CAPÍTULO TREINTA Y SIETECuando llegaron al tercer piso, ninguno habló hasta que el Doctor Thomson llamó a Emily a la consulta por alto parlante para que se dirigiera al box 311. Ella se levantó de los asientos de espera, pero Aiden cerró sus dedos en su muñeca, en donde sentía el pulso acelerado de su esposa.—¿Puedo entrar contigo? —preguntó Aiden en un susurro, porque estaba inseguro de la reacción de su esposa.—¿Qué?—¿Quiero acompañarte? ¿Me dejas Em?—Es una consulta ginecológica —se excusó Emily—. No creo que te guste que otro hombre me revise.Aiden puso los ojos en blanco.—Voy a comportarme ¿de acuerdo?Una débil risa se le escapó a Emily, era como si Aiden estuviera midiendo cada paso que daba, que no quiso martirizarlo más con la indiferencia y finalmente aceptó. Su marido se levantó de los asientos y la siguió por aquellos pasillos de color celeste claro, hasta que llegaron al Box 311.—¿Señora Preston?El doctor Thomson era un hombre de sesenta y dos años, con una vasta
CAPÍTULO TREINTA Y OCHO Aiden subió por las escaleras blancas al cuarto piso, porque ya estaba en la hora de su cita médica. Le envió un mensaje a Emily avisándole que iba a estar ahí, ya que ella seguía en la consulta del ginecólogo.Y luego de esperar cinco minutos después de pagar en la caja, el doctor Hall lo hizo pasar al Box 402, una sala que olía a medicamento y anestesia.—¡Señor Preston buenas tardes! —saludó el urólogo con una sonrisa en su rostro.Era un hombre de unos cincuenta años. Cabello rubio y ojos azules que siempre andaba feliz, o al menos así lo conocían sus compañeros de trabajo, sin embargo, para Aiden esa efusividad fue como si noqueara a su amargura.—Buenas tardes Doctor, pero no estoy de humor para protocolos ni risas —espetó Aiden dándole la mano con un fuerte apretón—. Voy a ser directo, vine porque necesito saber porque no puedo dejar embarazada a mi esposa.El urólogo lo hizo sentarse frente suyo y le hizo un montón de preguntas, relacionados con sus da
CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE Emily estaba sentada en la sala de espera, que apenas vio a Aiden, corrió a su encuentro. —¿Esta todo bien, cariño? Él al escuchar aquel mote cariñoso, que hace tiempo su esposa no se lo decía, el corazón se le aceleró como la primera vez que la vio. Contempló su rostro que a pesar de que lucía agotada, estaba más hermosa que nunca. Sin embargo, Emily no era capaz de disimular la preocupación y la ansiedad que se irradiaba en todo su pequeño cuerpo. Los silencios de Aiden nunca eran buenos que solo la ponían más inquieta. Emily pensaba que todo estaba mal, contrario a su esposo que la contemplaba con el afán de comprender que era lo que estaba sintiendo en ese momento. «¿Felicidad?» «¿amargura?» «¿Quizás esperanza?» Era una confusión de sentimientos que no lograba descifrar, por eso los ojos verdes de Aiden se entrelazaron a los ojos oscuros de su esposa buscando las respuestas a sus inquietudes. Respuesta que encontró más clara que el agua un manantial.
CAPÍTULO CUARENTA Las siguientes semanas trascurrieron en completa normalidad. Tanto Aiden como Emily, comenzaron hacerse los distintos exámenes que el ginecólogo y el urólogo les pidieron, cumpliendo la rigurosidad y la preparación que cada uno de ellos necesitaba. Además, hace ocho días que la menstruación de Emily había cesado, por lo que el único examen que le faltaba era someterse a la histerosalpingografia. Por eso salió del departamento con el tiempo justo y se subió al vehículo de su marido, pero en el camino se encontró con una hilera de vehículos, que andaban peor que un caracol, ya que, como día lunes, medio mundo decidió salir tarde a sus quehaceres. Ella tan solo se impacientó y comenzó a tamborilear los dedos en el manubrio mientras esperaba con una falsa ilusión que todos esos autos avanzaran, pero en el fondo sabía que no ocurrirían. Emily amaba ser puntual, pero hoy la ducha había estado mejor que nunca. Aiden había sido el responsable absoluto de su retraso, ya
CAPÍTULO CUARENTA Y UNOEmily seguía sentada con la cabeza apoyada en la pared y sus manos cubriendo su vientre. El dolor aun no mermaba ni tampoco las náuseas que subían y bajaban por su tráquea.Aiden llegó al segundo piso por las escaleras y se internó a pasos apresurados en el pasillo buscando a su esposa, que cuando la vio con los ojos cerrados, todo en él ardió.—¿Que te hicieron Em? —Aiden se encuclilló afirmándose de las rodillas de Em.Su esposa abrió los ojos y enderezó su espalda, pero cuando se incorporó hacia delante, Emily no pudo evitar hacer una mueca de dolor. El rostro de la joven estaba pálido y tenía grandes ojeras oscuras bajo sus ojos brillosos. —Sabía que el examen podía ser molesto —expresó ella—. Igual debe ser porque no he comido nada.Aiden frunció su ceño, se puso de pie y luego se sentó al lado de su esposa. Tomó una de sus manos, mientras acariciaba en círculos su piel tersa.—¿Estás segura que tan solo es el examen?—¿Qué quieres decir?—¡Joder! Estas
CAPÍTULO CUARENTA Y DOSEl jueves en la mañana, mientras Emily trabajaba en terreno verificando el proceso logístico que la exportación de porotos negros necesitaba para que fuera cargada en el buque, recibió una llamada inesperada.Manila se le acercó y le informó que una tal Leah Bach estaba al teléfono.Emily se disculpó con el jefe de sección y le tendió la tabla de madera en donde estaban suspendidas las guías de inventario y de despacho.Ella dejo que el hombre hiciera su trabajo, quien siguió dándole órdenes a los trabajadores que manejaban las carretillas elevadoras con las cajas de madera que dentro contenían la mercancía. Estos se desplazaban hasta una cinta trasportadora, dejaban en aquella banda la caja y esta se deslizaban automáticamente hasta el container azul que ya estaba posicionado en el buque, mientras los trabajadores descargaban al final de aquella cinta. Se alejó complacida de ver que su trabajo cada día era más próspero y que sus trabajadores se sentían a gus
CAPÍTULO CUARENTA Y TRES —¡Joder! —exclamó Aiden dando vueltas por la sala. Tiraba de su cabello azabache despeinado con una de sus manos, mientras que con la otra mantenía el teléfono apretado, casi a reventar. Parecía un león acorralado, enjaulado, que en cualquier momento destrozaría a su víctima y también así mismo. Estaba cansado, frustrado y no tenía idea de cómo iba a confesarle la verdad a Emily. La vergüenza lo corroía como ácido en la piel y el remordimiento lo acribillaba, porque sabía que esto significaba más problemas. En tanto, Emily se estaba duchando para comenzar una nueva jornada laboral. Estaba nerviosa por los resultados de los exámenes, pero intentó no pensar en ello. Se lavó los dientes con pasta dental y se maquilló suave. Luego salió del baño y se sorprendió al no encontrar a Aiden en la cama durmiendo, ya que, por lo general, Emily siempre se iba primero a trabajar, en fin, pensó que quizás le estaba preparando el desayuno. Em amaba ese gran detalle que sie
CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO Aiden llegó al hotel a la hora indicada. La recepcionista le había dejado la tarjeta con la cual tenía que abrir la puerta, por lo que deslizó aquel plástico por la placa y la puerta se abrió en un ruidoso clic. Un olor dulce lo noqueó al entrar en la suite. Era tan fuerte que hasta náuseas le dieron. Caminó hacia el dormitorio con vista a la ciudad y se encontró con su cuñada, que vestía tan solo con una bata de seda, sentada en la cama de piernas cruzadas y con una copa de champagne en una de sus manos delgadas. —Viniste… —dijo Daphne gratamente sorprendida cuando lo vio frente suyo—. Lucca tenía razón. —¿En qué? Aiden se cruzó de brazos y la contempló de forma despectiva. Era guapa, pero no como su Emily —En qué harías lo que fuera por cuidar a mi adorada hermana —respondió—. Al parecer ella es tu mayor debilidad. —Emily es mi vida y la amo. Aiden bajó sus brazos, agachó su rostro y se quedó pensativo mirando la alfombra roja de la habitación. Odi