CAPÍTULO TREINTA Y TRESEmily pagó su taxi y se apresuró a entrar al hospital. Subió en el ascensor hasta el quinto piso y cuando las puertas de abrieron casi corrió por los pasillos para preguntar por su marido.Estaba tan preocupada, que lo único que quería era verlo y abrazarlo, pero antes que pudiera llegar al mesón sus ánimos y su entusiasmo se esfumaron al igual que un globo que es pinchado.Sus ojos se fijaron en aquellas dos personas que estaban en la sala de espera. A la mujer la conocía bastante bien, pero al hombre solo lo conocía de vista.Ralentizó sus pasos y enterró sus uñas en sus palmas.«Esto no pinta nada bien» pensó con un nudo en su garganta.Daphne se levantó del asiento cuando vio a su hermana pequeña. Su mirada miel se cruzó con los ojos oscuros y llorosos de Emily, que inevitablemente caminó a su encuentro, mientras Lucca le seguía el paso detrás.Emily tuvo la oportunidad de escanear a su hermana de pies a cabeza, que seguía tan vulgar como siempre, mientras
CAPÍTULO TREINTA Y CUATROAiden estaba acostado en una camilla de color blanco.Él tan solo había despertado hace treinta minutos cuando la enfermera de turno le vino a inyectar algunos medicamentos.A pesar de llevar un tiempo despierto, aún parpadeaba varias veces tratando de acostumbrarse a la luz natural que se reflejaba en el gran ventanal, pero era imposible ya que sentía que aún estaba subido en un maldito carrusel.Todo a su alrededor daba vueltas y vueltas, sin contar que tenía un dolor de cabeza insoportable que era como si alguien le estuviera taladrando el cerebro.La máquina que mostraba los latidos del corazón lo enloquecía, además sentía la boca pastosa y el olor a anestesia le daban arcadas, que las consecuencias de la noche anterior comenzaban a pesarle y abrumarle de igual manera.Seguía con suero intravenosa y ahora era el médico que lo atendió de urgencia quien lo revisaba, con esa postura cálida y responsable.—¡Has tenido suerte muchacho! —dijo el hombre canoso d
CAPÍTULO TREINTA Y CINCO Marie Cox había llegado al hospital topándose con Lucca, su sobrino político. Tan solo se miraron de forma despectiva y ella siguió su camino, ya que su hijo menor, le había avisado del accidente intencionado que se había provocado el mismo Aiden, por lo que Marie se levantó de su cama lo más rápido que pudo y corrió a ver a su hijo mayor. Ella llevaba un hermoso vestido de color vino y tacones que la hacían lucir de la realeza. Era una mujer que a donde iba, jamás desentonaba con nada, por eso se llevaba miradas de todos a su alrededor. Pasó por el mesón de la secretaria y le dieron el pase de visita. Sin embargo, cuando iba llegando a la sala 502, una discusión escuchó, para no interrumpir, se quedó cerca de la pared, hasta que encontró el momento propicio para entrar. Justo en un silencio incómodo. —¡Hijo mío! —Marie Cox entró a la sala y abrazó a su hijo que yacía en la camilla con la mirada perdida. Emily volteó el rostro hacia el ventanal y se limp
CAPÍTULO TREINTA Y SEISEmily salió del departamento a las seis treinta de la mañana.Era el día en el que tenía aquella cita agendada en la clínica de fertilidad de Sídney, por lo que decidió irse temprano para poder avanzar en su trabajo, y también para no verle la cara a Aiden.Su marido había llegado la noche anterior, después de dos días en el hospital. Marie y Adrián habían sido los encargados de ir a buscarlo, después de firmar el alta médica y pagar la cuenta que había dejado su hospitalización.Pero Emily no se había pronunciado en nada, es más, esos mismos dos días había estada durmiendo en la habitación de invitados, aunque le dolía el estado convaleciente de Aiden, ella quería ser fuerte y mantener su distancia, se decía a sí misma que después de todo fue él quien se buscó aquellas consecuencias.Por eso salió del departamento sin siquiera pasar a su habitación matrimonial para despedirse de su marido, pero cuando abrió la puerta para salir, una voz ronca le erizo la piel
CAPÍTULO TREINTA Y SIETECuando llegaron al tercer piso, ninguno habló hasta que el Doctor Thomson llamó a Emily a la consulta por alto parlante para que se dirigiera al box 311. Ella se levantó de los asientos de espera, pero Aiden cerró sus dedos en su muñeca, en donde sentía el pulso acelerado de su esposa.—¿Puedo entrar contigo? —preguntó Aiden en un susurro, porque estaba inseguro de la reacción de su esposa.—¿Qué?—¿Quiero acompañarte? ¿Me dejas Em?—Es una consulta ginecológica —se excusó Emily—. No creo que te guste que otro hombre me revise.Aiden puso los ojos en blanco.—Voy a comportarme ¿de acuerdo?Una débil risa se le escapó a Emily, era como si Aiden estuviera midiendo cada paso que daba, que no quiso martirizarlo más con la indiferencia y finalmente aceptó. Su marido se levantó de los asientos y la siguió por aquellos pasillos de color celeste claro, hasta que llegaron al Box 311.—¿Señora Preston?El doctor Thomson era un hombre de sesenta y dos años, con una vasta
CAPÍTULO TREINTA Y OCHO Aiden subió por las escaleras blancas al cuarto piso, porque ya estaba en la hora de su cita médica. Le envió un mensaje a Emily avisándole que iba a estar ahí, ya que ella seguía en la consulta del ginecólogo.Y luego de esperar cinco minutos después de pagar en la caja, el doctor Hall lo hizo pasar al Box 402, una sala que olía a medicamento y anestesia.—¡Señor Preston buenas tardes! —saludó el urólogo con una sonrisa en su rostro.Era un hombre de unos cincuenta años. Cabello rubio y ojos azules que siempre andaba feliz, o al menos así lo conocían sus compañeros de trabajo, sin embargo, para Aiden esa efusividad fue como si noqueara a su amargura.—Buenas tardes Doctor, pero no estoy de humor para protocolos ni risas —espetó Aiden dándole la mano con un fuerte apretón—. Voy a ser directo, vine porque necesito saber porque no puedo dejar embarazada a mi esposa.El urólogo lo hizo sentarse frente suyo y le hizo un montón de preguntas, relacionados con sus da
CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE Emily estaba sentada en la sala de espera, que apenas vio a Aiden, corrió a su encuentro. —¿Esta todo bien, cariño? Él al escuchar aquel mote cariñoso, que hace tiempo su esposa no se lo decía, el corazón se le aceleró como la primera vez que la vio. Contempló su rostro que a pesar de que lucía agotada, estaba más hermosa que nunca. Sin embargo, Emily no era capaz de disimular la preocupación y la ansiedad que se irradiaba en todo su pequeño cuerpo. Los silencios de Aiden nunca eran buenos que solo la ponían más inquieta. Emily pensaba que todo estaba mal, contrario a su esposo que la contemplaba con el afán de comprender que era lo que estaba sintiendo en ese momento. «¿Felicidad?» «¿amargura?» «¿Quizás esperanza?» Era una confusión de sentimientos que no lograba descifrar, por eso los ojos verdes de Aiden se entrelazaron a los ojos oscuros de su esposa buscando las respuestas a sus inquietudes. Respuesta que encontró más clara que el agua un manantial.
CAPÍTULO CUARENTA Las siguientes semanas trascurrieron en completa normalidad. Tanto Aiden como Emily, comenzaron hacerse los distintos exámenes que el ginecólogo y el urólogo les pidieron, cumpliendo la rigurosidad y la preparación que cada uno de ellos necesitaba. Además, hace ocho días que la menstruación de Emily había cesado, por lo que el único examen que le faltaba era someterse a la histerosalpingografia. Por eso salió del departamento con el tiempo justo y se subió al vehículo de su marido, pero en el camino se encontró con una hilera de vehículos, que andaban peor que un caracol, ya que, como día lunes, medio mundo decidió salir tarde a sus quehaceres. Ella tan solo se impacientó y comenzó a tamborilear los dedos en el manubrio mientras esperaba con una falsa ilusión que todos esos autos avanzaran, pero en el fondo sabía que no ocurrirían. Emily amaba ser puntual, pero hoy la ducha había estado mejor que nunca. Aiden había sido el responsable absoluto de su retraso, ya