Al entrar en la habitación de Ximena, la encontró sentada en silencio, con los ojos enrojecidos por las lágrimas que amenazaban con caer.—¿Qué quieres? Lárgate con tu amada esposa—.Alejandro se acercó a Ximena, tomándola con ternura entre sus brazos, intentando calmar su dolor.—No puedo dejar a Camila, Ximena. Ella es mi esposa, me casé con ella antes de conocerte a ti —mencionó sincero.Pero Ximena, con la voz entrecortada por la tristeza, le suplicó:—Déjala, Alejandro. Deja a mi madre y quédate conmigo—. Sus ojos reflejaban una mezcla de esperanza y desesperación.Alejandro acarició con delicadeza las mejillas de Ximena entre sus manos, tratando de transmitirle tranquilidad.—No puedo causarle ese dolor a tu madre, Ximena. Solo espera un poco más y le diremos la verdad. Sé paciente, la dejaré. Pero debes comprender que perderás a tu madre cuando lo nuestro salga a la luz.Las lágrimas se desbordaron finalmente por los ojos de Ximena mientras Alejandro la estrechaba aún más entre
—No sé por qué Ximena actúa de esa manera contigo —pronunció Camila con una expresión fruncida, mientras observaba desde el umbral de la puerta cómo Alejandro trabajaba enérgicamente desde su despacho, rodeado de montañas de papeles y libros.El sudor perlaba su frente y su pelo oscuro estaba un poco desordenado. Su mirada, cansada, pero determinada, reflejaba el compromiso que tenía con su trabajo.—No importa, ya encontraré la forma de contentar a tu hija. No quiero que los berrinches de Ximena nos separen —mencionó Alejandro con una voz cansada, poniéndose en pie y caminando hacía, Camila, tomando la mano de Camila y guiándola hacia su regazo, en un intento de ofrecerle consuelo.—Lo siento —susurró Camila, con los ojos llenos de culpa, mirando fijamente los profundos hoyuelos de Alejandro.—¿Por qué lo sientes? ¿Qué pasa, cariño? —preguntó Alejandro, acariciándole el rostro con gesto de ternura. Sus ojos, profundos y oscuros, mostraban la inquietud por Camila.—Es solo que me sie
—Paulina, entra ¿No sé supone que estarías con tu «Amiga»?—mencionó Alejandro con una mueca de bienvenida, acercándose a ella con pasos firmes y envolviéndola en un abrazo cálido y reconfortante. Para él, el abrazo era como un refugio en medio de la tormenta.—Me cansé de escucharla llorar por ti.La voz de Paulina resonó en la habitación, llena de angustia y desilusión. Se veía agotada, como si hubiera cargado el peso de un mundo sobre sus hombros.—Ella no para de decir que ya se cansó de ser tu amante. ¿Querías vengarte de ella? Pues ya lo estás logrando, ambas están locas por ti.Alejandro suspiró profundamente, desviando la mirada hacia el suelo. Sabía que las palabras de Paulina llevaban consigo una verdad incómoda que prefería ignorar. Pero no podía eludir la realidad por más tiempo.—Y no me interesa ninguna de las dos. —La voz de Alejandro sonaba impregnada de hastío y aburrimiento—. Camila es tan mojigata que cada vez que estoy con ella, debo vaciar mi mente. Y Ximena, es ta
Las cadenas que lo sujetaban gruñendo con cada uno de sus movimientos.La luz tenue que se filtraba a través de una pequeña ventana iluminaba su rostro angustiado y cubierto de heridas. Alejandro, con los ojos enrojecidos y llenos de ira, se acercó lentamente.—¿Por qué habría de hacerlo? Te atrapé después de años en los que fingiste tu propia muerte, más tuviste que aparecer hace tres años y quitarme a mi familia. Ahora pagarás por cada atrocidad cometida —expresó Alejandro, con su voz cargada de ira.Su mirada se clavó en el prisionero, buscando rastros de remordimiento en sus ojos, pero solo encontró una mirada vacía y desprovista de humanidad.El prisionero, con los músculos tensos por el miedo, soltó un gemido ahogado y trémulo en un intento inútil de soltarse de las ataduras. El aroma a humedad y decadencia llenaba el aire, intensificando el ambiente opresivo del sótano.Alejandro caminó despacio hacia una mesa cercana, donde había dejado las pinzas. La fría superficie metálica
Era la noche oscura y silenciosa cuando Alejandro finalmente llegó a su casa, con las luces apagadas y una sensación de incomodidad que lo acompañaba. Su mente estaba llena de pensamientos y emociones encontradas, mientras caminaba hacia la cocina con pasos cansados. El peso de sus decisiones y acciones pasadas se hacía cada vez más evidente.Suspiró profundamente antes de dirigirse al grifo y llenar un vaso de agua. Cada sorbo parecía llevar consigo el sabor amargo de la desesperación que sentía en su interior. Estar en esa casa, en ese lugar que solía ser su hogar, ya no le traía ninguna paz. Era como si se encontrara atrapado en un laberinto oscuro del que no podía escapar.En ese momento, Ximena entró a la cocina, con el rostro impregnado de una mezcla de cansancio y tristeza. Alejandro la miró, tratando de encontrar las palabras adecuadas para romper el incómodo silencio que los envolvía.—Hola —mencionó Ximena en tono suave, con una pequeña sonrisa que intentaba disimular su
—Háblame de ella —dijo Ximena con un brillo de curiosidad en sus ojos, anhelando sumergirse en las historias y recuerdos que la conectaran con la mujer que había dejado una huella profunda en el corazón de Alejandro.—Xiomara era maravillosa, era inteligente y nunca se dejaba doblegar por nada ni nadie. Era imparable, siempre luchaba por lo que creía justo. Era simplemente una diosa —mencionó Alejandro con admiración, sus ojos brillando al recordarla.Sus palabras buscaban capturar la esencia de esa mujer única y extraordinaria que había amado con todo su ser.—¿Así se veía? —preguntó Ximena expectante, ansiando conocer más detalles, captar una imagen más clara de la persona que había inspirado tal amor en Alejandro.—¿De qué hablas? —respondió Alejandro confundido por la pregunta de Ximena, sin comprender a qué se refería.—Me refiero a que cuando hablas de amor hacia otra mujer, tus ojos brillan de una manera que nunca lo hacen cuando estás con mi madre o conmigo. En verdad lamento
Alejandro se debatía en un conflicto interno desde que decidió nunca dejar que Xiomara saliera de su corazón, pero ahora sus sentimientos por Ximena latían con intensidad.Mientras juró frente a la tumba de Xiomara y su hijo no nacido que no volvería a enamorarse, una mezcla de dolor y determinación lo embargaba.Decidió canalizar su dolor en la búsqueda de venganza, convirtiéndola en su única motivación, aunque la presencia constante de Ximena lo hacía cuestionar sus propias decisiones. Sabía que ella era la única inocente en medio de la maraña de desdichas y secretos que rodeaban sus vidas.El desprecio hacia Francis y Camila había envenenado su corazón, llevándolo a infligir daño a alguien que no merecía su ira. Y ese remordimiento comenzaba a carcomer su espíritu.Quizás fueron los días compartidos con Ximena los que avivaron las brasas de sentimientos que creía haber enterrado bajo capas de amargura y resentimiento.—Voy a recoger mis cosas, sé buena mientras esté ausente —le dij
Alejandro llegó exhausto a su destino, una ciudad que despertaba en él una mezcla de emociones. Al entrar al hotel, fue recibido por una recepcionista amable y coqueta, pero su mente estaba lejos de prestarle atención. Simplemente dio sus datos para la habitación y se dirigió al ascensor, sumido en sus pensamientos.Mientras el ascensor ascendía lentamente, Alejandro no podía evitar recordar los momentos que había compartido en esa misma ciudad con Xiomara. En un instante de desesperación, Alejandro marcó el número de su mejor amigo, Jorge, necesitaba desahogarse con alguien de confianza.Jorge contestó al segundo tono. —¿Alejandro, todo bien?—No, Jorge, todo está lejos de estar bien —dijo Alejandro, su voz temblorosa con la emoción contenida. —Estoy en la ciudad donde conocí a Xiomara, y cada esquina, cada callejón, me recuerda a ella.Jorge escuchó en silencio mientras Alejandro compartía sus pensamientos y recuerdos, ofreciendo palabras de consuelo y apoyo cuando era necesario.—