Helen se lleva a los Mellizos hasta un comercio que estaba cerca según Paolo y por supuesto Maximiliano y Georgina sirven de guía a su madre, mientras Maximus y Paolo están frente a frente, claro que Paolo ya lo había visto y Maximus recuerda aquel breve encuentro, pero ahora era diferente, la vida nuevamente los ha unido. — Paolo — Maximus fue el primero en hablar — tengo mucho de que hablar contigo así como también tengo mucho que agradecerte, ya estoy enterado que mis hijos están con vida gracias a ti, que fuiste el gran responsable del nacimiento de ellos. — Como se lo he dicho a la Señorita Campbell, tanto usted y ella no tienen por qué agradecerme, puesto que yo estoy con vida y mientras este con vida mi lealtad siempre estará contigo — la respuesta dada por Paolo logra que Maximus deje ver una pequeña sonrisa. — Claro Paolo, yo tampoco olvido la promesa que hicimos todos con la palabra lealtad, pero ahora es momento de tratar de esclarecer aquellos actos que nos han dejado a
El aroma cálido y envolvente del chocolate inundaba la cocina de Helen, una pequeña estancia que, aunque sencilla, se iluminaba con la risa cristalina de los mellizos. Maximiliano y Georgina, el lugar era inundado por la emoción de los pequeños, no podían contener aquel sentimiento mientras revolvían la mezcla espesa en un tazón grande. Helen los observaba con una sonrisa que hablaba de ternura infinita, guiándolos con paciencia mientras ellos ponían todo su empeño en seguir sus instrucciones, mientras la pequeña mujer observaba como sus hijos revuelven la mezcla para ella fue inevitable no pensar en su madre y en todas las travesuras que ella había realizado mientras Susan preparaba su pastel de chocolate favorito, Helen esperaba y anhelaba con todas sus fuerzas que Paolo obtuviera a resultados de su investigación lo más pronto posible necesitaba saber acerca de sus padres necesitaba el abrazo de ellos verlos y adorarlos tal como era siempre. —¡Maximiliano, no te comas la mezcla! —
Han pasado tres semanas desde que Maximus estaba planeando salir de aquel país, y para suerte de ellos Chloe, la mujer que enseñaba a los mellizos junto con su marido eran la salida perfecta, tres semanas en donde los mellizos tocaron el cielo en compañía de sus padres, tres semanas en donde Helen disfrutaba de sus pequeños bebés al igual que Maximus. Aquel día luz del atardecer teñía el horizonte de un tono anaranjado que hacía parecer a Madagascar un paraíso irreal. Maximus revisaba por última vez el pequeño y maltrecho mapa que Paolo había conseguido con un contacto en el puerto. El viejo piloto tenía los ojos entrecerrados, como si calculara mentalmente cada paso que deberían seguir. Helen, en cambio, mantenía a los mellizos cerca de Chloe, quien trataba de distraerlos con historias improvisadas mientras aguardaban escondidos tras una hilera de contenedores. Habían logrado llegar al aeropuerto de Tamatave después de días de incertidumbre y peligro, burlando a los agentes de la O
La brisa fría de la tarde acariciaba el rostro de Georgina y Maximiliano mientras jugaban con sus manos entrelazadas. El pequeño balcón de la casa en España se había convertido en su refugio desde que su padre, Maximus Albani, ingresó al hospital. Al lado de los mellizos Helen permanecía en silencio, fingiendo serenidad mientras su corazón latía con fuerza. Cada vez que los niños preguntaban cuándo volvería su papá, respondía con una sonrisa que apenas ocultaba su preocupación. Cuando en realidad toda su preocupación estaba plasmada en su pequeño rostro encantador estos tres días casi cuatro, fueron extensos e intensos para Maximus y Paolo, que buscaban información por información acerca de la mafia Inglesa e Italiana, el marido de Chloe había sido de gran ayuda para conseguir avanzar en sus investigaciones. Pero antes de que esto continúe Maximus tenía que dar el paso más importante teniendo en cuenta su condición. Paolo y Chloe, fueron los únicos acompañantes de Maximus en el hos
— Habla Paolo — Expuso Maximus pellizcándose la punta de la nariz.— Bien, hablemos de Roma, una vez la ciudad eterna, ahora yace sumida en las sombras de un desorden caótico. Las calles que antes fueron símbolo de grandeza, de historia y cultura, ahora estaban cubiertas por un manto de suciedad, grafitis y escombros. Los grandes monumentos se alzaban en silencio, olvidados por un pueblo que ya no reconocía su valor. Las fachadas de los edificios, que en tiempos de gloria reflejaban la magnificencia del Imperio, ahora mostraban grietas profundas, como si la propia ciudad estuviera a punto de colapsar. La culpa recaía en una administración incapaz, sumida en la corrupción y la traición, que había dejado las puertas abiertas para que las organizaciones criminales tomaran el control, bueno, aunque siempre el mundo de la Mafia tenía el control, nosotros nos concentramos de engrandecer más y no de destruirla tal y como lo están haciendo ahora. — Maximus se queda callado indicando a Paolo q
Antes de que Máximus y Helen tomarán la decisión de abandonar España habían elegido un día para pasar en familia con los mellizos. Aquella era una mañana soleada en el campo, donde la familia de Maximus y Helen había decidido pasar un tiempo lejos de los problemas y responsabilidades que parecían amenazar su tranquilidad en cualquier momento, pero también era evidente que debían de tomar cartas en el asunto no podían estar ocultos durante todo el resto de la vida. Los rayos del sol iluminaban la cabaña de piedra, y el aire fresco llevaba consigo el aroma de las flores silvestres. Maximiliano y Georgina, habían despertado antes que sus padres, llenos de energía, listos para explorar el mundo que los rodeaba así como un mundo que para ellos parecía desconocido teniendo en cuenta las adversidades por las que tuvieron que pasar estando en Madagascar pasando por necesidades y desconociendo La otra cara de la moneda ellos no conocían un momento familiar no conocían más allá de la casa vieja
Enclavada en lo alto de las colinas de la isla, respiraba la quietud de la tarde. El sol se estaba poniendo lentamente, bañando las terrazas con una luz cálida que abrazaba las paredes de la antigua residencia. El aire salino del mar llegaba suavemente, mezclándose con el aroma de los jazmines y las flores de azotea que adornaban los patios. Dentro de la villa, en el despacho principal, la atmósfera estaba cargada de expectación, un peso invisible flotaba en el aire. Helen estaba sentada en el cómodo sofá de terciopelo azul, mirando a sus mellizos, Maximiliano y Georgina, quienes jugaban a sus pies. Los dos niños, con los ojos llenos de curiosidad y risueños como si todo fuera una nueva aventura, levantaban la vista ocasionalmente hacia su madre. El sonido de sus risas pequeñas y las palabras incomprensibles que intercambiaban llenaban la estancia, creando una sensación de calma y hogar. A pesar de la serenidad de la escena, Helen sentía cómo su corazón latía más rápido de lo habitu
Estar en Roma se sentía raro, pero tenían que estar allí, habían acordado estar allí, puesto que tendría una venta importante de armas. La sala de reuniones del cuartel general en Roma de la Organización Triángulo, ubicada en una fortaleza subterránea del Inframundo Italiano después de la caída Maximus, había perdido el brillo de tiempos pasados bajo el poder y dominio absoluto de un Albani. La penumbra envolvía las paredes adornadas con símbolos de poder que ahora parecían opacos. Mohamed Vahan, golpeaba la mesa con gesto nervioso mientras observaba a sus acompañantes. Frente a él, la Dama Negra permanecía en silencio, con su enigmática máscara cubriendo sus emociones. A su derecha, Kenso Zhai, el estratega implacable, tamborileaba los dedos contra la mesa, rompiendo la tensa calma, aquel día el ambiente se sentía pesado.—Cuatro años —dijo Mohamed finalmente, rompiendo el silencio con un tono grave y cargado de frustración—. Cuatro años y no hemos avanzado un milímetro. Ni rastro de