, le hablé.

Me encierro en mi oficina, dejándome caer sobre la puerta y resbalando lentamente, llenando mis pulmones de precioso aire. Entierro mi cabeza entre mis manos unos segundos y luego la apoyo en la puerta, mirando al techo. Una conversación que se da tras la puerta, me llama la atención.

-Señora Fabiola… ¿el señor Manterola tuvo algún rechazo hacia mi elección?

-No lo creo, linda. Según me dijo la jefa de recursos humanos, él fue quién terminó de decidir tu incorporación. ¿Pasó algo?

-Solo… solo le hablé mientras subíamos, pero con suerte me respondió con un gruñido.

-Oh, lo que pasa es que no se siente cómodo al lado de las mujeres, en especial las jóvenes – gracias Fabiola, me estás justificando -.

-¿Le gustan las mujeres mayores? - ¡no, claro que no! -.

-Jajaja, no querida. Es que a él – no, ¡le dirá! -, a él no le gustan las mujeres.

¡Nooooo! Me entierro de nuevo entre mis manos, ahora me va a mirar extraño, como todas.

-¿Enserio? Que desperdicio, tan guapo que es… pero bueno, es su elección y me encanta que sea tan valiente.

¿Valiente? Soy todo menos valiente, me escondí bajo ese escudo para que no me casaran obligado, aunque mi madre de vez en cuando me insiste en acompañarla a alguna cena con mujeres solteronas o chiquillas que recién saben lo que es el mundo.

Pero ella… ella es diferente, ella es muy especial y no es solterona ni una chiquilla que no conoce el mundo. Es una mujer en todo el sentido de la palabra.

La oigo reír, lo que para mí es música.

Me pongo de pie y camino hasta mi escritorio, tomo asiento y me giro hacia la ventana con un par de carpetas. Suspiro resignado a que ella me verá igual que las demás, como un desperdicio de la naturaleza por tener otros gustos, después de todo resultó ser tan superficial como todas.

Llaman a la puerta, sacándome de un nuevo modelo de producción entre mis manos, indico que pasen sin girar la silla. Siento que alguien se aclara la garganta y me doy vuelta para ver quien es, se me revuelven las mariposas en el estómago nada más verla sin la chaqueta formal de su trajes, lleva una blusa blanca, sin mangas, dejando ver su hermosa piel pálida, entierro la vista a mis papeles, antes de que pierda el sentido.

-Di-disculpe, pero necesito que firme mi contrato – si no la miro a la cara, puedo hablar, lo sé -.

-Eso debe hacerlo su jefe directo, el señor Moncaquer.

-Lo sé, pero se fue temprano al parecer, antes de que yo terminara de leer el contrato, la señora Fabiola me dijo que usted también podría hacerlo.

-Acérquese – le extiendo la mano, sin mirarla, porque de seguro estoy sonrojado -.

Ella me da el contrato, mientras yo lo reviso, ella se queda parada. La veo y está mirando las fotografías familiares de hace más de veinte años.

-Por favor, tome asiento – le digo y ella lo hace, sin dejar de ver la pared -. ¿Le gusta mi familia?

-Es muy linda, pero me llama la atención de que no hay actuales.

-Eso es imposible – le digo pasando a la siguiente hoja -. Mi padre está muerto y mi hermana escondida en un convento quién sabe dónde.

-Oh… lo siento, yo…

-Está bien – levanto el rostro y veo que ella en verdad lo siente -, fue hace algunos años. Se debe aprender a vivir con eso.

-Eso creo – se arregla un mechón de cabello rebelde y me mira con una sonrisa melancólica -. ¿Usted ha conseguido vivir con ese dolor?

-Más o menos. Mientras estoy aquí, trabajando y dirigiendo la empresa que inició mi abuelo y que continuó mi padre, puedo olvidar un poco. Pero al llegar a casa – bajo la mirada y cierro mis ojos, porque lo último que quisiera es llorar frente a ella en menos de veinticuatro horas de conocerla -.

-Se siente el vacío de no tener esas preguntas típicas, “¿cómo te fue?” “¿qué tal tu día?” – ella si deja salir sus lágrimas, pero se las limpia de inmediato -. Creo que solo vine a interrumpirlo, disculpe.

-No, está bien. La verdad es que nunca he hablado de esto con nadie – y nunca había hablado con una mujer sin colapsar, creo que al fin he madurado -.

-¿Ni siquiera con sus amigos?

-Mi único amigo es Ignacio, y no vamos a decir que se tome las cosas con seriedad.

-Sí – dice con una mueca de disgusto -. Creo que vamos a tener problemas de afinidad, pero sé adaptarme.

-Alissa, ¿a quién perdió usted? – veo su tristeza -. ¡Perdón, perdón, perdón! no quise ser indiscreto – le digo preocupado y agitando mis manos -.

-Se ve lindo sonrojado – me dice con una sonrisa y mirándome, menos mal que baja la vista a sus manos, porque siento que me arde la cara -. Hace tres meses perdí a mi padre, tenía cáncer de próstata.

-Oh… - contra todo mi instinto, mis debilidades y mi timidez de toda la vida, me pongo de pie y me arrodillo frente a ella, tomándole las manos -. Lo siento mucho. Pero sé que podrá salir adelante, se nota que es una mujer fuerte.

-Gracias.

Nos miramos unos segundos, hasta que me doy cuenta que la sostengo de las manos. Me pongo de pie y vuelvo al escritorio. Firmo el contrato y se lo entrego.

-Bienvenida a Crea Moda.

-Gracias – sonríe feliz y camina hacia la puerta, pero antes de salir me mira y me dice -. ¿Sabe? Usted es muy especial, si no le molesta, yo feliz sería su amiga, pero con la condición de contarme todo sin burlarme. Hasta mañana.

Me quedo mirando a la puerta más de lo que querría hacerlo. Finalmente, cierro los ojos, respiro y miro al techo.

-Papá, dame ánimo desde allá, porque de verdad lo voy a necesitar. Ella es la mujer de mi vida y no tengo idea de cómo conquistarla.

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