Mientras el auto avanzaba, el corazón de Aisling latía con fuerza, agitado y temeroso. Estaba sentada sobre las piernas de Alaric, mientras Gerd conducía de regreso a Berlín tras haber sido recibidos por los hombres de Alaric en el puerto de Emden. ¿Qué pasó con la promesa? Alaric le había asegurad
Sus manos temblaban, estaba nerviosa y su corazón latía acelerado. Sabía que tenía que actuar, cortar su relación con Marcus lo antes posible. El miedo a que Alaric descubriera algo la asfixiaba. —¿Aisling? —la voz de Marcus sonó perpleja al otro lado—. ¿De verdad eres tú?. —Sí, soy yo —respondió
Aisling, esta vez, decidió no esperarlo. No iba a caer en la misma rutina, así que terminó de cenar y se retiró a su habitación, preparándose para descansar. Se metió en la cama y cerró los ojos, aferrándose a la vana esperanza de conciliar el sueño. Sin embargo, su mente no dejaba de preguntarse d
—Bien. Se sintió aliviada. Si él no iba a regresar a Nueva York y dejarla sola tanto tiempo, todo estaba bien. No había razón para preocuparse innecesariamente. Volvió a recostarse en la cama, más tranquila, aunque aún inquieta por aquella pesadilla; era la primera vez que tenía una así. —¿Quier
Aisling cerró la puerta del auto con un golpe seco, un gesto claro para los guardaespaldas que la seguían como sombras molestas: su presencia no era bien recibida. Caminó por el sendero de piedras de mármol blanco hasta la imponente puerta principal de la mansión de su amiga. Tocó el timbre dos ve
—¿Te pasó algo?. —La verdad es que… —Dorothea tomó una bocanada de aire— ¡Me he enamorado!. —¿Qué? —Aisling se quedó perpleja. —¡Maldita sea! No pude dormir pensando en ese semental —se dejó caer dramáticamente en la cama—. Es el hombre más bello que he visto en mi vida. Tan grande, tan… tan… —P
Aisling escuchó a su amiga por un buen rato mientras le contaba, entusiasmada, sobre el famoso ruso del que se había enamorado. Pero, poco a poco, algo en el comportamiento de Dorothea comenzó a cambiar. Estaba actuando de manera extraña, lanzando miradas furtivas a su teléfono y respondiendo mensaj
—¿Qué haces aquí? —preguntó ella, dejando el bolso sobre la cama—. Pensé que vendrías más tarde. —¿No querías que viniera? —replicó el hombre sin mirarla. —No he dicho eso. —Entonces, ¿por qué llegas hasta ahora? —Alaric se enderezó, girándose hacia ella. Sus ojos chispeaban de furia—. Te dije q