Cuando le preguntaron a Davne por qué secuestró a la morocha ella simplemente despotricó contra la mujer y su hijo. Dijo que ambos la habían abandonado a su suerte y ella no tenía nada de dinero ni para comprar alimentos. Estaba muriendo de hambre y a punto de ser expulsada de su casa y, ni “esa estúpida” ni “el imbécil de su hijo” se dignaron a tenderle una mano. Aseguró que ellos la habían obligado a cometer aquella estupidez y que jamás lo habría hecho si su vida tuviera mejores comodidades. Explicó, una y otra vez, que ella era una buena ciudadana, preocupada por cumplir la ley y esto solo había sido un desliz en su impecable vida. De más está decir que Alex simplemente se puso de pie y abandonó la sala donde se llevaba adelante aquel juicio. Ya le tocaría a él declarar y ahí tiraría ab
Tiritaba, pero no de frío. La ansiedad la comía por dentro como si cientos de gusanos se hubiesen reunido en sus entrañas. El hombre a su lado le sonrió y ella, con un débil gesto, le devolvió la mueca. Las puertas del ascensor se abrieron dando paso a un espacioso pasillo con dos entradas de madera oscura en la pared enfrentada a la de los elevadores. Respiró profundo, era momento de poner su vida en orden y este debía ser su primer paso.El hombre a su lado abrió la puerta para acceder a un espacioso comedor completamente destrozado y maloliente. De uno de los sillones se incorporó una figura que, sin dudar, le sacaba por lo menos dos cabezas. Inhaló.—Matt, que alegría— exclamó el sujeto que se detuvo al notar a la muchacha d
Salió del baño bajo la excusa de llamar a Anita. Pasó a gran velocidad por la sala, ignorando todo lo que había allí y tratando de controlar el temblor de sus manos. Abrió la puerta del lujoso departamento y salió al enorme pasillo en donde el aire se respiraba mejor. Marcó a la mujer primero indicándole que viniera lo antes posible a ese lugar. Luego de colgar observó durante unos minutos el nombre de Carlos escrito en el pantalla de su teléfono. El pulso le temblaba y sus manos pronto dejarían caer el aparato. Respiró varias veces antes de marcar. El tono sonó un par de veces y por fin escuchó esa alegre voz.—Maiia, bella — le dijo en ese acento tan característico de él.—Ho-hola Carlos. Yo...per
Volvió todos y cada uno de los días siguientes a ese departamento que se mantenía invariablemente limpio y ventilado. Alex observaba cada día con más fastidio a su asistente quien parecía ajena a sus reacciones. Él esnifaba cocaína, se metía pastillas de lo que encontrara o encendía un porro sin mayor preocupación. Cada vez que él se drogaba la muchacha demostraba su incomodidad, pero se mantenía fuerte en su posición y realizaba su trabajo sin mayores contratiempos. Alex había asistido las últimas dos semanas a los ensayos y, aunque no siempre la fiesta se llevaba en paz, comenzó a habituarse nuevamente al ritmo de la banda, así y todo, debían admitir sus amigos, muchas veces estaba fuera de tiempo y parecía no notarlo.— ¿Qué mierda
La música le golpeaba con fuerza en los oídos. La cerveza que llevaba en su mano era una verdadera mierda por lo que la dejó sobre una mesa abarrotada de cosas. Observó en todas las direcciones, intentando encontrar a su amigo que le había dicho sobre esa fiesta. No estaba por ningún lado, aunque la iluminación era tan poca que prácticamente todas las habitaciones estaban a oscuras y difícilmente podías ver más allá de las sombras que delimitaban los cuerpos de esas personas que estaban tan perdidos como él quería estar en un par de horas. Se mordió nervioso el labio inferior, sintiéndole reseco, y acomodó mejor la capucha de su campera, cubriendo bien su rostro de algún curioso que esté medianamente consciente y lo reconociera entre toda ese inmundicia humana. Volvió a buscar entre los presentes y por fin lo enco
— Alex. Por Dios Alex, reacciona — Las fuertes manos de Leo lo sacudieron con fuerza. Abrió los ojos asustado, desorientado. ¿En dónde estaba? Reconoció sus cosas y suspiró aliviado. Estaba en casa. Miró a su amigo que lucía más pálido de lo que ya era por naturaleza y se aferró a él como si la vida se le fuera en ello. Leo no dudó en devolverle el gesto, apretándole fuerte contra su pecho —. Ya hermano. Tranquilo — susurraba al notar a su amigo temblar contra su cuerpo.— Necesito ayuda con esto — finalmente ocurría que el morocho pedía ayuda. Por fin aceptaba que había algo que no iba bien. Leo sonrió amplio y lo apretó aún más. Estaba feliz.— Por fin
Otra vez le dolía el cuello como el infierno. Pasar la noche tirado en el piso no había sido una buena decisión después de todo. se despertó de a poco por el golpe insistente de un pie al lado de su cabeza que lo estaba poniendo de mal humor. No necesitó levantar la mirada para saber de quién se trataba. Rápidamente las imágenes de la noche anterior se agolparon en su mente, recordándole cada detalle con escalofriante nitidez. ¡Dios, había sido un completo imbécil con ella!.— Tu cuello — dijo incorporándose de golpe y sintiendo un leve mareo apoderarse de él.— Veo que no hiciste tu parte. Mejor te levantas porque si no llegaremos tarde. Deja esta mierda como está y ve a bañarte. Desayunamos en el a
— Maiia, que popular te has vuelto — la morocha rodó los ojos con el teléfono pegado a su oído.— Hola Logan. Imagino que te la estás pasando genial con mi nueva situación — respondió divertida. Logan, su hermano mayor, adoraba la atención y ella estaba segura que las atenciones que le llegarían, luego de aquella aparición de su hermanita en la página de Alex, lo debía estar haciendo sentir espectacular.— Me han llovido nuevos seguidores en mis redes sociales, pero tu sobrina es la más encantada con toda esta situación porque impulsó un montón sus páginas. Pía, la sobrina de la morocha, era una adolescente con el sueño
La noche había sido el mismísimo infierno. La fiebre lo atacó con fuerza apenas oscureció y su cuerpo no dejó de temblar durante todo el horario nocturno. La necesidad de consumir le comía las entrañas mientras le suplicaba a esa enfermera, que custodiaba su sueño, algo que lo calmara. La mujer, sin ninguna pena en su rostro, se negaba una y otra vez y simplemente le repetía que ya todo pasaría, que pronto ese calvario finalizaría. Era sencillo decirlo cuando su mente estaba clara y despejada, algo de lo que carecía en ese momento el morocho. Era fácil llamar a la calma cuando no tienes un deseo tan fuerte de arrancarte hasta la piel con tal de calmar ese horrible sentimiento que te oprimía el pecho y no te dejaba pensar.Alex necesitaba, rogaba, que las horas transcurrieran a una mayor vel