—De ninguna manera, Aisling. ¿Por qué querrías ir con él? —espetó Alaric, su tono oscilando entre la irritación y el desconcierto. Aisling se incorporó lentamente en la cama, clavando su mirada en la de él sin pronunciar palabra. Aunque aún sentía el temor latente de desafiarlo, sabía que él mismo
A la mañana siguiente, Aisling se despertó tras apenas cuatro horas de sueño. Se había quedado desvelada hasta tarde, esperando el regreso de Alaric, pero él no apareció, y eventualmente el agotamiento la venció. Ahora, el amargor que sentía era más intenso que antes. ¿De verdad había pasado la no
—Es que el señor... —Que sea la última vez que lo mencionas —lo interrumpió, señalándolo con el dedo de manera autoritaria. Gerd tragó saliva, nervioso, sudando frío ante la mirada desafiante de Aisling—. ¿Quedó claro?. Él asintió rápidamente, sin atreverse a decir una palabra más. —Perfecto. Vam
—Niño, será mejor que regreses por donde viniste —advirtió Gerd, su tono glacial y amenazante. Aisling se sorprendió al escuchar al asistente hablar así. El hombre sumiso y obediente de antes parecía haber desaparecido, y ahora su voz se asemejaba a la de Alaric, cargada de autoridad—. No querrás pr
Aisling quedó en shock. Estaba siendo devorada por esos labios de nuevo, y su corazón latía frenéticamente mientras sentía su lengua buscando conquistar más territorio. Cuando finalmente comprendió lo que estaba ocurriendo, forcejeó con todas sus fuerzas y giró la cabeza, liberándose con un esfuerzo
—No, no lo entiendo —se levantó de la cama, plantándose frente a él con la cabeza en alto, desafiándolo con cada palabra—. No entiendo por qué me haces esto. Dices que me cuidas, pero no estoy en peligro. Solo quiero tener amigos, pasar un buen día y que, al menos, estés conmigo. Dijiste que querías
Alaric profundizó el beso con una urgencia que Aisling no podía sobrellevar. Sus labios se movían con posesividad, reclamando cada rincón de los suyos. El peso de su cuerpo, la fuerza con la que mantenía sus manos atrapadas por encima de su cabeza, la hacía sentir pequeña, indefensa... y, sin embarg
—¿Quieres que te libere? —repitió con burla—. No, Aisling. Ahora entiendes lo que provocas. —Se inclinó aún más, sus labios rozando su oído mientras hablaba—. Me vuelves loco, y no voy a dejarte escapar tan fácilmente. Su aliento cálido en la piel de su cuello la hizo estremecer. Aisling sentía su