Capítulo 5

Maxin

Es directa y obstinada, aún así tiene sus encantos.

Muevo los planos y los enfoco en la luz para ver si llego a aclarar mis ideas, pero es difícil, me distraigo mirandola. Está hincada en la mesa verificando los correos que han llegado y me deja a la vista su escote.

Prácticamente no he tenido cabeza para esto, lo que son mis padres me han estado presionando para casarme. Para ellos traerá beneficio, ya que necesitan un heredero que recibirá toda las acciones en el futuro.

—No te distraigas, tenemos que dar resultados.

La observo moviendo la mano al frente de mi cara y sonando los dedos para que reaccione.

Casi sale una sonrisa, casi.

Mis ojos viajan a los de ella, repaso cada una de sus facciones y capto que tiene un tic en la oreja izquierda.

Enfoco bien la mirada y a ese mismo lado en la parte de abajo tiene un lunar.

¿Qué como lo logro ver?, fácil, camino girando del otro lado donde está ella.

¿A dónde más tendrá? Me intriga saber.

—La única solución sería que visitaramos las leyes que se relacionan con los impuestos distribuidos, tendríamos que rogar para que los bajarán, si no, una votación seria lo más lógico.—termina de decir y piensa—No habrá un acuerdo.

—Me gusta lo de la votación, si esto no resulta hablaremos con los abogados, implica viajar mínimo durante dos días. —duda por un momento a lo que digo y en menos de cinco segundos ya acepta.

Muy mala decisión.

—Bien entonces.

Quedamos en esa conclusión.

—No podemos esperar, mañana temprano nos iremos.—me mira para ver mi rostro que no expreso ninguna mentira.

Asiente.

El mediodía nos tomo en la sala y decidimos terminar por hoy.

Marqué a Rocío para que ingresara de una vez el almuerzo que solo pruebo tres bocados de este y lo demás se lo empaco a los animales de afuera.

Cuando se trata de animales soy muy cariñoso y por mi parte nadie lo sabrá.

La noche llega y voy a casa. Da la casualidad que en el ascensor me encuentro con Elizabeth bostezando y rio para mis adentros.

—Demasiado trabajo el dia de hoy. — hablo en medio del silencio.

—Estoy agotada, pero eso no me impide seguir. Gracias por preocuparse.—mueve la cabeza.

—No me preocupo, esto puede ser mucha carga para usted y simplemente puede renunciar.— comento tranquilo.

Me mira.

—No, seguiré aquí.—dice con seguridad.

Alzo los hombros demostrando que no me interesa.

Al llegar al primer piso es la primera que sale y choca con mi hombro. Madre mía, es insoportable está chica, ojalá y estos meses sean rápidos en avanzar o puede...

Llegó a mi auto y dispongo a acomodarme para llegar a la calle más peligrosa y restringida de París, Saint Denis.

Una calle de extrema pobreza, personas que están irregularmente de salud debido a la droga que se produce fácil y nadie puede venir solo a este lugar, excepto yo.

Enfer Mortel (Infierno Letal)

Ya habia llegado al prostíbulo más oculto de la ciudad, aquí no solo se pagan las peleas, también por chicas y sobres.

Nada de esto para mí es imposible, soy el hermano del dueño y un empresario reconocido.

El guardia al verme no pensó en dejarme ingresar, sabe que conmigo son las cosas muy claras y si es al contrario, muerte.

Entro y veo mujeres bailando, fumando, los hombres están a unos minutos de ser robados, otros inhalando cocaína y ruegan a las meseras por otra dosis, incluso si es apostando los papeles de su casa.

Voy a la segunda planta VIP con ambiente más relajado.

—Un vodka.—pido a una de las putas.

—Enseguida señor.

Se retira a servir las bebidas. Observo a Lionel quien camina hacia mi lugar y se sienta a un lado.

—Pense que te había comido el lobo.—dice con ironía pidiendo un trago.

—Tiempo sin venir aquí, después de todo el trabajo está pasando factura,— confiesa.—tu cara demacrada me lo confirma.

Oigo todo lo que dice y la mesera llega con el trago que me l empino de una vez.

—Hombre, hoy estás pesado.— me da palmadas en el hombro y le doy una mirada asesina.

—No me vuelvas tocar pedazo de imbécil. Necesito descargar toda la m****a que traigo encima.

—Relajate, ve con alguna de ellas.—señala a unas chicas que brindan y bailan al compás de la música.—Rebecca ya no te satisface lo suficiente.— me da una mirada pícara.

—No seas payaso, Lionel.—ruedo los ojos— ¿Tanger está en la oficina?—pregunto y niega.

—La respuesta ya la sabes.— señala con la cabeza la puerta negra cerrada.

Me quedé toda una noche allí a esperar a que Tanger terminara todo su estúpido trabajo que ni siquiera lo es porque es el dueño.

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