—Alaric, por favor... —Margaret no puede evitar que las lágrimas broten, su voz quebrada por el miedo—. No lo hice. Estoy embarazada, esperamos un hijo... ¿Por qué yo haría algo tan horrible?. No sé qué intentaba hacer Alaric, pero justo en ese preciso instante, el sonido persistente de mi celular
Sin embargo, me preocupa que ese desgraciado de Artem esté involucrado. ¿Será capaz de enfrentarlo? Su familia también tiene poder, pero Artem es el jefe de la mafia rusa, podría aplastarla como una cucaracha. ¿Y si la atrapan y me incrimina? No, ella no puede hacer eso. De alguna forma, tengo que s
—Toma esto —se lo empujo en la mano—. Lárgate de aquí. Vete lejos, donde nadie pueda encontrarte. —Pero nadie sabe que... —No seas idiota —la corto, fría—. Van a hacer una investigación a fondo. Además, Artem cree que alguien me ayudó. Podrías salir sospechosa porque siempre estás a mi lado. Son c
Esa mocosa no estaba en mis planes originalmente, pero Margaret quiso incluirla, y no me opuse. La entiendo; está en la misma situación que yo: una intrusa queriendo arrebatarle a su futuro esposo. Sin embargo, mis razones van más allá. Aisling... Esa niña logró capturar el corazón del gran Alaric
|Narrador omnisciente| El estruendo de las llantas al hundirse en la arena, el rugido de los motores y el traqueteo del vehículo al sortear los baches sacuden el interior. Aisling frunce el ceño, soltando un leve quejido de dolor que la cinta en su boca ahoga al instante. Abre los ojos de golpe,
Dorothea se traga su rabia. Tiene que aguantar, o algo peor podría suceder. Se queda mirando cómo Aisling agoniza de rodillas, incapaz de moverse, recibiendo golpes de uno de los hombres de Eusebio. —¿Quieres matarla y hacerme perder dinero, imbécil? —interviene el hombre, empujándolo lejos—. Ya es
Logran llegar al lugar. La luz del sol cae a plomo sobre el puerto de Westhafen, reflejándose en las superficies metálicas de los contenedores y en las aguas tranquilas del muelle. —Ahí están —murmura Artem, entrecerrando los ojos para observar las figuras alrededor de los vehículos estacionados. P
De repente, un hombre aparece corriendo desde el otro extremo del muelle, su rostro marcado por la urgencia. —¡Señor!—grita—. ¡Los Caruso y los Toscano están peleando en el este del puerto! ¡Alguien más los está enfrentando!. El silencio cae por un instante. Artem y Alaric se miran, procesando lo