Início / Mafia / Al ritmo del peligro: La dama y el jefe. / 2. Sabes que lo que tenemos es bueno para los dos.
2. Sabes que lo que tenemos es bueno para los dos.

Después de ese encuentro en su camerino, el juego entre Lorena y yo cambió de nivel. Ya no era ese tira y afloja disfrazado de flirteo. No. Ahora se trataba de poder. De supervivencia. Ella, una reina sin trono que había pasado demasiado tiempo al lado de un mafioso con aires de emperador. Yo, el tipo nuevo que venía a incendiar el palacio.

Empezó a frecuentarme más seguido. Siempre con la excusa de los “negocios”. A veces se sentaba en el borde de mi escritorio, con esas piernas interminables cruzadas y un cigarro entre los dedos como si todo esto no fuera más que una tarde aburrida en su agenda. Como si yo no supiera que lo que en realidad quería era distancia de Carlo.

—No te confundas, Ruiz —me decía, exhalando el humo con elegancia maliciosa—. No estoy aquí por ti. Estoy aquí por lo que representás.

Y lo decía con ese tono de mujer que ya se ha prometido no volver a confiar en nadie, aunque en el fondo esté rezando para que esta vez sea distinto. Me daba risa. No por burla, sino porque la entendía. Yo también sabía lo que era tener que tragarte tu propio orgullo para no terminar solo.

Una vez, en plena madrugada, vino hasta mi oficina sin avisar. Vestía ese vestido rojo que parecía pintado sobre su cuerpo. No traía perfume. Solo traía una mirada rara, de esas que te dicen más que cualquier palabra.

—¿Recordás cuando Carlo era el dueño de todo esto? —me preguntó, sin preámbulos, dejándose caer en una silla como si el pasado pesara más que su propio cuerpo.

—No —le respondí—. Nunca lo fue. Solo era el que gritaba más fuerte.

Ella rió, una risa que no llegaba al fondo, como si se hubiera oxidado de tanto contenerla.

—Yo lo conocí cuando todavía tenía fuego en los ojos, ¿sabés? Antes de que la paranoia se lo comiera. Antes de que empezara a verme como parte del mobiliario.

Ahí estaba. La grieta. No me hablaba de poder. Me hablaba de abandono. De alguien que se había pasado años girando alrededor de un hombre que ya no la miraba. Lo que Lorena quería no era solo escapar. Quería que la vieran.

—Carlo está perdiendo fuerza —dijo una noche, mientras sonaba un bolero de fondo y las luces del cabaret parpadeaban como si también estuvieran a punto de apagarse—. Los chicos no lo respetan. Se corren rumores. Dicen que está paranoico. Que empieza a ver traidores hasta en sus propias sombras.

—¿Y qué hay de vos? —le pregunté—. ¿Te sigue viendo?

Lorena me lanzó una mirada que me atravesó como una navaja.

—Hace mucho que dejó de verme, Ruiz. Solo me toca. Como quien cuenta el dinero al final de la noche, por costumbre.

Ahí supe que ya estaba del otro lado. Que ya no era cuestión de convencerla. El resentimiento ya había hecho el trabajo por mí.

Con el tiempo, empezó a darme información. De a poco, claro. Lorena no era ninguna idiota. Me pasaba nombres, transacciones, puntos ciegos en las rutas. Me decía que era "por interés común", pero yo sabía que lo hacía también por venganza. Venganza de sentirse usada, invisible. Venganza de todas esas noches que Carlo la dejaba esperando en un camerino mientras él cerraba tratos con putas más jóvenes y más tontas.

Pero no te confundas. Lorena no era una víctima. No lloraba en rincones oscuros. Si algo había aprendido en esos años era a tragar veneno con una sonrisa de femme fatale. Y ahora, estaba aprendiendo a usar ese veneno en mi favor.

Una noche, vino sin maquillaje. Sin tacos. Solo un abrigo largo y el cabello atado como si fuera otra persona. Entró en mi despacho sin pedir permiso y se sentó en silencio frente a mí. Tenía ojeras. La boca seca. Las manos crispadas.

—Carlo ya no puede más —dijo, sin siquiera mirarme—. Lo están cercando. Lo saben vulnerable. Si vas a hacer tu movida, es ahora.

Silencio. Ni un maldito sonido. Solo el reloj de pared marcando segundos como disparos secos.

—¿Y vos? —pregunté, bajando el tono—. ¿Qué vas a hacer cuando todo se venga abajo?

Ella me miró, y durante un segundo, vi algo parecido a la niña que alguna vez debió haber sido. Una que soñó con lujos, sí, pero también con respeto. Con una vida que no la obligara a esconder cuchillos en el alma.

—Eso depende de vos, ¿no? —susurró.

Ahí estaba. Lo que nunca pensé que escucharía de su boca. Lorena, la indomable, poniéndose a merced de mi jugada. Pero, ¿sabés qué? No sentí gloria. No sentí triunfo. Sentí… alerta.

Porque algo no encajaba. Su voz era muy serena. Su decisión, demasiado limpia. Como si ya hubiera pensado todo. Como si su “depende de vos” fuera solo una línea más de un guion que ya tenía final escrito.

Sonreí. Me incliné hacia adelante. Le sostuve la mirada como quien tantea una bomba.

—Entonces preparate para el cambio, Lorena. Porque esto no va a ser suave.

Ella se levantó. Me dio la espalda y caminó hacia la puerta con pasos de funeral.

Justo antes de salir, se detuvo.

—Ah, por cierto —dijo sin girarse—. Carlo sabe que me estás usando. Y está dispuesto a matarte antes de que lo termines de traicionar.

Silencio.

—¿Y vos? —pregunté, tenso—. ¿Estás dispuesta a verlo hacer eso?

Esta vez, sí se giró. Su rostro no tenía expresión. Sus ojos eran dos pozos vacíos.

—No lo sé, Ruiz. Supongo que va a depender de qué tan bien jugás esta vez.

Y se fue.

Quedé solo, con el corazón latiendo como un tambor de guerra y el cigarro ardiendo entre mis dedos. Por primera vez, no estaba seguro de quién movía las piezas. Porque si Carlo ya sabía, si Lorena lo había enfrentado… entonces el tablero había cambiado.

Y yo ni siquiera había escuchado el clic.

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App