Capítulo 2

Saravi.

En una maniobra elaborada y planificada, logro salir ilesa de la casona. Llegar al campamento me tomará al menos veinte minutos, pero el paso que llevo no solo es rápido; es más bien lleno de adrenalina, con una emoción tan tangible, que las mejillas me duelen de tanto sonreír. 

Para Mishaal será una sorpresa mi llegada, pues nuestra visita sería en dos días más, pero, ante la premura, es casi necesario este encuentro. 

Cuando llego al territorio Ayatolá, noto un revuelo en el lugar, sin duda alguna algo no anda bien. Por un instinto propio me adentro más, tomando la precaución de no ser vista aún. Así que, junto a un arbusto bastante tupido, hago un espacio para observar más de cerca lo que está sucediendo. 

—Mi señor, ¡por favor!, déjeme explicarle… —súplica un hombre, bastante herido. 

—No toleramos ese tipo de acuerdos Guda, o estás con ellos, o estás con nosotros —le dice Borja en tono cruel. 

Su manera de hablar es totalmente diferente al Borja que yo conozco, en su rostro no hay ni un ápice de expresión. 

—Tengo muchos hijos, yo debía tener cuidado de mi familia mi señor, mi hijo solo sucumbió a un arrebato de necesidad… ¡Por favor! 

—Ya es muy tarde, Guda, quien hace tratos con la monarquía, está en contra de nosotros —dictamina Borja sin un gesto de compasión por el hombre. 

En un segundo lo arrastran de forma despiadada, y si no es porque Mishaal entra en mi campo de visión, hubiese yo gritado del espanto para intervenir por el hombre. 

—¿Mishaal? —pregunta Borja sosteniendo al hombre moribundo en el suelo, esperando una indicación de su líder. 

—¡Mátenlo! ¡Los traidores deben morir! —contesta él sin siquiera titubear.

Mi corazón se rompe al escuchar a un hombre totalmente desconocido para mí gesticulando esas palabras. Entonces niego varias veces. 

¡No puede ser! ¡Esto no es verdad! 

—Mi señor, se lo suplico, no lo haga… Es mi familia, es… 

De una estocada Mishaal saca su espada y la clava en el estómago del hombre, cortando sus palabras, produciendo bocanadas de sangre en ese moribundo casi muerto. El silencio cubre pesadamente el lugar, y mientras que él sigue con su acto, yo tapo mi rostro desesperado, porque es inevitable que varios sollozos salgan de mi boca.

Este acto solo hace que el grupo de hombres gire en mi dirección, y trato rápidamente de ocultarme un poco más, pero una mano se posiciona sobre mi hombro, haciéndome salir de un brinco. 

—¿Saravi? —Pregunta Ismail asombrado detrás de mí llamando la atención del resto—. Pero, ¿qué haces aquí? 

Mishaal observa pálido desde su sitio, y en unos segundos se acerca a nuestro lugar dando órdenes de que limpien todo. 

—¿Por qué estás aquí? —él llega agitado, haciéndole señal a Ismail para que se retire—. Ven… vayamos a la cabaña. 

Su mano toca sutilmente mi brazo para que avance junto con él. No obstante, yo no digo nada, ni siquiera le puedo mirar. 

Al ingresar a la cabaña comienza a lavar sus manos rápidamente, a la vez que me es imposible dejar de observar el líquido rojo que se entremezcla con el agua. Ese hombre allá afuera nunca más llegará a su hogar, aquellas personas se quedaron sin padre y sin un esposo. 

—¿Por qué no me avisaste que venías? El bosque es peligroso, quedamos en un acuerdo —Su tono es otro, uno muy diferente al de hace un rato cuando asesinaba al hombre.

—Los duques fueron al palacio hoy —consigo decir sin expresión—. Quería plantearte… Algunas cosas… Yo… 

—Cariño… Eso que viste allá, no lo entenderías. 

—¿A no? ¿Y qué es lo difícil de entender? ¿Qué mataste a un hombre que suplicó por ser escuchado, uno que tiene una familia que mantener…? ¡Corrijo! … Uno que tenía una familia…

Mis palabras salen hirientes, con toda la intensión de hacerlo sentir miserable por sus hechos. 

—¡No! ¡Escúchame! Por ese hombre murieron varios de nuestro equipo, Saravi, otros que también tenían familia, y solo porque él vio las cosas fáciles y quiso jugar a los dos bandos… 

—¿Te estás escuchando? Estás siendo igual a ellos… ¡Lo asesinaste, Mishaal…! Lo mataste… Todos deberían tener el derecho de elegir, y estás siendo un dictador igual que la monarquía al obligar a alguien a quedarse de tu lado.

Su mandíbula se tensa en respuesta, mientras que su mirada se vuelve oscura. 

—Si lo quieres ver de esa forma, no puedo hacer otra cosa… Aunque tus palabras me duelen profundamente —dice con un rostro desencajado—. Las consecuencias de ese hombre fueron terribles… Saravi… tú no tienes idea de lo que la gente pasa fuera de las riquezas en donde vives. 

¿Está hablando con desprecio? Eso parece. Parte de mi enojo se va disipando, aunque el sin sabor y la impresión aún están caladas de mi piel. Doy vuelta dándole la espalda, acercándome a la pequeña ventana que da mira a un paisaje ameno del bosque, mientras que trato de aspirar el aire puro y relajar mis nervios. 

—Hay otra candidata para casarse con el futuro rey… 

Un silencio bastante incómodo procede en el espacio, mi ceño se frunce y doy la vuelta para saber por qué mi noticia no ha hecho el impacto que yo esperaba de él. 

Su rostro está más relajado de lo normal. 

—¿Lo sabías? —pregunto con interés. 

—Sí, sabes que tengo personas de confianza en la monarquía. 

—Y… ¿No te parece una buena noticia? ¿Sabes lo que eso significa? ¡Mishaal! He pensado hasta reunirme con el príncipe, yo… Yo podría explicarle muchas cosas… Yo…

—Es una pérdida de tiempo, Saravi. Ese rumor de que hay otra candidata solo es noticia impuesta por la familia de Alina Menen… Así se llama tal candidata. 

—Pero, mis padres… Ellos están en el palacio, piensan que hay esa posibilidad, mi madre me lo dijo —explico algo agitada. 

—No hay cambios —termina por decir con una rabia aparente—. Kalil Sabagh, seguirá los planes, justo como se había acordado tu casamiento. 

La rabia y las ganas de llorar comienzan a aumentar, el desequilibrio emocional está llegando a mi límite. 

—¡Entonces huyamos! —digo entre llanto y enojo. 

El rostro de Mishaal decae al instante tratando de acercarse hacia mí. Sus brazos me envuelven delicadamente haciendo que mi cuerpo se relaje ante su tacto, uno, que extrañé muchísimo, y que al mismo tiempo desespera. Besos cortos son impartidos por su parte en mi rostro, para luego acentuar un beso suave en mis labios dejando a un lado las espinas que se crearon entre nosotros hace un momento. 

—Yo haría cualquier cosa por ti, lo sabes. Por eso debo luchar y estar al frente de Ayatolá. 

—¿Qué dices? —digo despegándome de su cuerpo lentamente.

Sus ojos no se conectan con los míos, su rostro está decaído sin querer siquiera dirigirse a mí. 

—Debes irte… 

—¡Mishaal! —grito en desespero. 

—Saravi. 

—¡¡¡No!!!

—¿Crees que esto no me duele? ¿Piensas que duermo tranquilo sabiendo que estarás con otro hombre?, ¿con mi enemigo? ¡Estás muy equivocada! Cada segundo es una tortura para mí… Pero no puedo declinar, no ahora que todos colocan sus esperanzas en mí. ¡Cariño! Ten la certeza que no será por mucho tiempo… Sé que te sientes decepcionada de mí y me odio por no hacer nada más por ahora; pero luego de dar el toque final, podremos vivir libres, sin huir de nadie y darte la vida que mereces. 

—Sabes que eso no me importa… Sabes que… 

—No sabes cómo es la vida afuera, Saravi —corta sin dejarme continuar—. No tienes idea de lo que es p***r necesidad.

Sus crudas palabras me dejan en silencio, un silencio doloroso, y por más que quiera ver algo bueno de esta situación, sencillamente ahora mismo no puedo conciliar el estar casada con ese hombre. 

—Te lo juro, Saravi ¡Lo juro con mi vida!, que de ahora en adelante viviré cada segundo reclutando los hombres que más pueda, armando nuestro ejército, uno suficiente, uno poderoso para llevar a cabo el plan de derrocar a los tiranos; y con ello, cariño, liberarte de esta pesadilla. 

Sus palabras me abruman en gran manera, sé que él sufre como yo, sería muy egoísta en exigir ante su postura, y aunque sé que hace muchas cosas por mí, en un rincón de mi corazón hay cierta decepción ante su decisión. 

Tendré que acostumbrarme a la idea, tendré que armarme de un valor sobre humano para unirme a esa familia, para tener charlas animosas sin despertar alguna sospecha, y de esta forma, colocar mi grano de arena, porque desde lo más íntimo del reino voy a contribuir para la destrucción de la monarquía. Ahora mismo no logro imaginar cómo será la magnitud de todo esto, ahora mismo, el solo pensamiento me genera repugnancia de congeniar con tales personas, de c*******r una mesa, de c*******r una cama, e incluso la intimidad con el rey…

***

—¿Llevará estos libros? —escucho preguntar muy en el fondo a Nadia.

Hace prácticamente una hora ella se ha instalado en mi habitación recogiendo mis pertenencias; o alguna de las cosas que podré llevarme. Pues mañana por la mañana partiré junto con los duques, mis padres, y por supuesto con mi dama de compañía al palacio; así que solo faltan escasos tres días para ejecutarse la boda real, y yo tendré que estar al menos dos días con anticipación en el lugar para mi preparación… o eso es lo que me han dicho.

Ahora mismo observo más de diez cartas sin abrir de personas importantes en mi mesa de noche. Por lo que mi madre me ha expresado, contienen palabras de felicitación y bienvenida a la realeza. Cartas con algunos puntos a seguir y recomendaciones. No las he leído, y por ahora creo que esa no será mi prioridad.

—Este es uno de sus favoritos —vuelve a decir Nadia señalándome un empastado rojo de tapa dura—. ¿Quiere llevarlo?

Niego varias veces.

—No será necesario, imagino que allá habrá miles de libros.

Su ceño se frunce, deja el libro en la mesa y se dirige hacia mi lugar en la cama. Sus dedos comienzan a peinar mi largo cabello mientras da un suspiro.

—Todo pasará muy rápido…

—Espero que sí. Espero que el tiempo juegue a mi favor. Lo que más me da ánimo es que al menos te tendré a ti, Nadia.

—Aún no sabemos si acepten que me quede a su lado —dice sentándose frente a mí demostrando preocupación—. Habrá muchas damas que quieran servirle, y mucho más entrenadas que yo.

¡Por nada del mundo! 

—Tendrán que aceptarte, quieran o no —digo decidida—. Y no quiero que comentemos nada a mis padres, ellos creen que solo nos acompañarás. Pero nada más lleguemos al palacio, pediré hablar con quién sea para que te quedes conmigo.

Nadia afirma sumisa ante mis palabras, pero, por su gesto entiendo qué quiere preguntarme algo y me adelanto a su duda.

—Sé que quieres saber… y sí, hoy lo veré por última vez… porque no sé cuánto tiempo pasará hasta que volvamos a encontrarnos —digo refiriéndome a Mishaal y un dolor se asoma en mi pecho de solo pensarlo.

—¿Vendrá?, ¿aquí?

—Sí, mientras todos duermen, sería muy arriesgado a estas alturas volver al bosque… —mi voz se rompe desestabilizándome por completo—. A veces… quisiera no sentir esto, Nadia, a veces me arrepiento de haberlo conocido.

—¿Por qué dice eso? —pregunta tomando mis manos.

—Tengo miedo y mucha exasperación, de cierta forma nuestro amor nos hace daño, nos hace tener una esperanza, y a la vez nos mantiene fuertes. Pero, ¿y si no se logra lo que soñamos, Nadia? Mishaal podría morir en el intento… Y eso, eso no me lo perdonaría nunca.

Un abrazo cálido rodea mi cuerpo al instante, mi dama no pronuncia ninguna palabra, y la verdad no es necesario que lo haga, aunque quisiera soltar el nudo que se forma de vez en vez en mi garganta, no puedo; me ha sido imposible derramar una lágrima desde el día en que Mishaal me confirmó que debía seguir adelante con la boda.

Parece ser que ese mismo día una conmoción y un fuerte estrés se adentraron en mi cuerpo, junto con la tensión permanente que se arraigó en todo mi ser para martirizarme día y noche, para recordarme mi desdicha y el horrible futuro que me espera.

Los toques suaves en la puerta nos hacen despegar de inmediato de nuestro abrazo, Nadia arregla su vestido y se dirige a abrir y al otro instante veo el rostro asomado de mi padre. De cierta forma él alivia un poco mi desastre, y una sonrisa se dibuja en mi rostro ante su presencia.

—¿Podemos hablar antes de que me la roben, su alteza? —su galantería, hace que se me ensanche un poco más la sonrisa.

—Iré un momento afuera —anuncia Nadia, y yo asiento en respuesta.

—Tienes un rostro cansado —indica mi padre tomando mi barbilla.

«Más bien uno de muerte»

—Tengo… Nervios —digo finalmente como una excusa tonta.

—Sabes que siempre me tendrás, siempre contarás con mi apoyo cariño.

«No, no es así, no cuento con el apoyo de nadie»

—Gracias, Padre…

—Saravi, sé que hay mucha reticencia por tu parte, y es entendible, eres joven y hay muchas cosas que desconoces. Lo único que sé es que vas a acoplarte muy bien, el príncipe es…

—¡Padre! —mi tono aumenta ante la euforia que empieza a consumirme. Él abre sus ojos impresionados, mientras tomo aire para controlar mi arrebato—. Lo siento… No quiero hablar de eso ahora, estoy algo cansada. 

—Mi niña, yo realmente deseo tu felicidad, créeme que Angkor jamás pudo tener una reina como tú. 

De repente las palabras de mi padre crean algo confuso en mi mente, jamás me había detenido a pensar que en algunos casos el rumbo de Angkor también estaría en mis manos. 

Miles de familias, un país… En mis manos. 

—Creo que ahora sí me has asustado —digo aterrada. 

Las carcajadas un poco disimuladas de mi padre vuelven a liberar mi tensión. 

—Serás una buena reina… 

Abro mi boca para persuadir su idea, hasta que su rostro y la forma en que me observa me dice que no… dañaré a muchas personas, pero no comenzaré con mi padre. 

—Gracias, papá —sin pensarlo mucho le abrazo necesitando por unos instantes su apoyo y su fortaleza, respirando su agradable olor para llevarlo conmigo de ahora en adelante…

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