Capítulo 44
En el silencio de la noche, se escuchó un susurro como en sueños:

—Luci, me duele.

La voz del hombre temblaba ligeramente. En ese instante, Lucía sintió una punzada de compasión instintiva. Mateo siempre había sido orgulloso y terco. Beber hasta tener una hemorragia estomacal o trabajar hasta olvidarse de comer eran cosas habituales para él.

Durante su tiempo juntos, Lucía se había esforzado mucho en cuidar su salud. Vigilaba sus comidas y hasta aprendió técnicas de masaje de medicina tradicional china. Después de mucho esfuerzo y tiempo, logró mejorar su digestión.

Pero a cambio solo recibió quejas de que era "molesto", y a veces, irritado, fruncía el ceño y decía:

—¿Por qué eres como mi madre?

Esos recuerdos casi olvidados resurgieron, pero la compasión repentina se desvaneció rápidamente.

—No soy médica —respondió Lucía fríamente—. Si te duele mucho, ve al hospital.

Mateo, escuchando su voz gélida, apretó el teléfono con dedos blancos, pero insistió:

—Quiero tomar tu caldo.

Lucía es
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