Capitulo 27

Cuando abro los ojos, un dolor agudo atraviesa mi nalga hasta llegar a mi espina dorsal. Soy casi incapaz de moverme. Aun así apartó la sábana con la intención de saber que me han hecho esos animales. 

Me acaricio, y me doy cuenta de que está cubierto, cuando intento despegar el esparadrapo de mi piel, la perturbadora voz de Alejandro me paraliza por completo.

—¡Quieta! ¡No lo toques! 

Duele, escuece. Aunque lo que más ha dolido fue ver qué Oliver no movía ni un solo dedo por detener a su hermano. Estoy segura de que si Joanna no estuviera aquí, habría hecho algo a mi favor. Pero se ve que ya no le importo.

Alejandro deja la bandeja que sostiene en sus manos en la mesita de noche. Toma el jugo de frutas y me lo acerca. 

—En unos días se habrá curado.

Me ofrece el jugo, pero no tengo sed, ni hambre, ni siquiera ganas de escucharlo, ni de vivir.

—Te odio... —susurro siendo lo más sincera que puedo llegar a ser.

En estos mo

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