Nos leemos mañana con un nuevo capítulo.
Estoy muerta del cansancio, no he pegado ni un solo ojo desde que el médico que atendió a Rachel se marchó de la casa. Sin embargo, a última hora, cuando el sol estaba comenzando a salir, el sueño me doblegó y caí rendida en el sillón que ubiqué al lado de la cama. ―Buenos días, cariño. Abro los ojos con sorpresa al escuchar aquel suave susurro al pie de mi oído. Confusa, observo los alrededores. ¿Cómo llegué a mi cuarto?, y, ¿por qué estoy desnuda? Lo último que recuerdo es que Robert trasladaba a Rachel hacia la habitación de invitados, se despedía de mí y me dejaba al cuidado de Rachel. Desde ese punto, no recuerdo nada más. Vuelvo a girar la cara y fijo la mirada en esos preciosos ojos celestes que me dejan sin respiración. ―¿No recuerdo haber vuelto a mi habitación? Sonríe divertido, antes de olisquear mi cuello y darme un beso en el hombro. ―Fui a echarles un vistazo a mitad de la madrugada ―explica con la voz ronca al mirar mis labios. Se acerca y, con roses sutiles que me
Mis ojos se abren con asombro, ¿Qué es lo que acaba de decir? Planto mis manos sobre su pecho y lo empujo suavemente para poder mirarlo a la cara. ―¿Qué quieres decir, Robert? Mi respiración se detiene, mientras espero su respuesta. ―Te quiero, Vicky, desde el primer instante en que te vi. Mis lágrimas no se hacen esperar. Estas comienzan a desbordarse como la corriente de un río crecido que se sale de su cauce. Un sinfín de inesperadas emociones se entremezclan, haciéndome sentir confusa y al mismo tiempo, colmada de felicidad. ―No, Rob ―respondo desesperada entre sollozos, mientras niego con la cabeza ―, no puedes quererme, no lo merezco, yo… Sus besos callan cualquier excusa o palabra que intente destruir el precioso momento que estamos viviendo juntos. ―¡Calla, Vic! ―sisea furioso―. No voy a permitir que me sigas alejando de ti, que te sigas resistiendo a lo que sientes por mí ―contesta con una seguridad que me deja perpleja―. ¿No te das cuenta? Tu cuerpo habla por sí solo,
Luego de terminar nuestro desayuno y colocar los platos en el lavavajillas, Victoria y yo, decidimos holgazanear en el mueble de la sala viendo algunos programas en la televisión. Sin embargo, es lo que menos hacemos, porque nuestras manos han sido inquietas y no dejan de ir a parar a donde ellas quieren hacerlo. Hemos recorrido casi todas las bases, hablando en términos beisbolísticos, no obstante, lo que hemos hecho nada tienen que ver con ese deporte. Ambos carcajeamos cuando la tiendo sobre el mueble y escalo sobre su cuerpo. Verla vestida con mi camisa me pone duro, sobre todo, a comprender que todo lo que hay debajo de ella me pertenece. Sí, ahora que por fin la tengo, no pienso dejara escapar. Ella es mía. ―Sé que debes estar adolorida, princesa ―le expreso con la voz ronca y llena de deseos lujuriosos―, pero voy a follarte de nuevo ―levanto mi cuerpo para poder girarla y tenderla boca abajo sobre el sillón―, pero esta vez voy a cojerte desde atrás. Chilla cuando la sorprendo
A pesar de los contratiempos acaecidos durante la noche, la jornada terminó siendo satisfactoria. Sin embargo, guardo un sinsabor en mi boca, la extraña sensación de que hay algo que aún está incompleto y que debo resolver cuanto antes. Hace un par de horas atrás que todo el personal abandonó las instalaciones. Cosa que agradezco, porque me gusta la paz que se siente cuando estoy solo. Tal como viene sucediendo noche tras noche, el sueño sigue siendo esquivo y mi cuerpo parece haber recibido una dosis de adrenalina pura que lo mantiene activo y dispuesto. También estoy inquieto y ansioso. Supongo que se debe a lo que sucedió con la mojigata algunas horas atrás. ¿Por qué razón no puedo sacarla de mi cabeza? Me aflojo la corbata al salir de mi oficina cuando los primeros rayos del sol se filtran a través de las persianas y el silencio se apodera de cada rincón de esta habitación. Mi cerebro no para de pensar. Es como si dentro de mi cabeza tuviera una colonia de hormigas trabajando sin
No sé por qué razón, pero algo en la imagen me incomoda como la m****a. ¡Maldito aprovechado! Juro que… Aprieto mis puños y maldigo por lo bajo. «Calma, Lud. Esta actitud no es propia de ti. ¿Qué importa lo que haga el tipo con ella? Al fin y al cabo, la mercancía sigue siendo la misma, esté nueva o usada» Mando a volar el pensamiento de manera inmediata. La mujer que los acompaña tiene un gran parecido físico con Rachel, quizás sea un familiar, posiblemente su madre. Bueno, pronto lo estaré averiguando. Ella se sienta en el puesto del copiloto, lo que le viene de maravilla al bastardo para seguir haciendo de las suyas. ¡Mierda! ¿Quién es ese hombre y por qué le permiten tantas libertades con ella? Los dientes me crujen debido a la presión que ejerzo con mi mandíbula. Ese tipo acaba de metérseme entre ceja y ceja. Tengo un mal presentimiento con él y nunca me equivoco con mis suposiciones. ―Síguelos, Jacob, no los pierdas de vista. Le ordeno en el instante en el que el taxi se pon
Escucho voces a mi alrededor y los sollozos de una mujer que se parecen a los de mi madre. Me siento aturdida, perdida y confusa. ¿Esto es un sueño? ―Es mi culpa, reverendo, nunca debí dejarla salir de la casa ―la mujer llora desconsolada. Intento moverme, pero me siento demasiado cansada y débil―. Ella nos suplicó tanto que no tuve el valor para negárselo ―le explica, llena de culpa―. Es que la vi tan feliz y emocionada que no pude negarme y terminé accediendo a sus súplicas, pero ahora que la veo tendida en esa cama y ardiendo en fiebre, me doy cuenta del error que cometí. ¿Mamá? Estoy segura de que es ella. Pero, ¿qué hacen ellos aquí? Abro los ojos, no obstante, los cierro de nuevo cuando la claridad fulmina mis retinas. Elevo la mano para cubrirme los ojos. ―No te preocupes, Nathalie ―contesta el reverendo―. El demonio es hábil y utiliza todas sus argucias para tentar y atrapar a todas aquellas almas que han decidido transitar por la senda del Señor. Esa chica que se hace pas
Débil, febril y aturdida, hago todo lo posible para mantenerme despierta. No estoy dispuesta a rendirme. Tengo la sensación de que mi cuerpo pesa una tonelada. El lado izquierdo de mi rostro, justo donde golpeó, arde en calor. Es como si hubiera brazas ardientes sobre mi piel. Incluso, papita de la misma forma en que lo hace mi corazón. ―Mantente en silencio y acepta, en nombre del Señor, la penitencia que debes cumplir para que puedas ser merecedora del perdón de Dios ―sisea entre dientes―, una reprimenda para que, en el futuro, evites comportarte como una zorra fácil y dispuesta. Un par de lágrimas rueda por las esquinas de mis ojos. Hago acopio de todas mis fuerzas y, en un último intento, levanto mis flácidos brazos para apartarlo de mí, no obstante, los atrapa y, con un movimiento brusco y violento, los eleva sobre mi cabeza. El gesto me hace temblar de terror. Con la visión borrosa, puedo notar lo turbio y oscuros que están sus ojos, pero, sobre todo, esa maldad incipiente que
―Ese hombre me da muy mala espina, Rob, no sé por qué, pero tengo el presentimiento de que está obsesionado con Rachel ―le explico, sin apartar la mirada del auto en el que se la llevan―. Siempre está detrás de ella, acosándola, siguiéndola, rondando cerca de Rachel. Incluso, se la pasa metido en casa de sus padres, manipulándolos a su conveniencia con la religión para que ellos digan y hagan lo que él les ordena ―analizo todas las veces en la que lo he encontrado cerca de mi amiga y, llego a la conclusión, de que ese sujeto nunca me ha querido cerca de ella―. Estoy convencida de que ese hombre es la razón por la que los padres de Rachel me detestan. Sé que se ha encargado de meterles ideas negativas sobre mí para que ellos no me quieran cerca de ella e impidan que seamos amigas. Creo que quiere apartarnos, porque soy el obstáculo más grande que tiene para llegar a mi amiga. Desde la primera vez que lo vi cerca de Rachel, algo en su manera de actuar, la forma en que reacciona cada vez