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Situación incómoda

SOPHIE

Logré salir del edificio, sin que nadie me viera, en cuanto pise el suelo de afuera, corrí hasta la acera y pedí el primer taxi que paso. Me subí sin ver al conductor, solo le dije que condujera sin detenerse muy lejos de ese lugar.

No sabía cómo iba a conseguir salir de la ciudad, no había traído dinero conmigo, así que pensé por un largo rato. El taxista me había dejado en el puerto de Lavrion, la noche ya había caído y las luces de los faros era lo único que alumbraban el camino y una parte del muelle.

El fresco me llegó y me abracé a misma, el vestido no cubría mucho en la parte de arriba. Afortunadamente, no había mucha gente alrededor, pero los que estaban me miraban de un modo extraño.

Pueda que no sea algo normal ver a una mujer vestida de novia sentada en un muelle con una expresión de recelo en su cara.

Por Dios… Necesito alejarme de aquí, no vaya a hacer que el abuelo o incluso el hombre que trató de abusar de mí, me busquen en este lugar.

Observé mi alrededor con mucha atención. Un grupo de personas caminan hasta el muelle, van vestidas como cocineros y meseros, me fijo a dónde entran.

Abordaron un barco enorme, nunca había visto uno tan grande. Me di cuenta de que no había nadie vigilando la entrada, así que me puse de pie y caminé hasta allá, cuidando de que nadie me viera acercarme.

Me detuve delante del barco. ¿Qué se suponía que debía de hacer?

Pienso, y pienso, hasta que se me ocurre algo. De nuevo eché una mirada alrededor y al notar que no había nadie merodeando, subí al barco.

Luego de haber abordado miró para todos lados, buscando un sitio en donde esconderme y así no me encuentren, al menos hasta que el barco llegue a su próximo destino.

El interior del barco también era muy grande, tanto que no sabía en dónde ocultarme. Comencé a caminar hasta que vi la primera puerta, me detuve y traté de abrirla con cuidado. Me asomé adentro de la habitación, no había señal de ninguna persona, así que me introduje en un modo sigiloso.

Mis ojos se abrieron sorprendidos cuando noté el lugar, parecía un dormitorio, pero no era algo común. Estaba decorado con objetos elegantes y con colores oscuros, daba la impresión de que le pertenecía a una persona masculina.

¿Y si alguien entra?

Observé otra vez la habitación, después bajé la mirada a mi atuendo. Mi vestido de novia ya estaba algo maltratado de la parte de abajo.

Necesitaba buscar otra ropa para deshacerme de esta, ¿pero en dónde sacaré otras prendas?

No me atrevía a husmear entre las pertenencias de un extraño, así que solo revise sobre los muebles si había alguna prenda de ropa por ahí. Y lo encontré, hallé un saco y un pantalón en tono carbón, los cuales iban a servir de mucho.

Me despojé del vestido horrendo que odiaba y me coloque las dos piezas de ropa limpia que encontré sobre el diván que había delante de la enorme cama.

Abotone el saco hasta arriba para cubrirme, una vez ya bien vestida salí de la habitación. Camine devuelta hacia la parte por la que entre, pero me percaté de que el barco ya había zarpado y ya era imposible bajar de él.

Al girarme me topé con una persona.

—¿Qué tanto estás haciendo aquí? La cocina está allá —señaló atrás de ella, mujer. —No te me quedes viendo así, ve ayudar. Muévete, ya perdiste mucho tiempo parada allí.

Parpadee sin comprender a qué se refería. Cuando se dio cuenta de que no me iba a mover, comenzó a empujarme hasta ese lugar que antes señaló.

—¡Válgame Dios mío!, estos empleados de ahora ya no son como los de antes —La mujer resopló mientras se queja.

—Yo no… —mis palabras se quedaron ahí cuando la mujer abrió la puerta de ese sitio.

Mis ojos se movieron por todo el lugar. Había muchos meseros corriendo por todas partes, unos llevaban bebidas y otras comidas, en unas bandejas metálicas.

Me quedé congelada ahí mientras observaba todo y a todos, pero mis ojos se movieron y se quedaron fijos en los platillos que estaban servidor sobre la gran mesa.

El rico aroma de la comida llegó a mi olfato, mi estómago rugió en protesta por falta de alimentos. Tenía mucha hambre, pues tenía más de dos días sin probar un solo bocado, ya que había elegido morirme de hambre que en vez de casarme con aquel hombre. Sin embargo, mi huelga de hambre fue ignorada por mi abuelo, no le importó que dejará de comer.

—Ten, ponte esto. —La misma mujer de antes interrumpió mi distracción y soltó una carga de ropa doblada en mis brazos. —Debiste haber llegado vestida con el uniforme.

Mis ojos bajaron para ver lo que me había entregado. Ahora entendía, esta mujer me había confundido con una de sus empleadas. No tenía opción, así que hice lo que me pidió, quizás esto me ayude a mantenerme alejada de sospechas, así no sabrán que estaba de intrusa.

Al salir del pequeño cuarto de baño, ya vestida con la pequeña falda oscura que me dieron y una blusa blanca de manga larga con botones, me acerque a la anterior mujer.

—¡Por fin! —exclamó. —Ahora a trabajar, anda chica, que no te pagan por estar ahí parada —dijo cuando notó que no me movía.

Me entregó una bandeja con bebidas y después me indicó con la mano a dónde debía llevarlas. No sabía nada de ser mesera y servir alimentos, pero no parecía tan complicado, solo era de llevarle esto a las personas que estaban allá sentadas, y ya.

Eso supuse, hasta que cometí el error de tropezar con alguien y me tambalee, logré equilibrarme, pero no alcancé a hacerlo cuando la bandeja se movió junto con las bebidas. Todas las copas se derramaron en el suelo.

No pude evitar soltar un grito sorpresivo.

—Oh, lo siento, lo siento mucho —dije con desespero cuando me di cuenta de que alguna de esas bebidas había manchado la ropa del hombre que tenía delante de mí.

Traté de limpiarlo con los puños de la manga de mi camisa. Unas manos grandes envolvieron mis muñecas para irrumpir mi atrevido acto.

No me percaté de que había tocado a un extraño. El hombre era alto, de cabello rubio y de ojos claros, estaba vestido con un traje de tres piezas, se podía notar lo costoso que era y ahora yo le había estropeado su fina ropa.

Oh, no, qué incómodo es esta situación, ahora si me lanzarán por la borda del barco.

—Discúlpela, señor, es nueva y no sabe lo que hace —El hombre ya me había soltado cuando llegó la mujer mandona. —Yo me encargaré, no sé preocupé.

—No fue nada —Negó el hombre con la mano. —Solamente cayeron unas cuántas gotas de licor en mi saco.

Mis ojos fueron a esa parte de su saco, en verdad si estaba empapado y necesitaba urgentemente un cambio. Pero él solo desabotono su saco y se lo quitó.

—Lo llevaré a la lavandería y le traeré otro limpio —Le prometió la mujer mientras recibía el saco, se notaba muy desesperada. —Tú ven conmigo —susurró a mi lado luego de echarme una mirada fulminante.

Me giré sin volver a ver a ese hombre, ni siquiera me volví a disculpar, espero que ese inconveniente no me traiga represalias.

Al llegar a la cocina, la mujer mandona me tomó de brazo de un modo violento y me arrastró hasta una de las puertas traseras.

—Iras por el saco del señor y dejarás ese otro. —Me lanzó la prenda en la cara. Estaba por réplica cuando ella añadió. —Ese hombre es el dueño de casi todo Grecia, y tú le haces la grosería de derramarle las bebidas encima. Tendrás tu castigo por ello.

—Pero no fue a propósito —me defendí.

—Error que cometas siempre será tu culpa, por muy mínimo que sea —dijo molesta. —No quiero escucharte, así que muévete. ¡Ahora!

Me sobresalté cuando gritó. Reprimí unas lágrimas que amenazaron por salir, no podía bajar la cabeza y déjame pisotear, pero no tenía otra opción, debía obedecer si quería mantenerme en este barco.

Hice lo que me pidió, fui a la lavandería, dejé el saco y tome uno limpió, luego volví a la cocina, la mujer estaba allí. Al verme se acercó y me arrebató la prenda, me advirtió con su mirada y luego salió de la habitación.

Minutos después, mientras recogía las bandejas en la mesa de la cocina, ella apareció. Traía consigo un kit de limpieza, entre esas cosas venía un cepillo.

—Vete a limpiar los retretes y los pisos de los baños —me tiró todo en los pies. —Y no salgas de allí hasta que quedó todo reluciente y brilloso. —Con eso último se fue.

Suspiré hondo, estaba muy agotada, no había parado de limpiar y servir bebidas, y ahora me tocaba lavar todos los baños de este enorme barco.

No pude más, las lágrimas salieron por si solas, sentía que no iba a aguantar tanto. No era por el trabajo duro, sino por el modo que estaba siendo tratada.

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