—¿No estabas bailando con tu novia? ¿Cómo tienes energía para prestar atención a lo que pasó por aquí? —preguntó Jorge cruzándose de brazos con una sonrisa enigmática.—Con tanto alboroto, era difícil fingir que no lo notaba —respondió Mateo.Jorge se encogió de hombros con indiferencia: —Era de esperarse. No es la primera vez que me rechazan, y tú deberías conocer mejor que yo el carácter de Luci.La expresión de Mateo permaneció impasible, con media cara oculta en las sombras bajo la tenue luz de la calle. —Te lo dije, no tendrás ninguna oportunidad.—Al contrario —sonrió Jorge—, ¡me parece fascinante! Sabes que cuanto más alta es la montaña, más me motiva escalarla. Que no lo logre una vez no significa que siempre vaya a perder. En algún momento llegaré a la cima y contemplaré todo desde arriba.—Solo espero que no te mates en el camino antes de llegar —se burló Mateo.—No importaría. Morir en el intento sería glorioso, ni ridículo ni trágico. ¿Sabes qué es realmente trágico?Mateo
Lucía miró la escasa comida frente a Talia, pensando que esa cantidad tan pequeña ni siquiera serviría como un bocadillo para ella. Seguramente en menos de dos horas estaría quejándose de hambre. Sin embargo, para su sorpresa, después de dos clases Talia permanecía tranquila en su asiento sin mostrar señales de querer un refrigerio.Esto... Lucía estaba asombrada. ¿De verdad no tenía hambre? Si Talia la hubiera escuchado, habría saltado protestando entre lágrimas: ¡Claro que tengo hambre, me estoy muriendo de hambre! En efecto, en ese momento Talia ya estaba mareada, su estómago rugía, y no podía dejar de pensar en sus papas fritas, galletas, pasteles y refrescos... ¡Ay, cuánta tentación! ¡Pero debía resistir!Lucía, completamente ajena al tormento de Talia, pensaba que realmente no tenía hambre. Sin embargo, cuando al día siguiente en la clase de la mañana volvió a comer tan poco, Lucía cayó en cuenta: —Talia, ¿estás haciendo dieta?—¡Sí! Lucía, ¿por qué es tan difícil? Comemos lo mis
—¿Desde cuándo te importa lo que digan los demás? ¿Por qué de repente quieres hacer dieta? ¿Alguien te está molestando? —Helio daba vueltas nerviosamente.Talia siempre había sido educada para ser confiada y optimista, nunca se había preocupado por su figura. Incluso cuando en primaria la aislaban por su peso, ella seguía feliz sin darle importancia, ¿y ahora de repente quería hacer dieta? Su dulce hija era tan despreocupada y de corazón tan grande... ¿qué podría haberla motivado a tomar una decisión tan drástica?Antes de que su padre empezara con teorías conspirativas, Talia se apresuró a explicar: —Vi un video educativo que dice que bajar de peso moderadamente es bueno para la salud. No puedo seguir así para siempre, ¿no? Solo quiero intentarlo...Helio frunció el ceño intensamente. ¿Un video educativo? ¡Algo no cuadraba! Conocía bien a su hija: su mayor pasión era comer, seguida por pasar tiempo en el laboratorio entre tubos de ensayo. En todos estos años de TikTok y transmisiones
Pronto sonó la campana y Daniel entró al aula: —Hoy hablaremos sobre evolución molecular y filogenia...Durante el descanso de diez minutos, Talia estaba desanimada sobre su pupitre. Carlos, al verla, no pudo contenerse: —¡Has estado muy mal estos días!Talia se sorprendió. ¿Me está hablando a mí?—¡Sí, a ti!Para su sorpresa, Talia no se enojó, sino que asintió: —¡Yo también lo creo!Carlos se quedó perplejo.—Mira lo flaca que estoy de hambre. Nunca en mi vida había sufrido así... La dieta es muy difícil, así que decidí...—¡No más dieta! ¡Nunca más!Carlos suspiró. Hace un momento no decías eso.—¿Qué tal si los invito a ti y a Lucía a comer?Antes de que Carlos y Lucía pudieran responder, Talia ya había decidido: —¡Perfecto, está decidido!Carlos quedó atónito mientras Lucía sonreía resignada.—¿Qué prefieren? ¿Buffet, comida japonesa? ¿O quizás barbacoa? ¿Mariscos? ¿O hamburguesas con papas fritas y pollo frito con cola? ¡Ya sé! ¿Y si probamos un poco de todo? ¡Eso suena bien!Tal
Ella estaba aferrada al cuello de Daniel con sus brazos, sus piernas suspendidas enroscadas alrededor de él. Lucía parecía un koala abrazado a un árbol, y Daniel era ese árbol.—¡Perdón, perdón! No fue mi intención, ese perro me asustó mucho... —se disculpaba Lucía mientras intentaba bajarse, pero las manos de Daniel seguían en su cintura y, aun a través del grueso abrigo, podía sentir su calor abrasador.Las mejillas de Lucía se tiñeron rápidamente de rojo, el rubor extendiéndose por todo su rostro hasta la punta de sus orejas.—Pro-profesor... —Lucía hizo un pequeño esfuerzo por bajarse, pero las manos de Daniel permanecían firmes como tenazas en su cintura.—¿Tienes miedo? —preguntó Daniel con voz ronca, sin aclarar si se refería al perro o a él.—Un... un poco —respondió ella, temerosa de ambos.—Fuiste tú quien saltó, ¿verdad? —volvió a preguntar.El rostro de Lucía enrojeció aún más: —Lo siento, actué sin pensar, fue un impulso...En realidad, había sido por miedo. Un perro tan g
—¡Toc, toc, toc! —sonaron unos golpes en la puerta mientras el calor del vaso en sus manos le recordaba el calor que había sentido en su cintura momentos antes.—¿Quién es? —preguntó mientras abría.Daniel estaba ahí. —Tu zapato.Lucía se quedó perpleja. Había recuperado la zapatilla que se llevó el perro.—Gracias, profesor.—No fue nada.Por la tarde, Lucía tomó una siesta y se despertó a las dos para ir al laboratorio. Cuando llegó, Carlos estaba ahí pero no vio a Talia.—Ah, fue a comprar bebidas —explicó Carlos.Hablando del rey de Roma... Talia regresó con café, incluyendo uno para Lucía. Como siempre, tenían su pequeño rincón en la esquina opuesta a las mesas de trabajo, destinado a bebidas y bocadillos.Lucía se sorprendió al ver a Carlos aceptar un café. Antes nunca aceptaba cuando Talia ofrecía, y las raras veces que tomaba, era porque ella insistía, y elegía uno pequeño sin azúcar ni té, dejando la mitad.—Carlitos, ¿qué tal? ¿Te gusta el nuevo sabor? —preguntó Talia.—...Sí
Jorge ya estaba en el pequeño restaurante junto a la Universidad Borealis cuando Lucía y Daniel llegaron.—Lucía, llegaste... —sonrió Jorge, con la mirada fija en ella, como si Daniel fuera invisible.—Señor Fernández, perdón por la espera —el "señor Fernández" hizo que Daniel sonriera involuntariamente.Jorge pareció notar recién la presencia de Daniel: —Profesor Medina, nos volvemos a ver.—Sí, parece que el señor Fernández y yo estamos destinados a encontrarnos —respondió Daniel sin perder la sonrisa.—Por favor —Jorge lo guio al asiento junto al suyo, luego apartó la silla del otro lado para Lucía.Si se sentaban en ese orden quedarían: Daniel, Jorge, Lucía.—Ese lado da a la puerta, hay mucha corriente de aire cuando la gente entra y sale. Mejor que Lucía se siente a mi lado —dijo Daniel, apartando la silla junto a él.Lucía, pensando que tenía sentido, se sentó allí. Ahora el orden era: Lucía, Daniel, Jorge.—¿Está más cálido así? —preguntó Daniel ignorando la expresión sombría d
—Esta semana la construcción de la estructura principal ha avanzado hasta... —cuando Jorge entró en materia, Lucía comenzó a escuchar atentamente, incluso masticando más despacio.Daniel intentó poner un poco de pollo en su plato con la cuchara justo cuando Jorge le acercaba pescado con sus palillos. Ambos se detuvieron y levantaron la mirada simultáneamente. Sus ojos se encontraron y el aire se tensó.—El profesor es muy atento —comentó Jorge.—No tanto como el señor Fernández y su aguda observación.Lucía miró los dos cubiertos con resignación: —Gracias, acepto ambos.Los hombres retiraron sus miradas.—El pescado tiene mucha proteína, come más —dijo Jorge.—El pollo está un poco picante, creo que te gustará —añadió Daniel.—Gracias señor Fernández, gracias profesor —respondió Lucía, manteniendo el equilibrio diplomático—. Coman ustedes, no hace falta que me sirvan.Aunque el ambiente ya no era tan tenso, tampoco era relajado. En ese momento, la puerta se abrió y Tacio entró envuelto