SU DEBILIDAD

Maximus no esperaba escuchar esas palabras. Había algo en la voz de Helen que perforaba las barreras de su mente, desprovista de recuerdos, pero no de emociones. Cada palabra suya era como un golpe directo, sin titubeos, sin espacio para dudas. Y aunque no podía recordar nada sobre ella, algo en su alma y su corazón la reconocía, como si fuera una melodía olvidada, pero familiar.

Sentado en aquella silla de ruedas bajo la oscuridad de sus ojos, Maximus siente cómo Helen caía de rodillas frente a él. Un nudo se formó en su garganta, y su instinto fue detenerla.

—¡No! Por favor, no hagas eso — dijo, su voz quebrándose ligeramente. Extendió las manos hacia ella, impotente ante su propio cuerpo limitado, tratando de transmitir con su mirada lo que su cuerpo no podía expresar.

Helen levantó la vista, con lágrimas rodando por sus mejillas. Pero él solo podía pensar en levantarla, en no permitir que se humillara de esa manera.

—Ponte de pie —insistió, su tono una mezcla de urgencia y súplica
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