CARIÑO

La luz del amanecer se colaba tímida entre las cortinas de lino blanco, pintando la habitación con tonos dorados y cálidos. Helen, aun con el cabello revuelto por el sueño, se desperezaba lentamente cuando escuchó un suave bostezó de uno de los mellizos.

Maximiliano fue el primero en abrir los ojos, sus largas pestañas parpadeando como si intentara comprender el mundo que lo rodeaba. Un leve balbuceo salió de sus labios rosados, como si aún no estuviera feliz de que el amanecer haya llegado tan rápido, su mirada se entrelaza con los rayos del sol enalteciendo la belleza de aquel chico, como si estuviera jugando con los rayos de luz que se inclinan a favor de su excelente rostro y ojos azules. A su lado, Georgina emitió un pequeño sonido, un tono dulce y melódico, como el eco de un ave al amanecer. Sin siquiera abrir completamente los ojos, su mano buscó a tientas a su hermano, encontrando el calor que ya reconocía como suyo.

Helen observaba desde la silla junto a la cama su corazón ll
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