—¿Eso es lo que quieres? —dijo ella, desafiándolo—. ¿Que actúe como una muñeca que solo responde a tus deseos? Alaric, no soy tuya para que me controles a tu antojo. Sus palabras parecieron encenderlo aún más. Alaric acercó su rostro hasta que apenas unos milímetros los separaban. —Te equivocas, A
Su beso colmó todos sus sentidos, y ella se dejó llevar, ahogándose en su esencia, con la esperanza de que el fuego de su contacto borrara la huella del dolor y la culpa. Se le escapó un gemido y él le apretó el cuello con una mano mientras recorría su costado con la otra. El calor de su piel atrave
La pared presionaba su espalda cuando él le sujetó ambas muñecas con una sola mano, alzándolas por encima de su cabeza. —No me apartes de ti —le ordenó. Con la otra mano, bajó hasta deslizarla entre sus muslos, y al encontrar su sexo mojado, deseoso, introdujo dos dedos, curvándolos para frotar la
—¿Otra… vez? —Aisling quedó atónita cuando Alaric le arrancó la ropa sin piedad, dejando su piel expuesta. Luego, con una mirada oscura, se desvistió frente a ella, sin desviar sus ojos de su cuerpo. —Uno contigo simplemente no es suficiente —la levantó sin esfuerzo y la depositó en la cama—. ¿De
Alaric la sostuvo por la cintura y la giró con una sola mano, haciéndola caer de espaldas sobre la cama. Sin darle un segundo para recuperar el aliento, se colocó sobre ella, atrapándola bajo su peso. Sus manos recorrieron sus muslos, separándolos sin ningún tipo de paciencia. —No he terminado cont
Aisling, completamente entregada, solo podía rogar en susurros jadeantes, su cuerpo palpitando al borde de otro clímax. El placer era demasiado, cada golpe, cada mordida, cada embestida era un recordatorio de que él no tenía intención de detenerse hasta llevarla al límite. Cuando el tercer orgasmo
A la mañana siguiente, Alaric fue el primero en despertar. Aisling, aún acurrucada a su lado, dormía plácidamente. La contempló en silencio y, con delicadeza, deslizó su dedo índice por la suave curva de su nariz. Ella frunció el ceño sin abrir los ojos, inmersa todavía en sus sueños. Con una sonris
—Sí, lo sé —continuaba Alaric al teléfono, su tono frívolo—. Se ganó su muerte por meterse con lo que es mío. No tolero que saboteen mis negocios. Deshazte de él sin dejar rastros; tengo una reputación que proteger, y eso lo sabes. Aisling se llevó una mano a la boca, conteniendo un jadeo. Nunca im