La respuesta

Helen estaba cerca del viejo roble, ese gigante que había sido testigo silencioso de tantas estaciones Asiáticas, la pequeña mujer tenía una pequeña sonrisa visible en el rostro encantador y angelical que posee. El viento soplaba con fuerza esa tarde, agitando las hojas como un último suspiro antes de lo inevitable. Maximus, desde una distancia cercana, la observaba a distancia. Había algo en Helen que siempre lo detenía. No era solo su belleza, era su calma, su forma de encajar con la naturaleza, como si fuese parte de un cuadro que él no podía comprender del todo, pero que lo mantenía hipnotizado, nadie se imaginaría que aquella mujer fue creada por el rey de la mafia.

De pronto, un crujido resonó en el aire. Fue profundo, seco, y heló la sangre de Maximus. El árbol se inclinó lentamente hacia un lado, como si la misma tierra lo soltara de sus raíces. Él vio el roble caer en una danza pesada, rompiendo ramas en su descenso.

—¡Helen! —gritó Maximus, el pánico en su voz desgarránd
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