Capítulo 41
Jorge, sentado en el sofá, observó la incomodidad de Diego y dijo con una sonrisa irónica:

—No tienes de qué preocuparte. Después de todo, Lucía solo preparó el caldo porque Diego mintió diciendo que él lo quería. Ella ni siquiera pensará en venir.

El rostro de Mateo se oscureció, mirando fríamente a Diego: —¿Acaso te pedí que fueras? ¿Quién te dio permiso para actuar por tu cuenta?

Diego se encogió, tosiendo ligeramente: —Solo me preocupaba por tu salud. Apenas has comido estos días. Si no fuera por el caldo de Lucía, aún estarías hambriento...

Mateo permaneció en silencio, con el rostro frío.

—Por cierto —continuó Diego, observando la reacción de Mateo—, fui a casa de Lucía. Vive en un lugar pequeño y deteriorado, sin ascensor. Tiene que subir siete pisos todos los días. Se nota que lo está pasando mal.

Notó que, aunque Mateo decía que se lo merecía, un destello de preocupación cruzó rápidamente sus ojos. Parecía que aún le importaba.

Cuando Diego estaba a punto de decir algo más, un
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