Izac... Mi cuerpo empieza a temblar y mis manos comienzan a sudar. - ¿Qué pasa, mi amor? ¿Se te comió la lengua los ratones? - se ríe mientras me voltea bruscamente. - ¿Cómo... cómo me encontraste? - Dios, estoy en shock después de tanto tiempo tengo al hombre que tanto me lastimó delante de mí. - Te vi en televisión en el lanzamiento de tu marca, te felicito, mi amor - intenta besarme, pero yo me corro. - ¡Lárgate de aquí! - señalo la ventana. - Me iré, preciosa, pero volveré por ti muy pronto - sale de la habitación y me dejo caer al suelo mientras comienzo a llorar. Tengo que irme de aquí rápido y sacar a Matilde también, no quiero que ella sufra. Lloro durante toda la noche y a la mañana siguiente me levanto con un fuerte dolor de cabeza y al verme al espejo tengo grandes ojeras y los ojos rojos. Me meto a la ducha y luego salgo para cambiarme. - Wow, amiga, luces terrible - exclama mi amiga tomando café. - Gracias, Matilde - tomo mis gafas y las coloco. - ¿No vas a comer?
Dejo caer el teléfono al suelo y parece como si todo diera vueltas a mi alrededor, escuchando de lejos la voz de Paolo. Siento como las piernas me fallan, haciendo que caiga, pero afortunadamente Paolo no lo permitió. Él toma el teléfono y vuelve a marcar, preguntando qué pasó. - Oye, Ángel, tranquila, todo estará bien. - Quemaron la casa, todo lo que habíamos conseguido se quemó. - Lágrimas comienzan a caer de mis ojos mientras Paolo corre a abrazarme. - Ángel, no llores, son cosas materiales, se recuperan. - Trato de tranquilizarme hasta que llega un mensaje al celular que Paolo ve, pero su cara se desfigura, formando una de completa furia. - ¿Qué pasa, Paolo? - Este no dice nada, así que le arrebato el celular y leo el mensaje. "Esta vez te salvaste, preciosa, pero no habrá segunda vez. Estoy dispuesto a acabar contigo y con Paolo. Izac." No me dejará tranquila, nunca tendré paz. Mi ira y dolor aumentan, haciendo que estrelle mi celular contra la pared. Paolo me mira sorprendi
Paolo y yo entramos a su habitación a tropezones, ya que no paramos de besarnos desde que entramos al hotel. Como la falda no me permite moverme bien, le digo a Paolo: - Quítame la falda. Él me da la vuelta, baja el cierre y me quita la falda, dejándome solo con una tanga. Rápidamente me encaramo sobre él, rodeando su cintura con mis piernas mientras lo beso. En cada movimiento, siento cómo su erección se clava en mi feminidad, haciendo que ambos soltemos leves gemidos. Me bajo y desabrocho su camisa, ya que su saco quedó afuera desde que entramos. Él aprovecha y saca mi blusa, dejándome en ropa interior. Luego, él vuelve a cargarme. - Eres preciosa - Paolo comienza a besar mi cuello mientras yo me dejo hacer. Me conduce hasta la cama y me deposita en ella con cuidado. Besa mis labios, bajando luego a mi cuello hasta llegar a mis pechos. Desabrocha el brasier, dejando expuestos mis pechos, y toma uno en su boca, mientras que el otro es atendido por su mano. - ¡Ahh, Paolo! - Millone
Paolo No puede ser, esto tiene que ser mentira... le disparé a mi ángel, mi hermoso ángel está en mis brazos completamente pálida y con sus preciosos ojos cerrados. Sé que estoy también herido, pero ahora no siento nada, solo quiero que ella esté bien. - Señor, hay que llevarlos a un hospital - me levanto con Mía en brazos, sin importar el dolor que siento en mi hombro. Nos montamos en un auto y arrancamos. - Quiero que busquen por cielo y tierra al imbécil de Izac, lo quiero muerto ¿Entendido? - mis hombres asienten y salen de la habitación que me asignaron después de sacarme la bala del hombro. Afortunadamente, no pasó a mayores. Ahora lo que me preocupa es Mía, ella aún no despierta y llevamos aquí casi una semana. - Hola, hermano - entra Matías con una gran sonrisa. - Hola, Matías. - ¿Cómo sigues? - observa que tengo inmovilizado el brazo. - Mejor, dime ¿cómo está ella? - Está estable. - Estable? No me sirve eso, quiero que despierte, aunque sea para llamarme idiota. - Qui
*Mía* Llevo ya 3 días aquí en el hospital y hoy por fin me dan de alta, así podré viajar a Francia. Paolo no se ha despegado de mí durante todo este tiempo. Mi amiga Matilda y Matías tuvieron que viajar otra vez a Francia para hacerse cargo de la tienda y Matías de los negocios de Paolo, que ya me imagino cuáles son. - Hola, Ángel - entra Paolo con un ramo de flores. - Son preciosas - las acerco a mi nariz para olerlas. - Gracias, Paolo. - ¿Lista para irnos? - asiento con una sonrisa. - Más que lista - Paolo toma mis cosas y con mucho cuidado me lleva en una silla de ruedas, aunque yo quería caminar, pero Paolo, como siempre, se salió con la suya. Llegamos al aeropuerto y abordamos el avión con destino a Italia. - ¿Contenta por regresar? - Sí, muy contenta. Aunque tengo que buscar dónde quedarme - Paolo me mira serio. - Te irás conmigo y no se discute - ahora la que lo mira seria soy yo. - ¡Paolo, tú no decides por mí! - pongo mis brazos cruzados. - Mía, quiero cuidar de ti
Bajo del auto apenas llego a la tienda, mi amiga me está esperando con una gran sonrisa. - ¡Mia! - se tira encima de mí, haciendo que suelte un gemido de dolor. - Oye, tranquila, aún me duele. - ¡Oh, por Dios, lo siento, Mia! - nos sentamos en una salita y pedimos un café. - Bueno, cuéntame, ¿cómo van las cosas, Paolo? - doy un suspiro y hago cara de frustración. - Por lo que veo, algo pasó. - Amiga, todo iba bien hasta el día de hoy. Salí con un camisón porque pensé que no había nadie en la casa, pero cuando salí me llevé la gran sorpresa de que había hombres dentro de la casa - esta pone cara de ya saber lo que pasó. - Entonces, me imagino que Paolo se volvió una fiera cuando vio eso. - Sí, se enojó y me echó la culpa. Lo peor es que le pedí que sacara a esos hombres porque no me daban privacidad y se negó - toco mi sien algo frustrada con la situación. - No quiero discutir con él, pero sus celos me tienen al borde de un colapso. Yo lo quiero, amiga, y todo esto me afecta mu
Me despierto sintiendo un dolor punzante en la cabeza y en la cara. Al tocarme la cabeza, siento algo y rápidamente me paro, pero al hacerlo, me da un mareo que hace que me vuelva a sentar. - Oye, quieta - Paolo aparece con una jarra con agua y unas pastillas. - ¿Qué me pasó? - intento recordar, pero lo único que recuerdo es la fiesta en la casa francesa. - ¿No te acuerdas de nada? - Solo recuerdo que iba a la fiesta en la casa francesa - tomo una fuerte inhalación. - Ayer me fui a los golpes con el imbécil de Samuel, y él, sin querer, te golpeó, haciéndote dar un fuerte golpe en la cabeza y más en la cara - al escuchar eso, me levanto como una flecha sin importar el dolor, corro al baño y cuando prendo la luz, mis ojos se abren como plato. - ¡¿Qué m****a es esto?!!! - toco mi rostro, pero de inmediato siento dolor. - No te toques, toma estas pastillas, te ayudarán con el dolor, y úntate esa pomada. - ¡Son unos imbéciles! - ¿Soy un imbécil por cuidar lo que es mío?!! - ¡Yo no
Camino rápidamente dejando al tarado de Paolo ahí parado mientras se toca la mejilla. No puedo creerlo, soy una idiota. ¿Cómo pude creerle que había cambiado? Pero me equivoqué, siempre me equivoco con él. Me paro en una esquina y me siento dejando que las lágrimas broten, dejando salir todo mi dolor, hasta que siento unas manos acariciar mi espalda, así que rápidamente me levanto y veo quién es. - ¡No llores, ángel! ¿Vamos a casa, mi ángel? - ¡Idiota, eso es lo que es! - ¡No! Yo contigo no voy a ningún lado. - Él toma una respiración. - Mía, no acabes con mi paciencia. - ¡ME VALE UNA M****A TU PUTA PACIENCIA! ¡ANDATE Y DEJAME SOLA! - Él, en un rápido movimiento, me carga como un costal de papas, haciendo que pegue un grito. - ¡Bájame! ¡Que me bajes, idiota! - Golpeo su espalda, pero es inútil. - Ya deja de portarte como una niña. - Aparecen las camionetas y él me sube a una camioneta y arrancamos. Durante todo el camino pienso en las diferentes formas de escaparme, pero es inúti