—Sí, ¿por qué? —respondió Aisling, sorprendida. —De ninguna manera —dijo mientras pasaba a su lado y se sentaba en la cama con autoridad. Aisling cerró la puerta, desconcertada—. Ve y ponte otra cosa, no vas a salir vestida así. —¿Por qué? ¿Qué tiene de malo? —preguntó, empezando a molestarse. —H
—¿Alaric? —pronunció Aisling, de espaldas, esperando aún que él aplicara la crema en su piel—. ¿Por qué tardas tanto? Rápido. ¿Rápido? Era lo que quería hacer, pero por primera vez en su vida, una mujer... no, una jovencita, lo ponía nervioso. ¿Y si, al sentir sus manos recorriendo esa piel tersa y
—¿Qué… qué estás haciendo? —preguntó con un susurro tembloroso, su voz rota por la confusión y el miedo. Intentaba entender lo que estaba sucediendo, pero se sentía atrapada, como si la atmósfera densa y tensa que los rodeaba no le permitiera pensar con claridad. Alaric no respondió de inmediato. S
Alaric interrumpió el beso en cuanto escuchó los golpes en la puerta, dejando a Aisling agitada y desorientada. Sus mejillas estaban encendidas, los labios hinchados, y su respiración descontrolada. —¿Quién es? —preguntó él, claramente molesto por la interrupción. —Soy yo, señor, Gerd —respondió s
Sonreía ahora, retomando su habitual actitud despreocupada. Alaric frunció ligeramente el ceño. ¿Por qué actuaba así?. —Sí, vamos —respondió, notando un atisbo de amargura crecer en su interior. Animada, Aisling pasó a su lado, saliendo de la habitación. Alaric la observó mientras se alejaba, sint
—Está bien, pero no te alejes de mí —cedió, irritado. Aisling sonrió ampliamente, satisfecha. Salió de la habitación caminando delante de él, mientras Alaric no le quitaba la mirada de encima, siguiéndola de cerca. Al final, estaba bien. Él estaba ahí, y aunque otros la miraran, eso era todo lo que
—¿Es tu pareja? —preguntó una de las rubias, señalando a Aisling con la mirada—. ¿O es pariente?. —Es mi tutor —respondió Aisling rápidamente, sin darle tiempo a él para contestar—. Es soltero y está disponible. Alaric se volvió hacia la chica, con los ojos enfurecidos. ¿Qué demonios acababa de sa
—¿Hablando? —lo interrumpió, sin apartar la mirada de los chicos y sin soltar su muñeca—. ¿De verdad crees que estos gusanos querían entablar una conversación?. —¿Cómo nos llamaste, imbécil? —espetó el castaño, furioso—. ¿Quieres problemas?. En ese momento, el estruendo de varios pasos resonó. En